A comienzos del año 2010, el Vaticano se anotó un gran triunfo con el establecimiento de relaciones diplomáticas plenas con Moscú, uno de los últimos grandes países que aún no tenía embajador ante la Santa Sede. Con Rusia, llegaban a 178 los Estados con representantes ante el Vaticano. O, dicho de un modo que resulta más impactante, sólo unos 15 países no han establecido aún relaciones diplomáticas plenas con la Santa Sede, el Estado más pequeño del mundo.
A la reciente convocatoria del "canciller" vaticano, Dominique Mamberti, tres días antes de la "Jornada de ayuno y oración por la paz en Siria, en Medio Oriente y en todo el mundo", para explicar el alcance y carácter de ese acto, acudieron más de 70 embajadores acreditados ante la Santa Sede.
La gran expansión de esta red tuvo lugar durante el largo pontificado de Juan Pablo II. Cuando el papa polaco llegó a la silla de Pedro, en 1978, eran 84 los Estados con embajadores ante el Vaticano. Al finalizar su papado, en 2005, eran 174, más del doble. Con Benedicto XVI, se sumaron 5 más: Montenegro en 2006, los Emiratos Árabes Unidos en 2007 y Botsuana en 2008. Luego, la "adquisición" más importante del último tiempo: Rusia, en 2010. Por último, lo hizo Malasia, en 2011.
Además, la Santa Sede tiene misiones especiales ante Palestina, la Liga de Estados Árabes, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), el Alto Comisionado para Refugiados (Acnur) y las Naciones Unidas, donde el Vaticano es "Estado no miembro observador permanente". Este estatus que, hasta el año 2002 compartió con Suiza –desde entonces miembro pleno-, le da voz pero no voto en la Asamblea, aunque sí le permite votar en las conferencias especiales, como la de la Población, en 1994.
En el pequeñísimo grupo de países que aún no han normalizado sus relaciones con el Estado más pequeño del mundo, se destaca China, la última potencia renuente -Estados Unidos lo hizo recién en 1998. Se trata por otra parte de países mayoritariamente asiáticos y de confesión islámica: Arabia Saudita, Afganistán, Brunei, Comoras, Mauritania, Maldivas, Omán, Somalia, Corea del norte, Laos, Vietnam, Bután, Myanmar, Tuvalu y la ya citada China (aunque Taiwán sí tiene embajador ante la Santa Sede).
Con algunos de estos Estados existe sin embargo una negociación ya entablada con miras a la normalización diplomática. Es el caso por ejemplo de Vietnam donde precisamente quien encabezó varias misiones a ese país es el flamante Secretario de Estado designado por Jorge Bergoglio, Pietro Parolin, quien asumirá sus funciones a mediados de octubre próximo. Existe un interesante relato suyo de una de estas misiones al país asiático en el año 2007.
Esta inmensa red configura el peculiar carácter de las "relaciones exteriores" de la Iglesia Católica, la única confesión religiosa que es también un actor diplomático. A contramano del aparentemente imparable avance del laicismo en el mundo, el Vaticano ha expandido en estos años su presencia en la arena internacional.
Casi todos los Estados del mundo tienen un representante ante la Santa Sede, lo que dice mucho acerca de la influencia y visibilidad de la Iglesia de Roma. Muchos de estos gobiernos se vinculan con el Papa sólo en su calidad de cabeza de un Estado, ya que se trata de países en los cuales esta confesión tiene poca o nula presencia.
La "segunda sección"
El Servicio Exterior vaticano es responsabilidad de la Secretaría de Estado, más específicamente de una de sus dos secciones. La llamada primera sección, la de Asuntos Generales, se ocupa de las iglesias nacionales. "Y lo que se llama la segunda sección, la de Relaciones con los Estados, es la que se encarga de la diplomacia tradicional y su titular es considerado el canciller", explicó a Infobae el padre Pedro Brunori, el argentino que durante los años 90 organizó y dirigió el Servicio Informativo del Vaticano. El actual secretario para las Relaciones con los Estados es monseñor Dominique Mamberti.
Uno de los motivos del interés de los países por tener representación ante la Santa Sede –cabe aclarar que el Vaticano no acepta compartir embajadores con Roma, de modo que el gobierno que establece relaciones con el mini Estado debe designar un representante exclusivo- es sin duda la visibilidad de esa plaza. Para los países pequeños en particular, Roma es una gran caja de resonancia y la cancillería vaticana tiene fama de ser una de las mejor informadas del mundo. Piénsese que el Papa dispone de una red mundial de impresionante capilaridad: desde el último párroco rural (o cura villero) hasta el nuncio (embajador), la estructura católica representa un despliegue único sobre cualquier sociedad y territorio. En la inmensa mayoría de los países, además, a los obispos los designa personalmente el Papa.
Oded Ben Hur, ex embajador de Israel ante la Santa Sede –actualmente consejero de la Knesset- decía hace unos años a la revista The Economist que el servicio diplomático de la Santa Sede era "exactamente igual a cualquier otro pero con una ventaja: son muy cultos, saben idiomas, saben historia, están muy bien informados".
El sumo pontífice es por otra parte un formador de opinión. Su influencia varía por supuesto según los países y la coyuntura, pero a cualquier gobierno, aún al más poderoso, no deja de tentarlo tener al Papa de su lado, contar con su respaldo para ciertas iniciativas. Del mismo modo que tenerlo en la vereda de enfrente no es lo más deseable. A su enviado a Roma, Napoleón le decía. "Trata con el papa como si este tuviese 200.000 hombres bajo su mando"...
Cabe señalar que, sin embargo, en términos de estructura, la diplomacia vaticana es muy sobria. El equipo de la "segunda sección", en la Secretaría de Estado en la Santa Sede, es muy reducido: una veintena de diplomáticos y una treintena de administrativos.
Y en cada país, "el personal diplomático se limita normalmente a dos eclesiásticos, el nuncio y su secretario", dice Brunori. Pero, explica, "tienen que ser personas muy especiales porque siendo eclesiásticos deben moverse en un medio muy frívolo; deben insertarse en él y a la vez mantener distancia, de modo que, desde el punto de vista espiritual hace falta una gran vida interior porque la soledad en la cual uno se encuentra en medio de ese ambiente es impresionante".
"No hagan el ridículo"
A esto hacía referencia el propio papa Francisco, el 23 de junio pasado, cuando recibió a los nuncios de todo el mundo en el Vaticano: "Ustedes siempre están con la maleta en la mano. Esto es una mortificación, un sacrificio, el tener que despojarse de las cosas, los amigos y comenzar de nuevo. No es fácil vivir sin tener un lugar para echar raíces. Pero es también una gran cosa [cuando] se vive con la intensidad del amor, y el recuerdo de la primera llamada. Los bienes, las perspectivas de este mundo acaban por decepcionar, empujan a no estar nunca satisfecho. El Señor es el bien que no defrauda". Y a continuación les advertía sobre el peligro de entregarse a la "mundanidad espiritual", de ceder al espíritu del mundo, que lleva a actuar para el propio interés y no para la gloria de Dios. "Ceder al espíritu mundano –dijo el Papa- expone sobre todo a los pastores al ridículo".
En cuanto a la formación de los nuncios, Brunori dice: "Hay algunas excepciones pero lo normal es que todo el mundo pase por la Academia Pontificia Eclesiástica de Roma donde deben formarse por 3 ó 4 años: los futuros nuncios deben manejar varios idiomas y tener dos títulos eclesiásticos y uno de ellos siempre debe ser en derecho canónico".
La mitad de los nuncios es de nacionalidad italiana, pero es una proporción que va en constante disminución considerando que en los años 60 representaban el 83 por ciento de los embajadores vaticanos.
Otra peculiaridad de la diplomacia vaticana es que sus embajadores raramente son retirados de los países en conflicto. Corren la misma suerte que la población local. "Es cierto, dice Brunori, en general el Papa no retira sus delegados, y esto se debe a que el nuncio tiene una doble función, por un lado la diplomática y por otro lado una más interna, y que insume en realidad la mayor parte de su tiempo, que es la de la relación entre las iglesias locales y la iglesia universal. Es una dimensión intraeclesial, por eso en los países en los que no está representada diplomáticamente la Santa Sede, igual hay un nuncio, que tiene otro nombre, legado pontificio o delegado apostólico".
Esta presencia se verifica incluso en países donde el catolicismo es minoritario y hasta es perseguido. Más aún, la Santa Sede parece incluso más interesada en tener vínculos con esos Estados que con los demás, convencida de que el diálogo es a todas luces preferible, incluso para la protección de sus fieles. "Es así, afirma Brunori. Un ejemplo de esto es que las relaciones diplomáticas con Cuba no se cortaron nunca, jamás".
Diplomacia desarmada
Los nuncios se caracterizan además por un importante protagonismo en las negociaciones de paz. Los argentinos lo experimentamos en tiempos de la escalada bélica con Chile a fines de 1978, cuando el Papa designó un enviado especial, el cardenal Antonio Samoré.
La diplomacia papal, aunque "desarmada", o quizá precisamente por eso, tiene un protagonismo muy especial. Desde la Enciclia iPacem in Terris/i, de Juan XXIII, la Iglesia dejó fijada su posición en materia de conflictos internacionales cuando, en el contexto del peligro nuclear, señaló que el camino debía siempre ser el diálogo. La doctrina fue reafirmada en el documento Gaudium et Spes (del concilio vaticano II, 1962-65), mediante un triple NO: No a la guerra preventiva o de represalia: sólo es legítima la respuesta a una agresión armada. No a la guerra total: la acción militar debe limitarse a lo estrictamente necesario para detener el daño. No a la respuesta desmesurada: evitar el riesgo de infligir un daño más grave que el bien que se quiere defender.
Brunori recuerda el caso de las negociaciones posteriores a la guerra civil que fragmentó a la ex Yugoslavia. Uno de los protagonistas allí fue monseñor Gabriel Montalvo, quien falleció siendo nuncio en los Estados Unidos y que también había participado de la misión del cardenal Samoré en Argentina y Chile. "Beniamino Stella, nuncio en Cuba durante la visita de Juan Pablo II (1998), ahora justamente presidente de la Academia Eclesiástica, estuvo también en Colombia donde debió enfrentar el secuestro de un obispo", agrega.
En efecto, el protagonismo diplomático vaticano tiene a veces consecuencias trágicas. En el año 2003, el arzobispo irlandés Michael Courtney fue emboscado en una ruta de Burundi –donde se desempeñaba como nuncio- mientras viajaba en automóvil diplomático y asesinado por una ráfaga de ametralladora. Posiblemente fue el costo que pagó por su participación en la negociación de acuerdos de paz, firmados un mes antes de su asesinato.