Máxima Zorreguieta siempre estuvo interesada en el mundo de las finanzas por lo que su vocación no estaba en duda. Tras recibirse de Bachiller Internacional, se anotó para cursar Economía en la Universidad Católica Argentina.
La universidad pontificia que pertenece al Vaticano, está regida por un directorio de obispos locales, entre los que se encontraba el actual Papa Francisco, quien por aquellos años era el Cardenal primado y Arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio.
Según Soledad Ferrari, coautora del libro "Máxima, una historia real", en paralelo a los últimos meses del secundario, comenzó el ingreso a la Universidad. A la vez, estaba en pareja con Tiziano Iachetti. Su novio la alentaba para que se recibiera rápido así, en el futuro, podría ayudarlo con su empresa. "Dejá de salir tanto con Tiziano y estudiá para el ingreso", le advertía María Pame cuando no lograba sacar a Máxima de la cama para ir al colegio.
En marzo del 89, se convirtió en una universitaria. De lunes a viernes se levantaba a las seis de la mañana para llegar a las 7.45 a la sede de Económicas ubicada en Bartolomé Mitre al 1800.
No tardó en hacerse de nuevos amigos. Entre ellos estaban Agustín Estrada, Rolo Ledesma y Marcos Bulgheroni, heredero del Grupo Bridas. Como en el Northlands, fue la líder indiscutida de su grupo.
Escuchaba con atención a sus profesores, sobre todo a un auxiliar que la tenía deslumbradas a ella y a sus compañeras. Se trataba de Alfonso Prat Gay, actual diputado nacional por la Coalición Cívica y ex presidente del Banco Central de la República.
Si bien la recuerdan como una alumna responsable nunca fue de las mejores. Tuvo un solo 10, cuatro aplazos con 2 y se recibió con un 9. Terminó la carrera con un promedio de 6, 35.
Sus primeros pasos en el mercado laboral
Sus padres ya se lo habían dicho varias veces: "Enfocate en la facultad, no necesitás trabajar". Pero Máxima tenía ansias de crecer y de administrar su propio dinero. Sabía de los esfuerzos que habían hecho los Zorreguieta para brindarle la mejor educación y sentía que, de alguna manera, tenía que devolvérselos.
Hacía cuentas y con lo que cobraba como profesora particular de matemática, no llegaría muy lejos por lo que empezó a enviar su curriculum a diferentes entidades bancarias para probarse en el mundo financiero. Su padre, Coqui, la acompañó en decisión y la ayudó en esta iniciativa de la joven por conseguir su primer trabajo.
A finales de 1991, Zorreguieta la contactó con Miguel Iribarne, quien había formado parte del gabinete económico de Martínez de Hoz. Iribarne junto a Aldo Ducler y otro socio. habían adquirido Mercado Abierto S.A, una financiera. Los dueños quedaron fascinados con Máxima. Lo mismo ocurrió con los empleados: "Era súper inteligente, divertida y se vislumbraba que tendría un gran futuro", recordó alguien que trabajó muy cerca de la criolla.
Allí, aprendió las reglas de un mundo que le parecía fascinante y no tardó en convertirse en una de las mejores. Cuando renunció, nunca imaginó que en el futuro, su paso por Mercado Abierto le traería un dolor de cabeza a la Casa Real Holandesa. Máxima debía tener un pasado impoluto para pretender ingresar a la Familia Real. Y cualquier vínculo con personas o empresas que se manejaran por fuera de la ley, serían un impedimento.
Cuatro años después de que la Princesa de Holanda fuera empleada de Mercado Abierto, la financiera quedó involucrada en una investigación del Gobierno de los Estados Unidos sobre lavado de dinero. A Máxima la sorprendió la noticia, nunca había escuchado nada sospechoso en las oficinas. Jamás le habían encomendado una tarea que fuera ilícita y tenía excelentes referencias de sus jefes.
Ducler siempre negó conocer de donde provenía el dinero que ingresó en las cuentas de su financiera. Durante años, el empresario se dedicó a demostrar que era inocente. Finalmente, en el 2008, el juez federal Octavio Araoz de Lamadrid le dictó el sobreseimiento definitivo.
En su fallo, el juez sostiene que "Ducler no tenía la más mínima idea de que el dinero transferido provenía del narcotráfico". En Holanda el caso estaba casi olvidado aunque la sentencia no dejó de traer alivio para la Casa Real.
Su paso por la bolsa
Aburrida de su trabajo en Mercado Abierto, no dudo en dejar la financiera cuando quedó seleccionada entre los tres candidatos de la UCA para ingresar al Boston Inversora de Valores. Se trataba de una compañía de inversiones asociada al Bank Boston.
El edificio estaba ubicado en la calle Sarmiento 545, en pleno microcentro porteño. Había terminado su relación con Tiziano y comenzaba una nueva etapa con el chef Max Casá. El joven solía pasar por su oficina para almorzar juntos, sin importarle que, por lo general, Máxima no podía dejar de hablar de trabajo. Entre sus estudios y el trabajo, la futura reina tenía cada vez menos tiempo para todo.
Sus padres temían que se atrasara con la facultad o que la abandonara. Había comenzado como trainee y se propuso ser indispensable para sus jefes. Durante el primer período su tiempo se dividía entre el Boston Securities y el departamento de research de mercados de Bank Boston, donde estaba bajo las órdenes de María Laura Tramezzani quien recuerda a Máxima como una empleada perfecta.
A los tres meses, sus superiores la ascendieron a oficial de cuentas. En el 94, con el efecto Tequila, empezó a estresarse. Le costaba dormir y estaba mucho más delgada. Ya no estaba disfrutando de su trabajo y decidió dar un paso al costado. Tramezzani lamentó la perdida pero entendió que Máxima no la estaba pasando bien. También fue una empleada brillante para Mario Rossi y Marcelo Lacarrere del Boston Securities.
Máxima ganaba en promedio unos 1.500 dólares mensuales, aunque su sueldo tenía una composición fija y otra variable Era a la única a quien le dejaban algunas informalidades, como llegar empapada de la calle por un tormenta y quedarse descalza en la oficina.
Si bien le apasionaba su trabajo, no terminaba de adaptarse a la adrenalina propia de su tarea. Sufría con las crisis del sistema financiero y se sentía pésimo cada vez que un cliente perdía plata. La tenían catalogada como una empleada "impecable y honesta" y ya habían advertido que Máxima quería renunciar. Entonces le ofrecieron un puesto especial.
Máxima pasó a asesorar a inversores institucionales del exterior, grandes fondos o sociedades financieras que quisieran comprar bonos o acciones. Si bien se sentía mejor con este nuevo rol, ya estaba cansada de las crisis argentinas. Quería despegar y hasta no lograrlo no paró. Una mañana se levantó decidida a renunciar.
Su próxima meta era conquistar Nueva York, sin saber que lo que se venía era algo mucho más grande como conocer al Príncipe de los Países Bajos.
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