Hay determinados momentos en las gestiones públicas o privadas en los que el discurso le gana espacios a la acción. Y cuando un grupo de personas se concentra más en la precisión de su decir que en la calidad del hacer, los problemas comienzan a aflorar.
En mi experiencia de vida, cuanto más abstracción se le pone a la política menos gestión la acompaña. La gestión se subestima, pasa a ser un tema menor, de técnicos, mientras que las grandes líneas políticas son las importantes.
La gestión es la noticia
Cuando vemos las noticias relevantes de los últimos meses surge claro cómo los problemas más serios con los que convivimos son problemas de gestión, no políticos.
El accidente de Once (en rigor, un incidente, porque era absolutamente evitable), la implementación del cepo cambiario -contradictoria y errática-, el cierre de importaciones que llega a la falta de insumos médicos o aquellos que paran fábricas, la complicaciones de las pymes productoras de biodiesel, la mala liquidación de los sueldos de gendarmería o la imposibilidad de Chaco de comprar 260.000 dólares, entre otros, son una lista de problemas de gestión.
No incluyo la nacionalización de YPF porque esas son decisiones estratégicas basadas en una convicción ideológica y eso no se cuestiona, se acuerda o no, pero no se cuestiona. Ahora bien, haber llevado adelante una política energética que fue incapaz de cuidar el superávit energético que tenía Argentina es un claro problema de gestión.
La política es ideología (la que marca el rumbo) pero el recorrido (de ese rumbo) es la gestión. La línea se marca una vez cada tanto y se trabaja cotidianamente. No es al revés, que se marca la línea diariamente y se trabaja esporádicamente o de manera poco eficiente.
Cuando se subestima el valor de la gestión salen a la luz los problemas. Hay dos formas de encararlos: hacer una autocrítica por lo que sucede e intentar cambiarlo, o bien buscar un culpable, que en general es externo y mucho más poderoso que el gobierno de turno, lo cual implica imposibilidad de cambiar algo.
El actual gobierno ganó con el 54% de los votos, controla ambas cámaras del Congreso y tiene un presupuesto de 700.000 millones de pesos (la empresa más fuerte del país no factura más de 60.000 millones de pesos al año y es YPF).
Es decir, cuenta con todos los recursos (sociales, políticos y económicos) para concentrarse en la calidad y eficiencia de su gestión sin necesidad de dedicar todo el tiempo a la construcción de un relato a veces tan abstracto como innecesario que lo distrae de lo esencial.
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