Era la noche del 24 de marzo de 1978. Se cumplía dos años del golpe de Estado que dio inicio a la dictadura militar. El país dormía, desconociendo o ignorando el triste destino de cientos de personas secuestradas y torturadas por los militares. Los guardias de la Mansión Seré descansaban. Mientras cuatro jóvenes se las ingeniaban para escapar de ese calabozo de la muerte emplazado en pleno Castelar.
Un clavo, un cable de plancha que trababa las persianas de la ventana totalmente cubierta y una soga de sábanas, con la pizca indispensable de astucia, fueron los elementos suficientes para llevar a cabo la fuga. Claudio Tamburrini, Daniel Russomano, Guillermo Fernández y Carlos García salieron sin ser percibidos y así como estaban, con las manos semiatadas y desnudos, corrieron hasta encontrar refugio.
La historia parece de película. Pero, aunque inspiró un film, es totalmente verídica. En diálogo con Infobae, uno de los protagonistas -Claudio Tamburrini- recordó ese momento de su vida, explicó por qué "lo volvería a vivir" y compartió su opinión sobre los recientes juicios contra los represores del Gobierno de facto.
En aquel entonces, tenía 23 años y era estudiante de Filosofía en la Universidad de Buenos Aires. También jugaba en el Club Deportivo Almagro. Desde noviembre de 1977 a marzo de 1978 fue privado de su libertad y torturado. Todo por su vínculo con un ex compañero de colegio investigado por la Fuerza Aérea. Hoy, tiene 57 años y es un filósofo especializado en ética y deportes formado en Suecia, donde reside desde que pidió asilo político.
-¿Qué tipo de secuelas le dejó su detención en la Mansión Seré?
-No tengo secuelas físicas, y las emocionales, en todo caso, son positivas por las vivencias que he desarrollado a partir de esa experiencia. Es diferente ser sometido a un secuestro o a torturas y escaparse por la propia vía a ser liberado por el torturador. Además, fue edificante que, al fugarnos, indirectamente salvamos la vida de todos los que quedaron en la cárcel. A la semana, la Fuerza Aérea incendió la casa para borrar toda huella de ese centro clandestino de detención. A los que estaban secuestrados los fueron transfiriendo a penales o a comisarías, es decir, blanquearon su situación.
-¿Por qué volvería a vivir ese momento?
-Es una parte determinante de mi vida. Esto es una cosa mala que me pasó, pero que fue la causa que me llevó a vivir mi vida. Si yo no hubiera sido secuestrado probablemente no hubiera salido del país, no hubiera conocida a mi esposa, no tendría a mis hijos, no hubiera tenido la formación profesional que tengo. En ese momento mi vida tomó un curso que nunca hubiera tomado.
-¿Volvió a encontrarse con sus compañeros de habitación en la Mansión?
-En la Mansión Seré, me reencontré en el año 85 con Guillermo Fernández, y nos vemos regularmente. Es el que concibió la fuga. Me volví a ver, muchos años después, con Carlos García en Barcelona, en 2009. En el 85, también lo vi a Russomano cuando esperábamos para dar testimonio en el juicio a las juntas.
Una mirada distinta sobre los juicios a los represores
Tamburrini comparte el reclamo de justicia y castigo contra los responsables del terrorismo de Estado. Sin embargo, según cuenta a Infobae.com, en lo que difiere es en los métodos porque no se está cumpliendo con la consigna de verdad. El destino de los cuerpos de los desaparecidos y los nombres de los apropiadores de bebés aún son una deuda pendiente de la democracia. "Y se nos está acabando el tiempo", advierte.
-¿Cuál es su opinión sobre la reapertura de los juicios a los represores?
-El proceso que se inició a partir de 2003, con la reapertura de las causas, la revisión del proceso y la inclusión de los comandantes y de todos los involucrados en las violaciones de derechos humanos, es positivo. Pero a mi juicio es insuficiente. Ha sido implementado desde una perspectiva errónea; se ha dejado de lado el hecho de que ya han pasado 30 años. El tiempo se nos está acabando, se nos están muriendo los represores. Nos quedan cuestiones fundamentales por resolver, como es saber qué pasó con los detenidos desaparecidos, donde están los cuerpos, dónde están los bebés apropiados, quienes fueron los cómplices civiles de los militares...
-¿Qué propone entonces?
- La única forma de llegar a revelar la verdad es ofrecer una negociación penal. Es decir, una rebaja en las penas a quien colabore totalmente. Muy posiblemente no sea necesario negociar con los comandantes, como Rafael Videla, que tampoco debe tener información puntual de quién se llevó tal bebé. Hay que buscar a los que manejaron concretamente estos operativos. Se ha puesto énfasis en los procesos judiciales en el castigo y en la noción de justicia, pero en una noción de justicia limitada, de justicia retributiva, que consiste en la aplicación puntual de la pena establecida por un cierto hecho delictivo y penal. Pero en este momento la prioridad es la noción de verdad y la noción de justicia concebida más ampliamente porque justicia no es solamente castigar dura y retributivamente.
-¿Cree que puede haber un cambio de mentalidad en cómo se están encarando los juicios?, ¿tuvo la oportunidad de plantear esta propuesta a familiares de desaparecidos?
-Es contradictorio, porque los familiares defienden la necesidad de aplicar un castigo duro a los responsables de las violaciones de derechos humanos, pero también dicen que quieren conocer toda la verdad y saber qué pasó con sus familiares o identificar a los bebés apropiados. Hay una contradicción porque, al amenazar y aplicar una pena dura, se está cerrando una posible negociación y se está instando al condenado a que se calle. Y está afianzando el pacto de silencio entre militares, que la democracia argentina no ha podido quebrar. Pero los mismos familiares reconocen que se está terminando el tiempo y tienen miedo de no poder encontrar a sus nietos. Por eso, el énfasis tiene que ser saldar el déficit de verdad.
-Durante el proceso, buena parte de la sociedad argentina permaneció indiferente a lo que sucedía, ¿hoy la conciencia está formada e instalada?
-El ambiente y la actitud que se percibe en la gente recuerdan mucho a lo que se percibía en 1985 en pleno proceso contra los comandantes. Esta vez hasta renovado, con más energía y más convicción, porque esta vez el entorno apoya, es favorable. En el año 85 los juicios fueron perturbados por los levantamientos militares, había un gobierno civil recientemente establecido y con militares con poder de armas. Hoy no tenemos esa situación, tenemos un gobierno civil, democráticamente electo, consolidado y la amenaza de un golpe militar es inexistente. El problema está en determinar los fines que pretenden conseguir: si es solo juicio y castigo o si pretende también alcanzar el esclarecimiento de la verdad. Si uno elige este último fin, eso tiene que influir necesariamente en el tipo de pena que elijan, en el tipo de negociación penal.
-Argentina se convirtió en referente para la región por el enjuiciamiento de los responsables de la dictadura, ¿cuáles son los errores que deberían corregir los países de Latinoamérica que decidan emprender la misma vía?
-En general, cuando hablamos de terrorismo de Estado, en especial cuando es de muchos años antes, cuando los testigos ya no recuerdan o muchas pruebas han sido destruidas, cuando es más difícil reconstruir lo que ha sucedido, se hace mucho más difícil. Hay que dar prioridad al esclarecimiento de la verdad y de los hechos. Y a partir de eso elaborar una política de persecución penal: qué necesitamos saber y qué es lo que no sabemos.