Malvinas, cacerolas y la coartada británica

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Los cacerolazos no se inventaron entre nosotros, ni entre los chilenos. Nacieron como una protesta antibritánica.

En julio de 1755, miles de colonos franco-canadienses, llamados acadianos –originarios de Poitou– fueron violentamente deportados de sus tierras en el este de Canadá (hoy Nueva Escocia) por soldados británicos, cuando parte de las posesiones francesas de América del Norte fueron cedidas a la corona inglesa por el Tratado de Utrecht (1713).

Esta expropiación masiva tuvo lugar porque los acadianos se negaban a jurar fidelidad a la Corona. No querían ser ingleses, pero su voluntad no fue escuchada.

Fueron embarcados a la fuerza en naves que los repartieron luego en otras colonias británicas, donde fueron muy mal recibidos por una población hostil a estos "intrusos" de origen francés.

Antes del embarque, eran separados en grupos por sexo y edad y muchas familias fueron desmembradas. De los cerca de 8.000 acadianos afectados por este Grand Dérangement (Gran Perturbación), muchos perecieron por hambre, enfermedad o en naufragios.

Los que intentaron una fuga fueron cazados como animales. Y los escasos sobrevivientes, condenados a una vida errante.

El tintamarre o concierto de cacerolas es una tradición inspirada en esa tragedia. Los acadianos usaban aquel "ruido" para transmitir noticias tales como un nacimiento o la llegada de un barco. Más tarde, también comunicaron el drama, cuando sus escuelas, granjas e iglesias fueron clausuradas por los británicos.

Décadas después, sus descendientes, instalados en el Quebec, la parte francófona de Canadá, apelaron a los cacerolazos para protestar contra el poder británico y también para recordar aquella masiva deportación.

El pasado condena a Londres 

En relación al reclamo argentino de soberanía sobre las Malvinas, se ha citado el caso de la isla Diego García, en el Océano Índico, cuyos habitantes fueron expulsados sin miramientos por los ingleses cuando éstos decidieron, en 1971, alquilársela a los estadounidenses para la instalación de una base militar. Dos mil personas, una población similar a la de Malvinas, fueron desterradas en una operación que la propia justicia británica consideró a la postre ilegal (aunque la medida nunca fue revertida).

Pero, como lo demuestra el antecedente de Acadia, lo de Diego García no fue excepción, sino tradición: otro caso en el cual el Reino Unido no actuó sobre la base de los deseos de los habitantes, cosa que ahora asegura estar haciendo en Malvinas.

En el Parlamento británico, el premier David Cameron se congratuló por la decisión de los kelpers de celebrar un referéndum para "demostrar que creen en la autodeterminación". "Es muy importante, dijo, porque Argentina trata continuamente de ocultar este argumento y pretende que las opiniones de los isleños no importan. Espero que hablen fuerte y claro y que Argentina escuche".

La iniciativa de un referéndum no es espontánea, sino otra argucia británica. También en Gibraltar, el Peñón usurpado a España, idearon un referéndum. Fue en el año 2002, para que los habitantes expresaran su "deseo" de rechazar un acuerdo de co-soberanía con Madrid.

La misma metodología se traslada ahora al Atlántico Sur. Pero el pasado condena a Londres, que no puede exhibir ningún antecedente de respeto por la autodeterminación de los pueblos –si ésta es opuesta a sus intereses–. Ello desnuda el carácter de coartada que tiene la continua apelación a los deseos de los habitantes de Malvinas. Londres sabe perfectamente que, por el lado de la historia, la diplomacia o la política, no tiene argumento alguno a su favor.

Ningún experto ha logrado refutar las tesis favorables a Argentina, tanto en lo que hace al descubrimiento de las islas como a su posterior colonización y gobierno. La investigación más completa está contenida en el trabajo de un jurista estadounidense, Julius Goebel, La pugna por las islas Malvinas, que entre otras cosas demostró la existencia de un pacto secreto entre Londres y Madrid en el año 1771 por el cual los británicos reconocían los derechos españoles. "Después del abandono de Puerto Egmont por los británicos, en 1774, los españoles ejercieron la más absoluta soberanía sobre todo el grupo de las islas, no limitando sus actos de gobierno y de control a las mismas, sino que extendieron su dominio hasta los mares adyacentes (…). No parece que estos actos hayan encontrado resistencia alguna. Los británicos los aceptaron, y mediante la convención de Nootka Sound les dieron su consentimiento formal al reconocer el status quo existente en la mitad meridional de la América del Sur", dice Goebel.

Es por eso que al Reino Unido no le queda más recurso que apelar a la excusa de los "deseos" de los kelpers, que sabe concurrentes con los suyos. De otro modo no los escucharía. Como antaño no escuchó las cacerolas de los acadianos.

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