Nueve años en la Argentina de los Kirchner

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Hace nueve años, en el mes de mayo de 2003, tuvo lugar en la Argentina un hecho dramático y generalmente positivo. En el extremo sur del continente nacía un nuevo gobierno encabezado por Néstor Kirchner, dentro de las normas de una democracia joven y vigorosa, elegido como la mayoría de los gobiernos de la región, aunque sin un voto total de confianza. Los Kirchner avizoraban entonces una nueva Argentina, que quebrara con el viejo partidismo, que borraría los resabios de un cruel gobierno militar y revertiría las acciones que resultaban de una visión económica que ellos, por lo menos en su discurso, rechazaban, aunque el país se había beneficiado enormemente.

Todo nacimiento es difícil; todo proceso de reconstrucción y crecimiento es traumático. La Argentina comienza a salir de la peor crisis financiera de las últimas tres generaciones gracias, en medida importante, a las acciones del gobierno legítimo que lo precede. Ayuda una política financiera moderada, una profunda devaluación de la moneda, con inflación medianamente alta pero controlada, el legado de diez años de modernización, aunque con defectos, y la recuperación sostenida de los precios de las exportaciones argentinas que habían llegado a niveles críticamente bajos en 2001 y 2002.

La Argentina de los Kirchner de hoy, ya después de dos éxitos electorales contundentes, ha crecido fuertemente. Aun ajustando por las distorsiones resultantes de índices de precios nacional e internacionalmente reconocidos como incorrectos, el PBI per cápita de Argentina ha crecido casi 60 por ciento de 2002 a 2011, y más de un 25 por ciento desde 2005, el año en que el país se recupera de la recesión de 1999-2002. Ello es claramente un logro extraordinario para la Argentina. La pregunta es si es un logro del gobierno de los Kirchner. Mi respuesta, en el caso más favorable, es de profunda duda.

La crisis del 2001-2002 fue en parte consecuencia de un sistema cambiario incompatible con la política fiscal, en el contexto del deterioro de términos de intercambio (el precio de las exportaciones respecto del precio de las importaciones) a los peores niveles en 15 años y la devaluación del real brasileño. La recuperación fue consecuencia, tal como se sugiere anteriormente, de una economía que se había modernizado enormemente en los años 1990, y de un sostenido crecimiento en los precios de las exportaciones. En particular, los términos de intercambio, tal como los mide muy prudentemente CEPAL, mejoraron un 30 por ciento en 10 años, y más de 15 por ciento desde 2005.

El impacto adicional interno es pequeño. Más aún, hubo inicialmente un período de bonanza impositiva y fiscal desde 2002 a 2005, causado por la devaluación, más el efecto positivo de precios internacionales. Desde entonces hasta 2011 la posición fiscal se deterioró en 5 por ciento del PIB incluso con crecimiento, y más aún en 2012. Ello sin tener en cuenta que el gobierno argentino ahorró recursos luego de que arbitrariamente confiscó una gran parte de la deuda externa, los fondos de pensión, las reservas internacionales y ahora los activos de empresas internacionales y está en serios atrasos con la mayoría de los miembros del G20, grupo al que la Argentina todavía pertenece. Más aún, los estimados son que las salidas de capital a todo nivel han sido de por lo menos 50 mil millones de dólares en los últimos 6 años; ha caído estrepitosamente la inversión extranjera directa (Argentina ocupa el sexto lugar de America Latina, cuando en décadas pasadas había estado en segundo lugar) y la inversión productiva ha sido baja.

¿Y cómo ha beneficiado el Gobierno a la mayoría que lo votó? Los Kirchner no han gobernado con violencia física oficial y no han reprimido, salvo por coerción, a sus opositores. El ingreso real creció en 25 por ciento desde 2006 y se han dado algunos beneficios a las familias con hijos. Pero si tomamos las cifras del salario real, y lo ajustamos por índices de precios realistas, este salario prácticamente no ha variado desde entonces aunque se ha recuperado de los niveles dramáticos de 2001-2002.

Las cifras de distribución de ingreso, aun con datos oficiales, no muestran un panorama halagüeño. Quizás son mejores que en Brasil y México, pero ciertamente peores que en China, Corea, la India y Uruguay. La pregunta, entonces, es: si las empresas extranjeras están en retirada y el sector empresario tradicional también, ¿quién se ha quedado con los beneficios del crecimiento y del gasto de Gobierno?

¿Por qué la infraestructura no mejora y la provisión de servicios públicos es defectuosa? Más aún, después de un anunciado triunfo económico, y con precios internacionales casi a niveles récord, ¿cómo puede pensarse que es un logro la instrumentación de controles arbitrarios a las importaciones, controles cambiarios que no se habían visto en dos décadas o más, y un floreciente aunque ilegal mercado negro de divisas?

Las respuestas a estos interrogantes son imaginables. Más aún, hay un claro rechazo y sanciones crecientes por parte de la comunidad internacional frente a estas medidas, aun dada la importancia del país en el mercado agrícola.

Por último, si se observan los resultados de los estudios internacionales que comparan el desempeño educativo de la Argentina con otros países, dentro del Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos de la OCDE (PISA, por sus siglas en inglés), no son positivos. América Latina ha mejorado menos que otros países su nivel educativo, pero Argentina es el único país en la región donde el desempeño ha empeorado respecto de años anteriores. Este no es el legado del pasado sino el resultado directo de las acciones de política económica y social del Gobierno.

Por ello miro con triste añoranza las perspectivas de mi Argentina que nos dio tanto en el pasado, pero cada vez más se queda atrás, sumida en una realidad sorprendentemente complaciente y mediocre.

Claudio Loser
Centennial Group America Latina y Diálogo Inter-Americano

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