A mediados de la década de los 90, cuando un desconocido jefe saudita declaró la guerra a los EEUU desde una cueva en Afganistán, pocos eran los responsables de inteligencia y seguridad en los Estados Unidos que tenían siquiera una remota idea de quién era Osama Bin Laden, dice el autor de La torre elevada (*), un relato de atrapante formato policial sobre las vicisitudes de la creación de la red terrorista Al Qaeda y las de los hombres que, en los Estados Unidos, tenían la responsabilidad de investigarla. Y de informar y alertar a las autoridades sobre las posibles amenazas a la seguridad del país.
Una tarea en la cual enfrentaron muchos obstáculos, tanto de índole política como burocrática. En particular, como trasfondo de toda la investigación, aparece la rivalidad entre la CIA y el FBI, los dos organismos estadounidenses que se ocupan de la tarea de inteligencia externa e interna respectivamente pero que, de acuerdo a lo expuesto en este libro, fallaron dramáticamente en la cooperación interagencias. Del relato de Wright se desprende que la prevención del atentado contra las Torres Gemelas y el Pentágono de septiembre de 2001 era posible y que el peso de la balanza de errores recae esencialmente en "la compañía".
"Los miembros de la I-49 estaban tan acostumbrados a que les denegaran el acceso a la información confidencial que compraron un CD con la canción de Pink Floyd Another Brick in the Wall. Cada vez que recibían la misma excusa de las 'fuentes y métodos sensibles', acercaban el teléfono al reproductor de CD y pulsaban play", escribe Wright.
También Richard Clarke, por entonces Coordinador Nacional de Antiterrorismo de la Casa Blanca, y una de las fuentes más consultadas por el autor, dejó testimonio de la falta de colaboración de la CIA y de las muchas advertencias caídas en saco roto sobre la existencia de un plan para atentar en el territorio estadounidense contra sitios emblemáticos.
Wright relata, por ejemplo, que el 5 de julio de 2001, Clarke había reunido a representantes de la Administración Federal de Aviación, del Servicio de Inmigración, de la Guardia Costera y del FBI, entre otros, para avisar: "Va a ocurrir algo realmente espectacular aquí y va a ocurrir pronto".
Aún así, tal como lo reconstruye este libro, la burocracia y la rivalidad y mezquindad humanas se combinaron para evitar que la información -por ejemplo, los datos sobre la presencia en territorio estadounidense de sospechosos vinculados a anteriores atentados en el mundo árabe- llegara hasta las personas que podían atar los cabos.
En el centro de la trama de La torre elevada, además de Bin Laden y sus más estrechos colaboradores, está un personaje fascinante: el agente del FBI John O'Neill, un hombre "impetuoso" y "brillante", apasionado por su trabajo, pero enredado en una intrincada vida personal -como tener tres "esposas" en simultáneo- que complicó su carrera en el servicio secreto. "Para bien o para mal, aquel era el hombre del que Estados Unidos dependía para detener a Osama Bin Laden", escribe Lawrence Wright.
O'Neill había sido nombrado jefe de la sección antiterrorismo del FBI en febrero de 1995. Allí lo encontró Dick (Richard) Clarke cuando llamó para avisar que Ramzi Yusef, sospechoso de ser el cerebro detrás del primer atentado contra el World Trade Center, en febrero de 1993, había sido localizado en Islamabad.
Se inicia entonces para O'Neill una larga pesquisa sobre las actividades de los grupos extremistas islámicos, que lo llevará a Yemen para indagar en torno al atentado contra el portaaviones Cole, en octubre de 2000, pero también a Pakistán y a Arabia Saudita.
Y, sobre todo, a la conclusión de que Al Qaeda, "a medida que se aproximaba el nuevo milenio", aprovecharía "para conferir dramatismo a su guerra contra Estados Unidos", cuenta Wright. "Nos toca", decía O'Neill a sus amigos.
Pero los avances de su investigación se verán frenados, en parte debido a sus propias limitaciones personales, aunque sobre todo por desinteligencias tanto en el seno del FBI como con las demás agencias y organismos.
La trama de los acontecimientos que llevaron al 11-S está admirablemente reconstruida en este libro que traza en paralelo, por un lado, el derrotero de Bin Laden y sus hombres, la conformación y extensión de Al Qaeda y las peripecias de los protagonistas del atentado, y por el otro, el de su persecución, con un estilo que crea intriga al punto de hacerle olvidar por momentos al lector de que se trata de episodios históricos. Pero la "novela" de Wright, periodista de profesión, está sustentada en innumerables viajes y estadías en Egipto, Arabia Saudita, Pakistán, Sudán y varios países de Europa, y en más de 500 entrevistas con testigos, protagonistas y expertos, incluyendo muchos jefes jihadistas y agentes del servicio secreto, aunque no pudo entrevistar a todos los personajes clave de esta historia; como es lógico, algunos se negaron a hablar y otros no estaban disponibles por encontrarse en prisiones secretas o con paradero incierto.
El autor ha debido lidiar además con una extensa documentación, heterogénea y con grados de fiabilidad muy diversa. "Para elaborar este libro -explica él mismo- ha sido necesario comparar centenares de fuentes contrastándolas entre sí, y es justamente esta comprobación recíproca la que permite aproximarse a la verdad, a los hechos más fiables. Se le podría llamar investigación horizontal, ya que tiene en cuenta los puntos de vista de todos los participantes dispuestos a hablar".
Como resultado de esa indagación, casi cada afirmación y cita está debidamente relacionada con su fuente, lo que confiere al libro un carácter de documental novelado.
En la miniserie en dos partes, The Path to 9/11, emitida en 2006 por la cadena ABC, que reconstruye los acontecimientos previos al ataque contra el World Trade Center, John O'Neill fue interpretado por el actor Harvey Keitel (ver fotos relacionadas). La suya, sin dudas, fue una vida de película, que bien merecía una consagración en el celuloide.
También el texto de Lawrence Wright va ganando en dramatismo hacia las instancias finales, cuando el agente O'Neill, al ver manchada su carrera por tomar estado público un incidente que había protagonizado, decide pedir su retiro, luego de 31 años de servicio.
Era el mes de agosto de 2001. John O'Neill creía que se iniciaba para él una nueva etapa en la actividad privada: asumía en esos días el cargo de jefe de seguridad del World Trade Center....
(*) La torre elevada. Lawrence Wright. (Debate, Editorial Sudamericana, 2011)
Ver extractos del libro aquí