Desde el siglo XIII, los Grimaldi, una familia patricia originaria de Génova, ocupan ese pedazo de tierra rocosa a orillas del Mediterráneo, enteramente rodeado de territorio francés; dominio que los convierte en la dinastía reinante más vieja de Europa.
En 1856, para paliar la falta de recursos financieros, agravada por la pérdida de dos localidades -Menton y Roquebrune- que pasaron a formar parte de Francia, el soberano de entonces, príncipe Carlos III, autorizó la apertura de casas de juego y casinos -prohibidos en los territorios vecinos. Esto le permitió a Mónaco un rápido enriquecimiento y desarrollo, al punto que en 1869, el soberano pudo darse el lujo de suprimir los impuestos personales e inmobiliarios, lo que generó un boom de construcción. Unos años antes, se creó la Sociedad de Baños de Mar a la que se le concedió la explotación del casino, ubicado en un barrio que adquirió desde entonces el nombre de Monte Carlo, en homenaje al visionario soberano.
Estas primeras exenciones marcaron en efecto el destino del principado como paraíso fiscal y refugio de fortunas bien o mal habidas. Ni la Segunda Guerra Mundial interrumpió la vocación del pequeño Estado de ser "facilitador" de transacciones bancarias y financieras. Mónaco adoptó una política de "neutralidad" al estilo suizo, lo que le permitió al gobierno alemán eludir el embargo impuesto por los aliados y al Principado sostener su prosperidad financiera.
En teoría, Mónaco es un Estado independiente. En la práctica, su supervivencia está atada a la relación con Francia que, entre otras cosas, asegura su defensa. En 1641, un tratado puso al Principado bajo cierta tutela francesa, pero con respeto de su autonomía. Unidad aduanera o protectorado, las fórmulas de su relación con Francia han ido cambiando y adoptando términos que van de la "amistad protectora" a una "comunidad de destino", tal la fórmula adoptada en 2002.
En términos oficiales, según la reforma del tratado adoptada ese año, "la República Francesa asegura al Principado de Mónaco la defensa de su independencia y de su soberanía y garantiza la integridad del territorio monegasco en las mismas condiciones que el suyo". Por su lado, el Principado "se compromete a que las acciones que lleva adelante en el ejercicio de su soberanía sean concordes con los intereses fundamentales de la República Francesa en los planos político, económico, de seguridad y de defensa".
En esa última reforma del tratado que lo une a Francia, Mónaco logró sortear la cláusula que establecía que, en caso de vacancia de la corona, volvería a la condición de protectorado francés; una amenaza que se hacía demasiado real a la luz de la larga soltería del príncipe Alberto II.
Precisamente, el actual soberano y flamante esposo se ha empeñado en una campaña para redorar los blasones de los Grimaldi, presentando a su diminuto feudo como un sitio moderno abierto a las tendencias del momento, como la ecología, por ejemplo.
Su casamiento, como otrora el de sus padres, Rainiero III y Grace Kelly, es parte fundamental de este relanzamiento que también espera ser económico, ya que Mónaco se vio afectado por la crisis de estos años, con una marcada caída de los ingresos que le aporta el turismo.
En el año 2009, la OCDE sacó a Mónaco de la lista de paraísos fiscales para pasarla a una un tanto gris de territorios que "se comprometen a mejorar la transparencia e intercambio de información" sobre operaciones financieras en sus jurisdicciones.
Pero más allá de este logro diplomático, y de la propaganda, lo cierto es que la economía de Mónaco depende de unas 70 entidades financieras que operan en su territorio y mueven fondos por un monto que ronda los 50 mil millones de euros en el marco de una estricta confidencialidad y respeto al secreto bancario.
Inmobiliario, turismo y juego son las caras visibles de una economía que opera principalmente en las sombras y explica la desproporcionada prosperidad de un territorio diminuto -2 kilómetros cuadrados- poblado por 30 mil almas.
La ausencia casi total de toda imposición directa es lo que vuelve "paradisíaco" al lugar. Sin impuesto al patrimonio ni a la renta personal -en los papeles, Mónaco financia su presupuesto con el IVA-, y con una bajísima tributación para las industrias y sociedades, el principado se ha convertido en el sitio de residencia ideal para millonarios y famosos de la élite internacional.
Del total de su modesta población, sólo un 21,5% son monegascos por nacimiento, lo que ratifica la apertura del Principado a quienes buscan eludir al fisco de sus respectivos países refugiándose en un soleado paraíso mediterráneo.
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