Pero además de los campos de juego, el gobierno nacional invirtió al menos 56 millones y medio de dólares, sobre todo en autopistas y aeropuertos.
El estadio de Ciudad del Cabo, que costó casi US$600 millones, se convirtió en el centro de la polémica después de que la empresa Sail Stadefrance, que se ocupó de su administración durante el máximo certamen del fútbol mundial, diera marcha atrás en su compromiso de alquilarlo por 30 años.
Sail Stadefrance argumentó que tras un estudio llegó a la conclusión de que mantener la cancha es demasiado costoso, y que los gastos que calcula que se producirían en los primeros cinco años la llevó a deducir que la inversión sería "irresponsable e imprudente".
Aunque en algunos estadios se han celebrado importantes eventos deportivos tras el Mundial, en especial en el Soccer City, en otros como el de Polokwane o el de Port Elizabeth no hubo actividad desde la Copa del Mundo, por lo que ya se encuentran en una situación económica insostenible.
Para solucionar este problema, el Gobierno está instando a los equipos de rugby y cricket, dos deportes que en Sudáfrica mueven más dinero que el fútbol, a que organicen partidos en los nuevos estadios o que se trasladen a ellos para asegurar su viabilidad.
La respuesta de las instituciones y equipos de rugby y cricket es que cuando se construyeron los campos de juego no se los consultó sobre cómo deberían ser construidos, o si luego se iban a querer aprovechar las instalaciones para jugar encuentros de estos dos deportes.
"Desafortunadamente, estamos limitados por el tamaño del campo de juego. Y cuando se construyeron nosotros no formamos parte del proyecto", aseguró el Director Ejecutivo de Cricket South Africa, Gerald Majola.
Por su parte, analistas como Piet Coetzer, del Boletín de Inteligencia del Liderazgo, destacaron que "lo que estuvo más ausente en la planificación de la construcción de estos ostentosos monumentos fue cómo se pagarían las facturas después de que las 32 selecciones y sus hinchas se hubieran marchado".
Mientras tanto sólo una minoría de los sudafricanos se beneficia del Gautrain, el nuevo sistema de transporte público considerado el estandarte de la modernización de las comunicaciones en Sudáfrica. Pero pocos pueden pagar los 10 euros que cuesta un boleto desde el centro de Johannesburgo hasta el aeropuerto de esa ciudad.