Antes de que Mario Gómez escribiera "Estamos bien en el refugio los 33", cuando todo era incertidumbre, Sebastián Piñera se debatió entre arriesgar la vida de los rescatistas o abandonar para siempre los cadáveres de los 33 mineros de Copiapó. Si aquel papelito no hubiera llegado de las profundidades, tal vez el yacimiento San José sería hoy una tumba. Como la mina mexicana de Pasta de Conchos, sellada hace cuatro años.
"Hoy, más que nunca, se nos restriega el recuerdo de lo que pudo haber sido y no fue. El rescate que nunca se intentó. La enanez del grandote Fox. La mezquindad del magnate Larrea, de Minera México. Y la indiferencia de muchos medios de comunicación que se limitaron a reseñar la inacción del no pasa nada, porque todo está perdido", se lamentó el analista mexicano Ricardo Rocha, en una columna titulada "Victoria chilena... vergüenza mexicana".
Aquel 16 de febrero de 2006, 65 mineros cumplían con su turno nocturno en Pasta de Conchos, Coahuila. Una explosión letal de gas metano fue lo último que ocurrió en la mina de carbón de Minera México, el grupo del rubro más grande del país. Nunca se sabrá si hubo sobrevivientes que rescatar, porque el plan de salvataje duró poco. Ni siquiera se comprobó con exactitud a cuántos metros de la superficie estaban los obreros.
Raúl Plascencia Villanueva, presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos de México, recordó que el Gobierno federal del ex presidente Vicente Fox no atendió las recomendaciones para rescatar los cuerpos de los mineros. Detalló que la CNDH hizo sugerencias directas al secretario de Trabajo, Francisco Salazar. Nadie olvida que, como responsable de la emergencia, Salazar declaró que los operarios "bajaban borrachos o drogados" a trabajar.
"Aquí nunca hubo la sensibilidad que vimos en Chile. Cuando miro las imágenes de Piñera, recuerdo que Fox ni siquiera visitó la mina. El Gobierno hizo un aparente esfuerzo para rescatarlos, pero duró solamente unos días", relató a El País el periodista mexicano Diego Enrique Osorno, que cubrió la tragedia. Aún hoy, las viudas que reclaman los cadáveres para enterrarlos se topan con la indiferencia de la administración actual.
Oficialismo y oposición insistieron en que el accidente de Copiapó y el de la Mina 8 en Pasta de Conchos no son comparables. "No soy experta en minería ni geología, pero me queda claro que la de allá es una mina de cobre y la de Coahuila es de carbón. Hay elementos químicos y gases presentes, y yo supongo que son condiciones diferentes", arriesgó Hilda Flores Escalera, legisladora del opositor PRI.
En efecto, los expertos señalan que hubiera sido muy riesgoso intentar una perforación de emergencia en una zona llena de carbón y metano -material combustible- y donde una explosión acababa de sacudir las estructuras rocosas. Sin embargo, las autoridades tampoco intentaron hallar los cuerpos en los meses o años posteriores.
Raul Vera, obispo de Coahuila involucrado con la causa desde su inicio, está convencido de que nunca fueron en busca de los cadáveres, porque los hubieran encontrado a todos juntos, lo que "hubiera confirmado que estaban vivos y que esperaban un rescate".
Desde las oficinas del gobierno de Fox siempre dijeron que era imposible que hubiera sobrevivientes, ya que la onda expansiva los habría matado a todos de inmediato. Pero Vera recuerda que, en los meses posteriores al accidente, apenas dos de los mineros muertos fueron hallados. No estaban quemados: los dos habían muerto por falta de oxígeno.
Al respecto, el Panel Internacional de Expertos en Seguridad en Minas diagnosticó en 2007 que nada hubiera ocurrido "si existiera un sistema de mantenimiento y monitoreo riguroso e íntegro, un sistema con una ventilación eficiente (de gases tóxicos y explosivos), si se implementara una mejor tecnología para soportar los pilares y los marcos de apoyo, y si hubiera una política gubernamental que promoviera la desgasificación de las minas de carbón".
Minera México, con la complicidad del Gobierno y del sindicato, desatendió las advertencias de los trabajadores sobre los niveles insoportables de metano que había en el yacimiento. Sin el gas, ni explosión ni asfixia hubieran matado a nadie. Sólo después de la tragedia, las autoridades clausuraron la mina. En Chile, por fortuna, no murió nadie antes de que taparan el pozo.