Atiq, este agricultor bangladesí de 50 años, no sabía que el agua que sacaba todos los días del pozo de su jardín estaba contaminada con arsénico, un elemento químico tóxico.
Vive con su familia en una casa de chapa, en medio de campos de arroz. Según los especialistas, no sabe que tiene cáncer.
"Desafortunadamente, que lo supiera no cambiaría nada. No hay hospital cercano en el que se pueda atender, o los tratamientos son demasiado caros", advierte en una entrevista al diario Le Monde, casi resignado, el médico Ahmed Alauddin, que trabaja en el centro médico de la Universidad de Columbia.
En 2000, la universidad neoyorquina estableció en el distrito de Araihazar, a dos horas en coche de la capital bengalí, Dhaka, una clínica para estudiar los efectos del agua contaminada y las consecuencias en los 12 mil habitantes del lugar.
El resultado fue un estudio publicado en junio de este año en la revista especializada The Lancet. La investigación reveló que la mitad de la población de Bangladesh consume agua con niveles de arsénicos superiores a los normales. El agua contaminada puede producir cáncer, diabetes y enfermedades cardiovasculares.
Según este estudio, en Bangladesh, una de cada cinco muertes se produce por el arsénico. La población sufre "la contaminación masiva más grande de la historia", según la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Todo comenzó en la década de 1960. Para luchar contra las epidemias del cólera y aumentar la producción de arroz, millones de pozos fueron excavados con la ayuda de organizaciones no gubernamentales (ONG). En la década de 1990, los científicos descubrieron -ya demasiado tarde- que esas napas subterráneas eran mortales.
El arsénico, que naturalmente está en el suelo, se vuelve peligroso en altas concentraciones como sucede en algunas de las napas subterráneas bangladesíes. Casi un cuarto de los 4,8 millones de pozos analizados están contaminados a niveles considerados peligrosos.