La historia acerca de la contraofensiva montonera

Marcelo Larraquy reconstruyó la historia de las personas a los que se reconoce como desaparecidos, pero no como soldados, los cuales quedaron marginados de la memoria. "La violencia política tuvo mucha injerencia en la historia argentina", dijo en Radio 10

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La década del 70 volvió a acaparar la atención de muchos lectores este fin de semana que fueron advertidos del trabajo equilibrado del periodista Marcelo Larraquy, el cual se ha especializado en las investigaciones de las décadas del 60 y del 70.

Fuimos Soldados es una obra que se caracteriza por el tratamiento equilibrado de esa parte sensible de la historia argentina, habida cuenta de que en una lectura ágil narra los principales acontecimientos de la guerra civil que afectó a la Argentina en los 70. A continuación, un adelanto de la obra:

?La operación contra los gerentes de la fábrica Bendix de Munro, se produjo a partir de un pedido del frente sindical montonero a la jefatura de la Columna Norte. Era parte de una venganza. Algunos integrantes de la comisión interna de la fábrica habían sido secuestrados por la policía. Uno apareció muerto, con el rostro desfigurado. Los otros estaban desaparecidos. El frente sindical montonero dijo que los tres habían sido marcados como "tipos peligrosos" por los gerentes de Bendix a la policía. La jefatura de Columna Norte bajó la orden a la Unidad de Combate para implementar la represalia. El plan era tomar la casilla de seguridad de la fábrica, entrar en las oficinas y matar a tres gerentes. Se organizó un equipo grande: dos camionetas, un auto, diez combatientes. Montoneros estaba en un proceso de fuerte militarización. Las cosas se resolvían así. Dos mujeres con pelucas rubias atravesaron el portón de rejas y se acercaron a la casilla de seguridad. Ellas sacaron sus armas y los redujeron. Ingresaron los dos pelotones, y el jefe de la operación se quedó en la casilla. El frente sindical había aportado los planos de la fábrica.?

?Dos hombres se dirigieron hacia la izquierda. Fueron atendidos por dos secretarias. Se presentaron como policías. Los dos estaban vestidos de traje. Cada una de ellas llamó por teléfono a su jefe y lo acompañaron a las puertas de las oficinas. Lazarte se presentó como oficial de la seccional, le dio la mano al hombre que pocos segundos después iba a matar y mientras éste, después de recibirlo de pie, cerró las puertas y fue acomodándose detrás de su escritorio, Lazarte le disparó un tiro. Mientras el hombre se derrumbaba le disparó otros dos, y otros cuatro cuando ya estaba caído en el suelo. No vio una explosión de sangre sobre la alfombra, sino apenas hilos rojos que iban surcando distintas facciones de la cara. El otro soldado montonero hizo lo mismo, aunque con menos espacio para la intimidad: apenas vio al gerente de personal, puso un pie en la oficina y con la puerta entreabierta empezó a dispararle hasta dejarlo tumbado.?

?En tanto, enfrente, sobre el ala derecha de la fábrica, otro montonero efectuaba el mismo procedimiento. Le pidió a la secretaria que le comunicara al gerente general que un policía necesitaba hablar con él por la situación gremial, en la fábrica. Pero aquí hubo un imprevisto: el gerente todavía no había llegado. El soldado, que había sido formado en la Acción Católica y siempre hacía referencia al cristianismo, no le creyó y subió a los saltos las escaleras hasta el primer piso. Abrió la puerta de la oficina y la encontró vacía. El gerente no estaba. Entonces tiró una granada y cerró la puerta. Explotó mientras bajaba. Cuando escucharon las detonaciones de los disparos en las dos oficinas de sus jefes, las secretarias se levantaron y salieron corriendo por el pasillo para ver que había sucedido. Cruzaron a Lazarte y al otro soldado a paso rápido. ?Asesinos, asesinos?, les gritaron las secretarias y empezaron a correrlos. De golpe, Lazarte se dio vuelta y les apuntó, ordenándoles que se callaran. Pero siguieron gritando; Lazarte las miró a los ojos, pero no las mató. Los tres soldados salieron al patio corriendo y se reunieron en la casilla de seguridad. Hicieron una formación militar frente al jefe de la operación y reportaron que la misión había sido cumplida.?

?Todavía les llegaba el grito de ?asesinos? de las secretarias cuando atravesaron el portón y abordaron las camionetas. Sin embargo, hubo otro imprevisto. El chofer del auto que esperaba en la calle vio por el espejo retrovisor a un policía de civil caminando por la vereda. Lo conocía. Bajó del auto con un fusil FAL y lo enfrentó en la vereda. ?Pibe, pibe, yo te conozco. Somos vecinos?. El policía no mentía. Los dos vivían en Villa Concepción. Eran del mismo barrio. El policía recibió una ráfaga de disparos. Quedó tendido en un charco de sangre en la vereda. Los obreros de la planta se asomaron a la ventana. A punto de ingresar en el auto, Lazarte le preguntó al soldado por qué había matado al policía. Le pareció innecesario. ?Si no lo hubiera matado tendría que pasar a la clandestinidad?? El otro soldado, al que le había fallado su víctima, preguntó si el policía podría estar vivo. Sin escuchar la respuesta, bajó, fue a la vereda, le disparó al cuerpo y volvió al auto, aliviado. Se fueron cinco minutos después de haber llegado, y dejaron tres muertos.?

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