Ella era extraordinaria, la clase de jugadora que pasaba como ráfaga al lado de sus oponentes dando un veloz primer paso y algunas fintas endiabladas con su mano izquierda. "Como que se deslizaba en la cancha", recuerda Julie Henderson, compañera suya en Notre Dame.
Pero cuando concluyó su carrera en el básquetbol universitario, intentó entrar al Shock de Detroit, de la Asociación Nacional de Baloncesto Femenino (WNBA, por sus siglas en inglés), y no fue aceptada. Enseñó durante un tiempo en una escuela de Chicago y fue entrenadora, pero no estaba satisfecha.
"Tenía que hacer algo diferente con mi vida. Era aburrida, no iba a ninguna parte", dijo después. Así, decidió enrolarse en el ejército, y la destinaron a Irak.
El 25 de mayo, Green estaba sentada detrás de una pila de sacos de arena en Bagdad cuando un proyectil de un lanzagranadas pasó zumbando junto a su cabeza. Tomó su fusil M-16, giró de inmediato para responder el disparo y fue lanzada al suelo por otro proyectil que estalló cerca de allí.
Mientras yacía retorciéndose detrás de los sacos de arena podía ver sangre fluyendo de su pierna. No sentía su brazo izquierdo. Pensó que podía estar muriendo.
"Dije, Oh Dios, sólo tengo 27 años. Aún no he hecho lo suficiente en mi vida", recordó.
Cuatro compañeros suyos la izaron desde el techo. Pasaron algunas horas antes de que se abandonara al llanto. Pero rápidamente recobró la compostura.
Llamó por teléfono a Willie Byrd, su esposo de hacía apenas un mes, que estaba en Chicago.
"Quiero que seas fuerte", le dijo. "Estoy viva, pero perdí la mano izquierda".
Actualmente, Green se sienta frente a una pantalla de computadora en el Centro Médico Walter Reed del Ejército, con dos cables delgados conectados cerca del suave muñón bajo su codo, donde ahora termina su brazo izquierdo.
Flexiona los músculos que le quedan, practicando movimientos que le ayudarán a usar su nueva prótesis de mano y muñeca.
Durante la terapia practica tareas comunes, como escribir con la mano derecha, y aprende cómo usar lo que queda de su brazo izquierdo. Porta sus anillos de boda y de compromiso, recuperados por sus colegas de su mano amputada, en su dedo anular derecho.
"Solía hacer pocas fintas (con el balón) usando mi mano derecha", dice. "Hace poco lo llamé a mi entrenador y le dije: 'Todos esos años en que me dijiste que usara la derecha; bueno, pues ahora tengo que hacerlo'".
No es sorprendente que tenga una mentalidad de jugador de básquetbol cuando hace frente a su lesión. Para ella, el baloncesto siempre ha sido más que un juego. Fue una forma de escapar a una niñez difícil en el lado sur de Chicago. Green se percató pronto que una beca en este deporte era una forma de salir de allí. Para cuando estaba en el último año de la secundaria Roosevelt, la muchacha de 1,70 metros de estatura promediaba 27 puntos por partido y fue integrante del equipo de estrellas del país.
Siempre fue una gran aficionada al equipo de fútbol estadounidense de Notre Dame; desde muy joven deseó estudiar en esa universidad, y su trabajo en la cancha finalmente redituó en una oferta para participar en el equipo irlandés.
Jugó en escuadras que en tres ocasiones pasaron a la siguiente ronda en el torneo de la Asociación Nacional Deportiva Colegial (NCAA, por sus siglas en inglés). Como base y escolta promedió 9,5 puntos y 4,5 rebotes por partido en el 2000, su último año como jugadora. Sus compañeras la llamaban "D. Suave". En total, anotó más de 1.000 puntos.
Incluso su matrimonio tenía vínculos con este deporte. Conoció a Byrd, de 58 años, en 1993 en su primer año en la escuela secundaria. El era entrenador en una escuela rival, y Green estaba entre las jugadoras que llevó a un campamento de verano. Años después, una vez que ella se graduó de la universidad y trabajó con él como entrenadora, se involucraron románticamente.
Sin embargo, entrenar no era suficiente para Green. "En mi corazón siempre tuve una debilidad por el ejército", dice, y durante su paso por la secundaria participó en el Cuerpo de Entrenamiento de Oficiales de Reserva, en su versión juvenil. En octubre del 2002 se enroló en el ejército y fue asignada a la 571ª Compañía de Policía Militar.
En abril, mientras estaba de licencia en su país, se casó con Byrd en Las Vegas. Luego regresó a Bagdad, donde su unidad recibió el encargo de proteger las estaciones de policía, objetivos favoritos de los milicianos insurgentes, después de un brote de intensos combates a principios de año en Faluya.
Estaba sentada en el techo de un cuartel de policía el 25 de mayo cuando comenzaron los ataques con proyectiles. Después del accidente, fue retirada del ejército por causas médicas y ahora planea regresar a Chicago con Byrd. Espera asistir a la escuela universitaria de graduados para obtener un título en asesoría escolar.
Green y Byrd no esperan que la lesión de ella modifique drásticamente la vida que llevan. Con su prótesis, podrá recoger objetos, mover su muñeca e incluso conducir un automóvil. Se mantendrá activa, aprenderá a jugar otros deportes como el tenis y el golf, sin esa mano izquierda que controlaba tan bien el balón de básquetbol.