Se habla poco, pero es un proceso imprescindible a la hora de viajar. Poco se conoce de su entramado pero de su buen funcionamiento depende el bienestar del pasajero. La presurización se vuelve un mecanismo central cuando el avión supera los 8 mil pies de altura -equivalente a poco más de 900 metros- donde los primeros síntomas de hipoxia aparecen.
"Los pasajeros suelen ver a las altitudes superiores como una especie de infierno barométrico", escribió el piloto Patrick Smith en su libro Cockpit Confidential, un bestseller estadounidense en el que ahonda en secretos de la aeronave. "Incluso me han llegado a preguntar: 'Si el avión no está presurizado, ¿mis ojos se me saldrían?'", recordó.
A determinada altura, el aire escasea. Es allí cuando surgen dos alternativas: utilizar una máscara de oxígeno durante largas horas o vuelos presurizados. Casi en su totalidad, los aviones modernos cuentan con el sistema. "La cabina no está presurizada para mantener tus ojos en su lugar, sino para que puedas respirar con normalidad en altitudes muy elevadas, donde el aire es delgado y el nivel de oxígeno muy bajo", explicó Smith.
En el proceso entran en juego tres factores. En primer lugar, el sistema de aire acondicionado. El oxígeno que respira el pasajero viene de allí. Llega de los compresores de los motores y requiere de una presión puntual por lo que pasa por unos kits localizados en la parte inferior del avión, entre las ruedas de aterrizaje.
Luego, interviene el fuselaje que debe resistir las diferencias de presión. Su grosor debe soportar la fuerza de presurización, pero ser liviana para que no implique un peso extra. Mientras que las formas redondas y ovaladas demuestran la mejor resistencia. Por último, la válvula es la responsable de controlar la presión interna de la cabina.
"El sistema utiliza el aire extraído de los compresores en los motores y regulado a través de válvulas en el fuselaje", explicó el piloto. De ese modo, se recrean las condiciones de oxígeno necesarias para que el pasajero pueda respirar con normalidad, sin necesidad de apelar a las máscaras.
Sin embargo, el autor planteó la posibilidad: "Estás pensando qué pasaría con una pérdida de presurización: las máscaras cayendo sobre los asientos, la gente gritando… Sí, una descompensación en la cabina es potencialmente peligrosa", alertó.
Para paliar una emergencia grave como la despresurización de la cabina, los pilotos deben actuar con rapidez y rigor, aunque es una práctica por demás ensayada en los simuladores de vuelo. El protocolo establece que debe realizarse un descenso de emergencia y las máscaras aparecen automáticamente cuando la presión de la cabina está por debajo de la equivalente de la presión atmosférica a 4.500 metros.
Pese a que es muy poco frecuente ya que su funcionamiento es automático -y si falla, el propio sistema lo revierte-, una despresurización implica un mal momento para los pasajeros que, además del estrés obvio, sufren mareos, dolor en el oído, dolores en la cara y en las fosas nasales por la diferencia de presión entre el interior y el exterior.
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