México tiene mucho que ofrecer. Playas inmensas, arquitectura soñada, y una gastronomía rica y singular. Sin embargo, su verdadero espíritu vive en sus pueblos, en sus comunidades y en su gente. Taxco, San Cristóbal de Las Casas, Dolores Hidalgo, Cuetzalan y Tlacotalpan. Cinco pueblos donde se vive el verdadero color de México.
Taxco
Desde el momento en el que uno se aproxima a este pueblo enclavado en las montañas de Guerrero lo invade un sentimiento de feliz incertidumbre. La ruta, en perfecto estado, va subiendo ligeramente. Al salir de alguna de sus curvas, uno encuentra iluminados paisajes pueblerinos. Con suerte se pueden observar a lo lejos los volcanes Iztaccihuatl y el Popocatépetl.
Cuando se llega a Taxco y se comienza a recorrer sus calles flanqueadas por interminables franjas de construcciones coloniales pintadas de blanco, la calidez del pueblito y el constante subir y bajar de la geografía provocan el sentimiento de andar por los pasajes de un tesoro.
Situado en una pequeña montaña de vista panorámica se encuentra el Hotel Monte Taxco, quizás la mejor opción de hospedaje. Para comer es recomendable el Del Angel Inn o el Sr Costillas. Ambos cuentan con una vista privilegiada hacia el corazón del pueblo y de las Torres de Santa Prisca. Una de las más íntimas y mágicas imágenes de este templo se pueden tener desde la pequeña capilla de la Santísima Trinidad. Como aquí las calles suben y bajan, la imagen que se tiene desde allí de las Torres es especial: parece que estuvieran rasgando el cielo.
San Cristóbal de Las Casas
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El corredor turístico inaugurado ya hace varios años en esta ciudad, y que va entre la iglesia de Santo Domingo y la del Carmen, es un sendero peatonal con banquetas hechas de piedra redonda, tiendas, bares y cafecitos que le han dado a San Cristóbal de las Casas el ambiente de una ciudad renovada y limpia. Es una muestra del esfuerzo del estado de Chiapas por remozar su industria del turismo.
La ciudad está dividida en barrios y en cada uno se hacen trabajos diferentes desde la herrería y los textiles o las cuadras en donde solamente se hacen velas, hasta las zonas donde la especialidad es el chicharrón, en las que muchas veces se pueden ver pequeños cerditos corriendo entre la gente.
Hay un museo en un pequeño hotelito de 15 habitaciones con extensos jardines que componen un complejo ideal para tardes relajadas. La biblioteca privada es un rincón confortable para la lectura y una buena taza de café. El Parador San Juan de Dios es un edificio de refinada arquitectura con amplios jardines y 13 habitaciones que cuenta con dos restaurantes -Agampados y La Terraza- de alta cocina y de platos tradicionales.
Dolores Hidalgo
Aquí, en este pequeño pueblito colonial se gestó la independencia de México, lo que le da un sabor especial, particularmente a su centro histórico. En las calles de alrededor de la típica plaza central se descubren pequeñas plazas y edificios que registran un sinfín de detalles de la historia mexicana.
El Jardín de los Compositores, por ejemplo, es una placita donde se reúnen músicos a tocar con sus instrumentos en espera de una serenata o simplemente de un pequeño auditorio para interpretar canciones de José Alfredo Jiménez, personaje nacido en este mismo pueblo.
Vale la pena sentarse en las banquetas verdes de la plaza central y disfrutar de la portada de la Parroquia de Nuestra Señora de Dolores, en cuyas escalinatas el cura Hidalgo declaró en la madrugada del 6 de septiembre de 1810, el levantamiento independentista.
La mejor experiencia del lugar es la visita a La Cárcel. A dos cuadras del centro sobre una avenida en donde descansan pequeñas casas de paredes coloridas, se encuentra el museo de la Independencia, edificio del cual el cura Hidalgo liberó a los prisioneros para incorporarlos a la lucha.
Para comer algo, El Carruaje del Caudillo, en la plaza principal es muy recomendable. Pero en materia de hospedaje, el vecino pueblo de San Miguel Allende ofrece mejores opciones que Hidalgo.
Cuetzalan
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Este pequeño pueblo está en el Estado de Puebla. Y es como un anfiteatro en pleno altiplano. En las últimas curvas de la ruta desde Zacapoaxtla, aparecen los primeros hoteles, más bien campestres, con cuartos, cabañas y espacios para acampar. Una vez en el pueblo, por estrechas callecitas se entra a la plaza principal. Antes se divisa el templo de San Francisco. Imponente en la noche con su única torre central y su amplia cúpula.
Las mañanas están dominadas por el verde de los cerros y por el inconfundible café de la región. Las calles estrechas están llenas de vida y se advierte un centro comercial importante. La población indígena está presente en todas partes, comprando, vendiendo y dándole color a cada movimiento. Los hombres van con calzón de manta y las mujeres con blusas bordadas. La actividad es intensa y uno puede sentarse en el parque simplemente a escuchar el canto de miles de aves que habitan sus añosos árboles.
En el centro hay una torre con un reloj y un altoparlante que emite avisos a la población en español y en náhuatl, así como canciones tradicionales. Frente al parque hay una terraza magnífica, la del hotel Quinta Palermo con una exquisita vista del entorno.
La gran fiesta del lugar sucede cada 4 de octubre cuando las calles se tiñen de las danbzas de los Quetzales, de Voladores, de Santiagos y de Negritos. Todos aquí están orgullosos de esas tradiciones. No les faltan razones para estarlo.
Tlacotalpan
En el siglo XIX este puerto comunicaba a México con el Caribe y con Nueva Orleans. Azúcar, ganado, algodón, frutas y maíz bajaban desde el Valle Nacional, Tuxtepec y Cosamaloapan a cambio de textiles, maquinarias y otros productos del exterior. Todo pasaba por aquí y ese tráfico no tardó en traer un esplendor comercial que se tradujo en casas y edificios espléndidos. Pero cuando el ferrocarril llegó a la región aquellos intercambios tomaron otros rumbos y con ellos también la riqueza. Sin embargo aún pueden disfrutarse algunas de aquellas construcciones, en cada plaza y en cada templo. Las calles transitadas por ciclistas y transeúntes hacen parecer que el tiempo se detuvo.
Pero a la hora de la comida Tlacotalpan sigue diciendo presente. Dando la vuelta hacia la rivera, está el restaurante La Flecha que ofrece el más extraordinario menú de mar y río.
¿Qué mejor que caminar por la avenida Miguel Cházaro, después de comer para admirar las casas que, a mano izquierda miran al río y abren sus portales al exterior?
Las de la mano derecha impactan por sus fachadas y su dignidad. Muchas historias parecen ocultas por aquí. ¿Quién sabe cuánta gente arribó a México por estos puertos? Hoy sus mayores festividades se concentran en febrero para la celebración de La Candelaria, en donde se mezclan la alegría y el fervor religioso, tan presente en la cotidianeidad mexicana.
Aunque la experiencia de desayunar en Tlacotalpan junto al río exquisitas frutas, huevos con camarones, pan dulce y café, uno bien puede planear una excursión por el día y llegar desde Veracruz en hora y media, recorrer lo mejor del pueblo y regresar por la nochecita.
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