Mágica, solitaria y final, Islandia se toca con el Círculo Polar Ártico.
Amparada en el aislamiento y la distancia, se mece plácida y despreocupada sobre dos inquietantes placas tectónicas, la americana y la euroasiática, y decenas de volcanes siempre dispuestos a despertar.
La piel rugosa de los campos de lava compite con la suave tersura de las praderas y la grumosa superficie de los eternos y extendidos campos de hielo. Todo es diferente en Iceland.
En el sur una deslumbrante verde y tierna campiña brota de la tierra volcánica y suaviza la percudida piel de los glaciares cubiertos de ceniza tan negra como inquietante.
Todo muy "tranqui" pero en esta tierra misteriosa todo el tiempo pasan cosas y muchas de ellas son definitivamente raras o extraordinarias.
En 2010, uno de los volcanes más jóvenes y pequeños erupcionó cuando nadie los esperaba, produciendo un inédito colapso aéreo en Europa.
Durante quince días los aeropuertos del continente se paralizaron. La pérdida económica se calculó en 30.000 millones de euros.
"Querían divisas y les mandamos cenizas" ironizaban los nativos que venían de sufrir los remezones de un estallido tanto o más dramático que el del volcán Eyjafjallajökull, el de la burbuja financiera de 2008, cuando los tres bancos quebraron y los locales salieron cacerola en mano a desalojar del poder a políticos y financistas.
En 2008, la próspera economía Islandesa explotó como una pompa de jabón arrastrando una de las rentas per cápita más altas del planeta.
El "crash financiero" despertó el volcán dormido de la protesta social y las calles de Reikiavik hicieron correr la amarga lava de la ira.
Aquí son pocos y se conocen todos. Con 331.000 almas por todo concepto, los islandeses aman de manera entrañable esta tierra en que la naturaleza parece más viva y activa que en ninguna otra parte del planeta.
Es este un país pequeño y diferente.
Los niveles de desocupación son ínfimos y no existe el analfabetismo. Tampoco tienen ejército y la policía no usa armas. Tampoco las necesitan. Se consideran el país más seguro del mundo
La energía es sumamente económica y el agua caliente brota del fondo de la tierra con una fuerza irrefrenable.
El suelo se mueve constantemente pero solo de tanto en tanto los volcanes rugen o explotan haciendo estragos memorables. En el entretanto la vida continua. Viven el presente con entrega religiosa. Con la apasionada voracidad de los que saben que todo puede cambiar en un segundo.
Las mujeres tienen mucho poder en Islandia, del de verdad.
De hecho, la primera jefa de Estado fémina que conoció el planeta fue Figdis Finnbogadóttir. Llegó en 1980 y se quedó 16 años en el poder. De hecho es considerada como uno de los personajes más respetados de este país.
No fue la única; en 2009, tras el estrepitoso derrumbe que les valió ser declarados "terroristas financieros" por los ingleses asumió como primer ministro Jóhanna Sigurdardóttir, una mujer lesbiana y socialdemócrata quién se casó en pleno mandato con la autora teatral Jónína Leósdottir.
Nada particular para una cultura absolutamente abierta, respetuosa de las diferencias; el 67 % de los bebés nace fuera del matrimonio y nadie se escandaliza ni alarma por eso.
Ahora, tras la ruidosa renuncia del jefe de Estado Sigmunur Gunnlauhsson, arrastrado por el escándalo de los Panamá Papers, aguardan las próximas elecciones.
Las encuestas favorecen por amplia diferencia al denominado Partido Pirata. Son jóvenes, irreverentes y quieren cambiarlo todo. Propician la democracia directa con el modelo de democracia líquida y van por los derechos sociales, la privacidad de la información y la neutralidad y fomento de internet.
La creadora y líder del partido es Birgitta Jónsdottir, activista, poeta y colaboradora de Wikileaks. Se proponen crear un nuevo "hardware" para avanzar contra la corrupción y el nepotismo. "Queremos ser el Robin Hood del poder" sostiene Bigitta.
Con solo el 11% de la tierra cultivable y un 10 % cubierto de hielo, les queda solo un 25 para plantar sus casas y dejar correr la vida que bulle inquieta al ritmo que imprime la omnipresente fuerza de la naturaleza.
En cualquier caso, "pertenecer tiene sus privilegios", dado que Iceland es una nación muy aislada y inexorablemente endogámica la información genealógica es sumamente valiosa.
Gracias al programa Espolín, creado en 1997, los islandeses disponen del árbol genealógico completo y exhaustivo a solo un clic. Se trata de la única base de datos del mundo que cubre toda una nación y se remonta a los tiempos de la colonia.
Donde los volcanes mandan también la historia parece acelerarse. En solo dos generaciones una sociedad de pastores y agricultores devino high tech y deliciosamente sofisticada.
Los islandeses tienen largos y oscuros inviernos, tal vez por eso leen mucho, muchísimo. Créase o no, el Estado otorga subsidio a los escritores para que sumen historias atrapantes a la, de por sí, afiebrada fantasía colectiva.
Se sostiene que el 90% son luteranos, la religión oficial, pero es casi una formalidad; muchos dejan correr con picardía las incomprobables creencias de que conviven con seres ocultos alojados en las oscuras profundidades de la montaña. Trolls y elfos habitan en los rincones del imaginario colectivo.
En esta tierra increíblemente joven y extrema, que vio emerger desde el fondo del mar una pequeña isla en los sesenta y la cuida con celo con la declarada fantasía de descubrir los secretos del origen de la vida, todo parece posible.
Perderse en la inmensidad de sus cielos, caminar por la cresta de sus cráteres incandescentes, pisar el musgo que crece mórbido sobre la lava, nos reubica y aplaca.
Sentinos parte de la imprevisible fuerza de la naturaleza nos devuelve, al menos por un rato, la siempre escurridiza "gioia de vivira".