Hace una pausa para recordar. Se acuerda que ayer su padre le contó una anécdota con uno de sus nietos, un sobrino suyo, un niño de 8 años. El abuelo le leyó un poema antes de dormir. Captó en sus ojos cierto magnetismo y le preguntó: "¿Te gustó?". El chico le respondió que sí, que le gustó mucho. El abuelo insistió: "¿Lo entendiste?". A lo que su nieto contestó: "No, abuelo, no hace falta. La poesía no hace falta entenderla".
Ismael Serrano, hoy con 43 años, después de dos décadas del lanzamiento de su primer disco Atrapados en azul, incursiona en el universo infantil. Buenos Aires, más precisamente la Sala Siranush, en Armenia 1353, será el epicentro de su espectáculo para niños mayores de dos años, Oliverio y la tormenta.
La obra no llega por casualidad. La idea de escribir para niños, con la dificultad que ello conlleva, rondaba su cabeza hacía un tiempo, pero se hizo impostergable cuando llegó su primera hija, hace tres años. "Me sumergió en el universo infantil. Ya lo tenía en la cabeza, pero cuando llegó Lila se hizo ineludible", le dijo a Infobae.
A Lila, tanto su padre como su madre, la actriz argentina Jimena Ruiz Echazú, la llevaron al teatro desde muy pequeña. Le contagiaron su pasión por el arte y ambos escribieron la obra con ella como espejo. Porque, dijo Serrano, lo que en realidad importa es el recuerdo que le puede llegar a quedar a ella.
Su hija es la principal razón, pero no la única. La otra: el resto de las obras para niños. "Ocurren dos cosas igual de malas: a veces se los subestima y a veces, por el empeño de que la mamá y el papá no se aburran se incluyen muchos guiños que 'adultizan' el contenido", explicó.
En general, a los niños se los sobreestimula. Se les ofrecen ruidos permanentes, movimientos espasmódicos, ritmo frenético. "Creo que el niño no quiere eso. Es capaz de entender otro código, de sentir con una hondura muy profunda".
Los padres que los acompañan, dijo, quiere creer, conectan con el niño que llevan dentro. Una vez que llega la adultez, se tiende a reprimir la parte infantil. Los pudores, los prejuicios, la vergüenza se suman para que el niño quede apartado, enterrado. "¿En qué momento dejamos de bailar por miedo a que nos vean bailar? ¿En qué momento dejamos de reírnos a carcajadas cuando algo nos causa gracia?", preguntó.
Pese a su nueva incursión, no abandona el trabajo que lo convirtió en uno de los trovadores más reconocidos, quizás el último gran trovador, aquel que lanzó 14 discos y prepara un decimoquinto como homenaje a sus veinte años de carrera.
-¿Qué cambios notás de aquel Ismael al Ismael de hoy?
-Creo saber menos cosas de las que sabía antes. Cuando uno tiene veintipocos años y empieza en la música cree tener todas las respuestas. Uno se carga de una solemnidad, de una rotundidad que se va despojando con el paso del tiempo. Aunque no lo parezca, ahora me tomo menos en serio a mí mismo. Estoy más desprejuiciado, pero hay ciertos sueños e ideales que me siguen acompañando.
De joven, Serrano tenía un interés compartido: la música y la física. De hecho, estudió la carrera en la Universidad Complutense de Madrid hasta que se decantó por el arte. Hoy, cuando ve a aquel joven veinteañero arriba de un escenario, entonando sus primeras estrofas, se reconoce, pero no le gusta observarse. Es demasiado detallista, exigente consigo mismo.
"Cuando eres joven no le tienes ningún respeto a nada, ni a tu trabajo ni al escenario, aunque yo siempre de joven fui muy viejo. Siempre tuve respeto, pero ahora soy mucho más cuidadoso en la puesta en escena, a la hora de grabar y editar. Tiene que ver con eso: despojarse de cierta soberbia que te hace creer que lo sabes todo".
-¿Cuál es la definición de éxito que más te gusta?
-El éxito es la vigencia. Todos tenemos la ambición de que nuestra música llegue a la gente y mientras más gente, mejor, pero no por una cuestión de vanidad. Cuando una persona se sube a un escenario necesita ser escuchado, lo hace porque se siente solo y necesita sentirse acompañado. Lo más difícil es la vigencia. La masividad es flor de un día. Un día estás en lo alto y al siguiente en lo más bajo. Es así de terrible.
El "nuevo" Serrano que no es otro; es el nuevo -padre- y el viejo, el de siempre, en su último concierto, ante una sala llena, anunció sin titubeos: "Estoy buscando la canción definitiva". El público quedó en silencio y la frase flotó en el aire.
Ahora explica: "La canción definitiva tiene que ver con la honestidad, con la fidelidad, pero también con la conexión con lo real. A veces el músico vive en una burbuja, en un universo de fantasía propio, tan ensimismado que pierde la perspectiva. La canción forma parte de un relato colectivo y la canción definitiva, al fin y al cabo, es una búsqueda. No es una meta en sí mismo. Te mantiene alerta".
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