Auge y agonía de los hoteles alojamiento, que al compás de los nuevos tiempos tienen las horas contadas

Nacidos en 1937 por el cierre de los prostíbulos (Ley de Profilaxis 12331 de 1936), y en la cumbre de los 60 en adelante (la revolución sexual), decaen en picada desde los 90. ¿Hoy, sólo para tramposos? El médico psiquiatra y psicoanalista José Eduardo Abadi reflexionó sobre la decadencia de los "telos"

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Los albergues transitorios son un
Los albergues transitorios son un fenómeno en decadencia en todo el país

"Sábado con trampa / ¡qué linda función!". Café La Humedad, Cacho Castaña.

Buenos Aires. Noche. Luna (o lluvia). Pareja. Puerta de albergue alojamiento. Luego llamado albergue transitorio. Luego, bautismo no transitorio. Para siempre: telo. Pareja, sí. Los dos con anteojos negros. Él con impermeable. Solapas levantadas. Ella con anteojos ídem. Pañuelo en la cabeza. ¡O peluca!

Avanzan, como distraídos, por la vereda. Fingen hablar. Pero en la puerta de la tentación y del pecado… ¡casi se zambullen! Caja. Pago. Mejor en efectivo: la credit card deja huellas en el resumen. Llave. Cuarto. Cama. Sexo. Pasan dos horas. Teléfono interno.

Terminó su turno, señor.

Voy a continuar (variante única: "Ya bajo").

Salen separados. Primero él, después ella (o viceversa: el orden de los amantes no altera el producto). Uno se aleja por la derecha, otro por la izquierda. Arriba, cambio de sábanas. Que pasen los que siguen…

Las razones de la decadencia
Las razones de la decadencia de los albergues transitorios son variadas: el valor de la propiedad, la independencia temprana de los jóvenes y la falta de reconversión de la actividad (iStock)

Allá por 1950, quien esto escribe oyó hablar por primera vez del más cercano antecedente del telo: la amueblada. Igual servicio, misma función. Había en la Reina del Plata una muy famosa. Dirección: Paraguay 2020. Los rústicos muchachones de la barra de la esquina la citaban, pero no iban. La moneda era escasa. Paraguay 2020 fue el padre de los albergues por hora. Y tuvo abuelos. Porque en 1937 (¡están de cumple: 80!), sancionada la Ley de Profilaxis y obligado cierre de los prostíbulos, nacieron los sucesores.

Tal fue el impacto, que Horacio Quiroga mencionó en algunos de sus cuentos: "casas de dos cuartos, con una pequeña sala de recepción en la cual el cliente es recibido, y donde se le asigna la habitación para que disfrute de las comodidades de un catre con su acompañante, por el lapso de una noche". O tempora, o mores (Oh tiempos, oh costumbres), escribió Marco Tulio Cicerón (106 a C–43 a C) en su primera Catilinaria. Y otros tiempos y costumbres dieron a luz, en esa modestísima cuna, a un negocio colosal: los telos, que fueron creciendo en cantidad y calidad, aunque muchas veces de dudoso gusto. Y no sólo en Buenos Aires ciudad –¡llegó a los 800!–: en toda la vasta nación.

“Este negocio nace, existe y
“Este negocio nace, existe y se funda sobre un cimiento: satisfacer de la necesidad de los adúlteros. La trampa…”

Clientela variopinta. Novios sin un lugar donde "hacerlo": ni la casa de él ni la casa de ella. Condenados a pasillo o zaguán o banco de plaza, o "al sin techo": nombre genérico de los bosques de Palermo, eterno refugio y gigantesco garaje-cama. Porque el auto, de alta gama o medio pelo, sigue mutándose en lecho cuando se enciende la pasión pero el bolsillo no está para derrames. Empleados y empleadas de la misma empresa a la hora del almuerzo. O de distintas empresas: la cuestión es coordinar bien la hora y los pasos. Amantes sin otra chance. Porque él le jura que dejará a su legítima ante Dios y el Registro Civil pero miente como Pinocho en un día inspirado. ¿Qué remedio queda? El adiós… o el telo. El levante ocasional, callejero o en bar, restaurante o conferencia aburrida. El clásico "touch and go", traducido como "si te he visto no me acuerdo". Es cierto: hay otras variantes. Por caso, los hoteles "Gay Friendly". Pero por ahora mantengamos esta nota en sintonía hétero… por razones de espacio. Y por fin, el súper motor de la existencia de los telos: ¡¡¡la trampa!!!

Casi lo único que sigue en pie. Porque hoy manda este cliché:

Mamá, esta noche Ramiro (o Matías, o Martín, o Tobías, o medio santoral) se queda a dormir.

Está bien, querida. Cuidensé.

Pero como bien lo dijo el gaucho Martín Fierro, "no hay tiempo que no se acabe ni tiento que no se corte". Noticias frescas llegadas desde el pequeño gran imperio de los telos indican que el negocio se está viniendo abajo tan rápido como la ropa de los clientes urgidos por la sangre o el reloj. Y con efecto dominó. En Baires ya cerraron el Guardia Vieja (Almagro), el Rampa Car (Palermo), el Nuevos Vientos (Belgrano) y uno de los baluartes históricos: el JJ de Núñez, avenidas Comodoro Rivadavia y Libertador, que supo ser para tramposos adinerados, y perfecto para la escapada del mezzogiorno por su lejanía respecto de ciertos bacanes de la City. Señores de santo matrimonio, consejos morales a flor de boca, declamada rectitud pero a la hora poner proa al puerto JJ, ¡doble faz! Doctor Jekill y Míster Hyde. ¿Quién no ha conocido por lo menos uno?

La entrada al Hotel JJ,
La entrada al Hotel JJ, un bastión de los telos porteños que cerró este año

Pero los cortinazos tienen rango nacional. Según las respectivas cámaras de albergues transitorios, la onda expansiva ya arrasó varios en Mendoza, Santa Fé, Tucumán, y el huracán no cesa. ¿Razones? Según voceros de esas cámaras, "es cada vez más difícil afrontar los costos de personal, los impuestos y las tarifas de agua, luz y gas. Y tampoco es posible aumentar los precios, porque ese recurso sólo logra ahuyentar a más clientes".

Con todo y lentamente, los dueños de los telos, primero por competir y después para retener al consumidor -leyes del mercado, al fin-, fueron agregando mejor cebo al anzuelo. Adentro, adiós a lo mínimo y básico: la luz roja, el espejo en el techo y el hilo musical. Estalló la onda babilónica. Camas más grandes, a veces giratorias, a veces con colchón de agua. Decoraciones es-pan-to-sa-men-te sofisticadas pero con adictos: cuartos tipo selva, tipo Caribe, tipo Roma Imperial, etcétera. Jacuzzi. Spa de módico tamaño pero con minipiscina, hidromasaje, sauna, baño de vapor. Suites para noche de bodas. Servicio de desayuno, almuerzo, merienda y cena. Comida internacional las 24 horas. Promociones: una hora de regalo por turno de dos, pernocte a mitad de precio, bebidas gratis ¡y hasta fútbol codificado! Que, créase o no, levantó un poco las acciones del negocio.

Pero de todas maneras, según sus dueños y globalmente, el derrumbe general, punto más o menos, llega al 50 por ciento. Entre otras cosas, porque la topadora inmobiliaria encontró en los telos, de edificios a escala humana, terrenos aptos para torres gigantescas. Por caso, el de Paraguay y Godoy Cruz: ya fue demolido con ese destino. La misma suerte que correrá la esquina de JJ.

Los memoriosos evocan otra época negra que castigó a los clientes de los telos capitalinos con palo, rebenque, cárcel y canallesca delación. Sucedió entre 1960 y 1961, gobierno de Arturo Frondizi. El comisario Luis Margaride decidió que el sexo entre esas paredes era un engendro de Lucifer, y lanzó sobre cuerpos y almas una perversa persecución. Tan brutal fue su garra, que Juan José Sebreli citó la tropelía en su libro "Buenos Aires, Ciudad en Crisis" con esta síntesis: "Margaride -surgido durante el gobierno de Frondizi, reapareció luego con Guido, Onganía y el retorno de Perón- conducía espectaculares campañas moralizadoras: detuvo a parejas que se besaban en las plazas o desconocidos que entablaban relación en las calles, allanó hoteles alojamiento y efectuó razzias permanentes en lugares públicos. Las brigadas policiales cortaban el pelo largo de los varones y desgarraban los pantalones de las mujeres. La manzana estaba rodeada. En el hotel alojamiento de Santiago del Estero al 1400 no quedó nadie. Afuera estaba el hombre que dirigía todo: el jefe de Seguridad Personal de la Federal, comisario Luis Margaride. Las mujeres y los hombres salían en fila rumbo al camión celular. La mayoría, roja de vergüenza. En el Departamento Central se prestaba especial atención a los casados: llamaban a sus maridos o esposas para que se enteraran de la infidelidad".

Con un gran arco de tarifas (desde el "rapidito" de 90 pesos, las dos horas de 250 a 400 promedio según lugar y día, hasta los 1.400 con todos los chiches), algunos resisten a pesar de los bolsillos flacos, pero otros decaen sin remedio. Según testimonios anónimos pero creíbles -ningún habitué quiere dar su DNI-, los más venidos a menos son los grandes telos de la Panamericana, que conocieron años de gloria gracias a su absoluta privacidad: entrada por cocheras, paso directo a la habitación, y salida del mismo modo. Sexo fantasmal

Empresarios muy duchos en el negocio dicen que, además del factor económico, también ha cambiado mucho el perfil de la clientela. Aunque con matices, apuntan más a matrimonios que buscan el presunto estímulo erótico del cambio de escenario: acaso en un telo, lejos de hijos y hogar, se atreven a juegos sexuales y transgresiones que nunca osarían ejercer en su dormitorio oficial. Algo que recomiendan algunos psicólogos y sexólogos como elemento liberador. Y eso, resguardado por la férrea privacidad que es el primer mandamiento del negocio. Como explica un veterano dueño de telos: "La pareja, para nosotros, debe ser invisible".

El General Paz Hotel, a
El General Paz Hotel, a la vera de la autopista homónima, uno de los albergues alojamientos más míticos de la ciudad

Más específico, aunque reserva su nombre -denominador común del rastreo de Infobae-, el gerente general del hotel General Paz, otro titán de los viejos tiempos, dice que "el ochenta por ciento de las personas entra antes de las diez de la noche, porque este negocio nació y persiste, aunque a tropezones, con la trampa… El rubro está bastante deteriorado, y bajando lentamente desde los años 90. Se han cerrado hoteles, y se seguirán cerrando. En la capital hay unos 145, en el conurbano (primer y segundo cordón), casi 100, y en todo el país no pasan de 600. Primero son baldíos, y después grandes edificios. El desuso se explica: un deterioro económico notable. También, jóvenes que vivían con los padres, se casaron, se mudaron y ya no necesitaron buscar otro ámbito para intimar. Otro factor es la falta de reconversión: la mayoría de los hoteles tienen una estética absolutamente demodé, y eso alejó al público. En realidad, este negocio nace, existe y se funda sobre un cimiento: satisfacer de la necesidad de los adúlteros. La trampa… Antes sólo iban los tramposos y las prostitutas, pero el mercado se amplió: parejas formales, novios, para cambiar de escenario, estar tranquilos, romper la rutina. Pero su verdadera cara siempre fue la privacidad y el anonimato. Además, influye la parte económica. Si los jóvenes tuvieran plata no esperarían que los padres vayan al cine para hacer sus cosas. Con todo, yo no diría que el negocio se muere. Está en reconversión. Porque co… se va co… siempre".

Sí permitió la publicación de nombre y vocación el prestigioso médico psiquiatra y psicoanalista José Eduardo Abadi. El fenómeno de la decadencia de los vulgos telos precisaba un análisis sociológico. Saber qué se oculta detrás de los hoteles alojamientos más allá de su razón clásica el "ocultamiento": "Indudablemente, el hotel alojamiento, que algunos llamaban antes albergue transitorio, es una expresión de las pautas sociales, culturales y morales presentes en cada época. Lo oculto, el secreto, la idea de que la sexualidad necesita un ámbito específico ajeno a aquellos que utilizamos cotidianamente son algunas características implícitas. Pero también tiene un sentido de secreto: lo que no debe ser dicho ni saberse…".

Sentido que parece desvanecerse, a la luz de la híper exhibición sexual en los medios, y a cargo de figuras muy populares…

-Es cierto: en este momento ha dejado de tener peso. El sexo, hoy, más que ocultarse debe exhibirse. Algo que tiene que ver, por cierto, con una reformulación de la noción de pudor y vergüenza.

¿Algún otro costado?

-La privacidad. "Nadie debe mirar ni saber lo nuestro". Algo que también ha perdido su razón de ser. Lo privado y lo público es hoy una diferencia que sólo puede observarse con una lectura microscópica.

¿Fenómeno ligado a nuevas costumbres?

-Sin duda. En el actual sistema de costumbres, las familias reciben a la pareja de su hijo, llegando incluso a admitir como un hecho común que esa pareja se quede a dormir en la casa.

¿Cómo influye ese cambio en el papel de los hoteles alojamiento?

-La experiencia varía enormemente. Lo transitorio del albergue, antes un refugio casi imprescindible, se convierte en una incomodidad…

¿Otro factor que explique la decadencia de esos establecimientos?

-Uno, y fundamental. La seguridad y su opuesto, la inseguridad. El albergue transitorio, en tanto y en cuanto es un espacio externo, se convierte -como todo el "afuera" en nuestra ciudad- en un lugar potencialmente peligroso. Y además, no nos olvidemos del factor económico: hoy no están al alcance de cualquier bolsillo…

Se dice, no sé si con fundamento, que ese tipo de escalas "touch and go" ha quedado reducido a lo que vulgarmente llamamos "trampa". Casados con amantes, por caso.

–Sin generalizar, es evidente que la sexualidad en los jóvenes empieza muy temprano. Por lo tanto, los requerimientos formales para entrar a un hotel son muy difíciles o imposibles de cumplir. Simples trámites administrativos, pero vedados a menores, por ejemplo.

A pesar de su eclipse, ¿esos hoteles mantienen en marcha su motor de estímulo del deseo?

-No. Y tal vez ése sea un punto decisivo para comprender el fenómeno. El hotel alojamiento ya no es más el generador de deseo, transgresión o ámbito donde haya escenografías y recursos que sólo allí pueden encontrarse. El continente y el contenido han pasado a segundo plano. Y seguramente sin retorno.

Pero más allá de cualquier análisis, quizá los telos están arrinconados y en baja no sólo por el tobogán de la economía y la apetencia inmobiliaria de las grandes torres. También por un factor que no tiene vuelta atrás: el profundo cambio de costumbres, que también es un huracán sobre las luces rojas, los espejos y las películas porno: la trinidad básica del negocio. Un negocio que lentamente parece acercarse al monocultivo: salvo excepciones, bastión para Su Majestad La Trampa. El más poderoso e infalible de los afrodisíacos. Que lo mismo explota en un telo Cinco Pulgas que en un Cinco Estrellas.

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