Que cuando llegaron los conquistadores se intoxicaron al comer sus frutos. Que los indígenas usaban el árbol como castigo, sujetando a las personas en su tronco y dejándolas allí, inmovilizadas, para que cuando lloviera ellas sufrieran. Que los nativos envenenaban la punta de sus flechas con su savia, para provocar una intoxicación letal en sus víctimas.
El "árbol de la muerte" posee tantos mitos como alegorías e invenciones. El temido ejemplar de la naturaleza crece en paisajes idílicos y alcanza alturas imponentes. Sus ramas, amigas de la arena y la tierra, reposan esperando que la lluvia o el sol acaricie sus hojas, aquellas que sirven para resguardar a quien quiera escaparse de ellos.
Sus frutos, aromáticos y sabrosos, ostentan junto a todas las cualidades mencionadas el dudoso honor de pertenecer. De estar registrado en el Libro Guinness de los récords como el árbol más peligroso del mundo, lo que lo convierte en una especie verdaderamente intocable. Hippomane mancinella es su nombre científico. Y según el Instituto de Ciencias de Alimentos y Agricultura (IFAS, por sus siglas en inglés) de Florida, Estados Unidos, Hippomane viene de las palabras griegas hippo, que significa caballo, y mane se deriva de manía o locura.
El árbol más nocivo de América es nativo de Mesoamérica y las islas del Mar Caribe, creciente en las costas de Florida (EEUU) hasta Colombia. En ese trayecto, muchos ejemplares continúan marcados con cruces rojas o placas de alerta.
Los riesgos del "árbol de la muerte"
Al rozarlo, la piel puede quedar dañada. Refugiarse debajo de sus ramas durante una lluvia intensa también puede ser desastroso, debido a la savia diluida, causante de una erupción cutánea extrema. ¿Por qué no quemarlos? Es otra mala idea. El humo puede causar ceguera permanente y ocasionar serios problemas respiratorios.
Y aunque todo lo enumerado resulte peligroso, la amenaza real viene su pequeña fruta redonda: comérsela puede originar vómitos y diarrea tan complicados que deshidratan el cuerpo, al punto de ocasionar la muerte.
La radióloga británica Nicola Strickland viajó hace algunos años a isla caribeña de Tobago. Allí, según explicó en el British Medical Journal, se sometió a la prueba letal, aquella que pondría en alerta a los científicos acerca del grave peligro potencial. "Encontramos una de esas frutas verdes que aparentemente habían caído de un árbol grande de tronco plateado. Mordí la fruta y la noté agradablemente dulce. Mi amiga también lo hizo. Momentos más tarde notamos un extraño sabor picante en nuestra boca, que progresó gradualmente hacia una sensación de ardor y desgarro, y una opresión en la garganta".
Los síntomas empeoraron. Un par de horas después, con suerte podían tragar alimentos sólidos debido a un dolor insoportable, una especie de nudo que obstruía la garganta de ambas.
El escritor John Esquemeling, autor de uno de los más importantes libros de consulta sobre la piratería en el siglo XVII, "Los bucaneros de América" (1678), escribió sobre su experiencia con el "árbol manzanilla". "Un día, cuando estaba extremadamente atormentado por los mosquitos y jejenes (similares a los primeros), y aún ignorante sobre la naturaleza de este árbol, corté una rama para que me sirviera de abanico, pero se me hinchó y se me llenó de ampollas toda la cara, como si me hubiera quemado, a tal grado que estuve ciego por tres días".
El escritor confirmó que "la manzanilla tiene el aroma y apariencia de una manzana inglesa, pero pequeña. Crece en árboles grandes, generalmente a lo largo de la costa marítima. Están repletas de veneno. Una sola manzana es suficiente para matar a 20 personas".
El IFAS aseguró que "su venenosa savia se neutraliza cuando se la expone al sol. Sin embargo, aquellos que manipulan la madera recién cortada deben ser cuidadosos". En Florida, el manzanillo de la muerte está en peligro de extinción.
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