"Cada vez que me acuerdo se me parte el alma". Araz Hadjian contó cuál fue su experiencia más dolorosa: "Veía que los abuelos ya ni siquiera me venían a pedir comida o ropa, me preguntaban si podía dar darles un vaso de agua para sus nietos. Ahí fue cuando ya no pude sostenerle la mirada: pertenecía a la otra parte de la humanidad que no está en su situación". Ella es voluntaria y fotógrafa -en ese orden-. Estuvo una temporada en Idomeni, en la frontera entre Grecia y Macedonia, el campamento de refugiados más grande de Europa: quince mil personas soñando con escaparse del conflicto bélico del estado islámico.
Allí vivió Araz Hadjian, argentina, patagónica por adopción, de origen armenio nacida en Alepo, Siria. Compartió momentos con gente desposeída de todo, que tenía lo que llevaba puesto, que soñaba con huir o con volver, con dejar de vivir la realidad que le tocaba. Una foto de su lente retrató el panorama. Una tela pintada con letras rojas decía en un inglés precario "we want to life like another people in the world", la traducción intencionada de "queremos vivir como otras personas en el mundo".
Ella conoció el desarraigo, supo lo que era vivir en un lugar ajeno, en otra cultura, interpretó el dolor de esa gente en la historia de su padre, un hombre que murió en Argentina extrañando Siria. "Sé que es no sentirte parte del lugar donde estás viviendo, sentir que sos un trasplante, un injerto", reconoció en diálogo con Infobae. Por eso quizá tomó el camino del voluntariado, aunque no distinga por qué ni cuándo comenzó ese compromiso.
Rodeada de cuatro compañeros, argentinos y españoles, médicos y fotógrafos, penetró en el campamento de refugiados abierto, sin controles policiales, más grande del mundo. Idomeni se disolvió en junio de 2016; "esa gente fue reubicada en campamentos que funcionan ahora como campos de concentración porque están militarizados, ya no se puede acceder libremente", describió Araz. Cuando lo conoció, cargada de prejuicios y preconceptos obligatorios a la condición humana, esperaba encontrarse con un escenario diferente: "Lo que me sorprendió es que uno piensa que en ese tipo de situaciones traumáticas, extremas, emocionales, físicas, de carencias, de dolor, de hacinamiento, te vas a encontrar con un cuadro de desborde emocional desesperante y no; percibís mucha fortaleza en ese grupo de personas. Muchas veces eran ellos que me terminaban conteniendo a mí que me ponía a llorar por cualquier cosa". Explicó que los refugiados forjan una coraza de desilusión que se transforma en rutina y vitalidad.
"Es más lo que recibí y lo que di. Es más el bagaje de lo que recibí que de lo que pude dar, que es apenas un paliativo", repitió. Dijo que no es una población que viviendo ni sobreviviendo, "es gente que se está muriendo día a día, no en lo físico sino emocional y psicológicamente, porque vivir en la incertidumbre de no saber dónde vas a estar mañana te destruye". Su función era ayudar: "Todos los días le llevábamos cosas básicos del supermercado: alimentos, agua, artículos de higiene. Recorríamos las carpas para saber si había algún tipo de necesidad que pudiéramos cubrir".
Le sacaba los piojos a los niños, recibía ofertas de las madres para que se llevaran a sus hijos, sacaba fotos al paisaje con sus límites éticos, pero se sentía útil cuando se sentaba desinteradamente en una ronda de refugiados. "Lo que más les gratificaba, por sobre las necesidades materiales -calzado, ropa, medicamentos, comida, agua- era cuando compartías un rato con ellos, por más que no hablaras el idioma: sentarte, tomar un té, estar. Porque uno habla de los refugiados como un bloque, un ente anónimo, una masa sin rostro ni historia. Pero cuando te sentás a compartir un rato con ellos les das una entidad individual, los reconocés como personas, vuelven a tener un identidad".
Araz Hadjian fue invitada por Sarkis Anac, su ex profesor de la facultad y prestigioso oncólogo argentino y armenio, a exponer su viaje fotográfico por las fronteras de la guerra en el marco del Congreso Internacional de Profesionales de la Salud Armenios –#12AMWC-. Anac, hoy trabajando en una base militar en Nueva York, brindó su experiencia y conocimientos en la sesión plenaria "Impacto Médico y Social de Guerras y Desastres", de la que participó la voluntaria y fotógrafa. Araz se fue de Idomeni llorando, tal vez por escepticismo del mundo y sus bemoles, tal vez por impotencia, tal vez porque entiende que es "imposible que un grupo o muchos grupos de voluntarios puedan hacer algo ante la magnitud de la problemática". Pero en octubre volverá. La espera Jordania y un campamento de refugiados en la frontera con Siria.
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