En un mundo donde gran parte de los contenidos que son compartidos en redes sociales son premeditados, filtrados y en la mayoría de los casos se encuentran a años luz de representar la realidad, son cada vez más los que luchan por alcanzar ese ideal online de bienestar -tanto económico como espiritual- que se ve reflejado por medio de una infinidad de posts compartidos a diario en plataformas como Snapchat e Instagram.
Pero ya superada la etapa inicial en la que redes sociales eran consideradas como algo totalmente inocuo que solo servirían para conectar al mundo y en medio de una polémica por el aluvión de contenidos perturbadores y noticias falsas compartidos en plataformas como Facebook y Twitter, son muchos los expertos que aseguran que las redes nos están haciendo sentir completamente miserables.
Seth Stephens Davidowitz, un reconocido economista y autor de "Todo el mundo miente: big data, nueva data y qué nos puede decir Internet sobre quiénes somos realmente", se dedicó a recopilar datos de búsqueda de Google para demostrar que realmente no somos quienes decimos ser en redes sociales.
Davidowitz aseguró en un artículo compartido por el New York Times que "no hay manera de que todos sean tan exitosos, ricos, atractivos, relajados, intelectuales y alegres como aparentan ser en Facebook".
El problema es que más allá de que hoy en día la mayoría de las personas están al tanto de que las construcciones sociales proyectadas online son -en la gran mayoría de los casos- solo aspiraciones lejanas a la realidad, todavía son muchos los que no pueden evitar comparar constantemente sus "mediocres" vidas con las versiones filtradas de sus amigos virtuales.
El autor cita un ejemplo muy gráfico para demostrar su punto. En los EEUU los norteamericanos pasan seis veces más tiempo lavando sus platos sucios que jugando al golf, pero llamativamente se han compartido a la fecha más del doble de tweets sobre personas jugando al elitista deporte que llevando adelante la mundana tarea hogareña.
Al parecer la misma falsa representación de la realidad sucede al momento de evaluar los posts vinculados a "check ins" en establecimientos como restaurantes y hoteles de los EEUU. Mientras que alojamientos de la ciudad de Las Vegas como el hotel de bajo costo Circus Circus y el aspiracional Bellagio albergan a prácticamente la misma cantidad de huéspedes, el hotel de lujo recibió cerca de tres veces más posteos en Facebook que la alternativa "low-cost".
Siguiendo con el hilo conductor basado en las apariencias y lo aspiracional, según la data recolectada se ha demostrado que propietarios de vehículo de lujo de marcas como Mercedes-Benz y BMW tienen casi 300% más probabilidades de compartir su afiliación a dichas marcas en redes que aquellos dueños de automóviles relativamente accesibles como Kia o Toyota.
Aparentemente lo mismo sucede en el mundo de la música, más precisamente en plataformas de streaming populares como Spotify. Según datos compartidos en 2014 por Spotify Insights sobre los gustos musicales de hombres y mujeres, 29 de los 40 artistas elegidos por personas del sexo femenino coincidían con los favoritos de sus contrapartes masculinos.
Pero más allá de que artistas como Katy Perry se ubican entre las 10 artistas más escuchadas por los hombres en dicha plataforma, el análisis de "Likes" masculinos en Facebook reveló que artistas como Kanye West o Kendrick Lamar son ampliamente más populares entre los hombres que la cantante pop.
El autor asegura que la presión por aparentar ser de determinada manera ejerce una influencia sobre la vida de las personas mucho más allá de simples gustos musicales o automotrices.
Davidowitz reconoce el hecho de que mucho antes de la llegada de las redes sociales existieron hombres y mujeres que alardeaban ante su círculo de amigos y familiares sobre lo perfecta de sus vidas, pero el nivel de obsesión al que se ha llegado hoy día en cuanto a los contenidos que se comparten para lograr comunicar dicha "felicidad constante" ha llegado a niveles nunca antes vistos, sobre todo si se considera que son en comparación muchas más las personas las que son afectadas por esas "realidades tergiversadas".
La diferencia entre lo que se comparte y lo que se oculta se muestra aun más marcada cuando se analiza la data de buscadores como Google, plataforma que el autor asegura es usada casi como un confesionario al cual se le consultan y revelan datos que no se comparten con nadie más.
El también economista consultado por el New York Times, asegura que a la hora de referirse a sus maridos en redes sociales, las mujeres eligen términos como el más grande, mi mejor amigo, increíble y adorable mientras que las búsquedas de Google asociadas con el mismo sujeto de análisis brindan resultados completamente opuestos con términos del calibre de imbécil, molesto, homosexual y malvado.
Davidowitz pasó cinco años frente al monitor de su computadora analizando datos duros que le permitieron comprender un poco mejor el comportamiento social del hombre y la mujer modernos y asegura que le ha ayudado a "sentirse menos solo" en lo que hace a sus inseguridades, ansiedades, luchas personales y anhelos.
El autor llegó a la conclusión – una vez analizada toda la información recopilada – de que no se deben tomar demasiado en serio a la versiones "pulidas" de amigos, familiares y desconocidos que se comparten en redes dado que – según la propia data de Google – todos en algún punto somos en mayor o menor medida "un desastre" o para ponerlo en un término menos alarmante, sencillamente humanos.
A medida que todo aspecto de nuestras vidas se traslada a las redes sociales, aparentemente deberá convertirse en un ejercicio diario recordarnos que mucho de lo que se ve en dichas plataformas simplemente no es real.
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