(AP, 14-5- 98, urgente: Frank Sinatra murió hoy, a los 82 años, en el Centro Médico Cedars-Sinai, West Hollywood, California, a las 10.50 pm.)
Sí. Los cables -algunos, por lo menos-, son una puñalada en el corazón. Me toca despedirlo, con ese género periodístico de varias caras: la necrológica. Extraña mezcla de pena, oficio, velocidad según el imperio del cierre de edición, y el compromiso de teclear un texto digno del que partió, y no una marcha fúnebre. En este caso, sin tiempo, acudí sólo a la memoria.
"And now, the end is near / and so I face / the final courtain" ("Y ahora el fin está cerca / y entonces enfrento / el último telón"). De My way, tema de Paul Anka.
Se sube al interminable Cadillac celeste. La abraza. Hunde el acelerador y se mete en las dormidas calles del downtown Los Ángeles. Son las tres de la mañana. Vuelve a abrazarla. Saca un Colt .38 corto y dispara. Una, dos, tres vidrieras se derrumban, pulverizadas. Carga el tambor y vuelve a disparar. Uno, dos, tres semáforos se apagan. La abraza, la besa y la toca a través del vestido de seda negra. Frena para no matar a un noctámbulo escapado de un cuadro de Hooper. El noctámbulo lo increpa. Mala idea. El dueño del Cadillac celeste y del Colt .38 se baja y le pega un cross en la mandíbula con su huesuda mano izquierda.
Media hora después está preso. Pero no le importa. Porque ella, la del vestido de seda negra, la que conoció ese mediodía del verano del ´48 en un set de la Metro Goldwyn Mayer, es la mujer más linda del mundo. Y es de él. Es de él esa Ava Gardner que fuma tanto como él, toma tanto como él, y grita tanto en las corridas de toros como él en el ringside del Madison.
En el Centro Cultural Borges se exhibe del 1 al 30 abril la muestra “Sinatra Centennial Experience”, un recorrido fotográfico por la obra del cantante más testimonios de su paso por Buenos Aires
Son de él también esas huesudas manos que ahora mira sentado en el camastro de la celda y que -antes y después- pegaron las fotografías de Bing Crosby en su pobretona pieza de Hoboken, barrio bravo de New Jersey, rompieron cámaras y caras de fotógrafos pesados como moscardones, pasearon por cuerpos bellos y célebres (Kim Novak, Laureen Bacall, Natalie Wood, Liz Taylor, Mia Farrow, ignotas partiquinas de Las Vegas y -dicen- Nancy Reagan). Esas manos que descorcharon miles de botellas de Jack Daniel´s, que palmearon los hombros de Bugsy Siegel, de Sam Giancana, de Lucky Luciano, de otros legendarios mafiosos vestidos como príncipes y protegidos por ametralladoras. Esas manos que se quedaron quietas para siempre y empezaron a tornarse cerúleas después de la medianoche del 14 de mayo cuando -cerrados ya los inmortales ojos azules- Francis Albert Sinatra, yerto en el hospital, vencido su corazón después de tres batallas, dictó sin saberlo (o sabiéndolo) el mejor título de su biografía, birlado de la película en que trazó su conmovedor soldado Maggio: De aquí a la eternidad.
Según los cables posteriores, la causa de su muerte fue un ataque al corazón, luego de complicaciones como demencia y cáncer de riñón y vejiga. Sus últimas palabras, luego de que Barbara, su última mujer, le pidió que luchara, fueron "I´m losing" ("Estoy perdiendo"). Pero ya no me importó, salvo para un pequeño recuadro o un epígrafe. De noche, cerrada la edición y en mi casa, con un Jack Daniel´s doble y sin hielo, metí cinco discos con su voz en mi equipo, y oficié una ceremonia secreta. Sin ánimo funerario, por cierto. La ceremonia de un luminoso adiós.
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