Hacia la mitad del siglo XX, George Orwell publicó 1984. En su novela más exitosa, el célebre escritor inglés acuñó el concepto de Gran Hermano en alusión a las atribuciones desmedidas de un estado totalitario para monitorear cada movimiento de sus ciudadanos. Con el correr de los años, el concepto se deformó, al punto de que Gran Hermano pasó a ser un reality show televisivo.
El Gran Hermano, trasladado al trabajo, es una tendencia que despierta polémicas. ¿Hasta qué punto es correcto controlar a los empleados? Hace alrededor de un año, periodistas del diario británico The Telegraph encontraron pequeñas cajas negras instaladas debajo de sus escritorios. Los dispositivos se llamaban "OccupEye", un software que detecta los movimientos de los empleados. Si está en su silla o si no lo está.
El descubrimiento provocó un escándalo. El Sindicato de Periodistas elevó una queja a la gerencia del diario por el exceso monitoreo de sus empleados. La compañía, por su parte, desestimó la acusación. Alegó que los dispositivos estaban destinados a reducir costos de energía. En teoría, se trataba de no sobrecalentar inútilmente computadoras que estaban sin utilizar. Así y todo, pese a la defensa, debieron removerlos.
Los sensores son invisibles para los empleados. Están en las paredes, en los sistemas de iluminación, abajo de los escritorios, hasta en las tarjetas de identificación, pero no se perciben. "La mayoría de la gente, cuando entran en los edificios, ni siquiera los notan", señaló a Bloomberg Joe Costello, director ejecutivo de Enlighted, cuyos sensores recolectan datos de más de 350 empresas en Estados Unidos.
Alejandro Melamed, director general de Humanize Consulting, dijo a Infobae: "La intimidad del empleado siempre debe ser resguardada y jamás se pueden sobrepasar ciertos límites. Monitorear cada movimiento supone una falta de confianza total. Es como un 'Gran Hermano empresarial' y no es el enfoque apropiado. El empleado debe sentirse con libertad para poder desplegar sus competencias y saber que está respaldado por su empresa".
De acuerdo a su mirada, "hay que entender cuál es el objetivo que se propone". Deben poder coexistir la autonomía que se desprende del accionar del empleado, pero, a la vez, el buen rendimiento de la compañía en términos de asegurar sus bienes.
Los prototipos que se consolidan poco a poco buscan pormenorizar el comportamiento del empleado. Qué hace, con quién habla, cuánto tiempo le lleva ir al baño, cuánto tiempo está produciendo frente a un monitor. Persiguen la eficiencia. Por ejemplo, entre las funciones de los sensores, están los mapas de calor que se desprenden de los movimientos del empleado. A partir de esos datos, los empleadores buscan maximizar y optimizar el espacio.
Más allá de la polémica por el control excesivo, los sensores logran aprender el patrón de comportamiento de los empleados. Por caso, sirven para mantener apagadas las luces de un departamento específico cuando no hay nadie trabajando en él, lo cual repercute en grandes ahorros energéticos para la compañía.
"Todo exceso es negativo. Desplegar sistemas que ingresen en la intimidad y vigilen cada acción es una medida excesiva e innecesaria. Los sistemas deben estar para ayudar a lograr los objetivos organizacionales, impulsando la innovación, la colaboración y el trabajo en equipo. Considerando las medidas de seguridad necesarias para preservar los bienes de la empresa, pero no por eso invadiendo la intimidad de las personas", opinó Melamed.
En términos jurídicos, las empresas en Estados Unidos tienen entre sus facultades supervisar cada acción que lleva adelante su personal. "Los empleadores pueden hacer cualquier tipo de supervisión que quieran en el lugar de trabajo, siempre y cuando no involucren el baño", sostuvo Lewis Maltby, presidente del Instituto Nacional de Derechos de Trabajo norteamericano. La cuestión, entonces, es de índole moral: ¿es correcto o incorrecto? ¿Aceptable o repudiable? Un debate potencial e interminable.
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