Una familia numerosa. Humilde, obrera, trabajadora. Encontró en la calma cotidiana un trágico escenario del que no tuvo vuelta atrás. Piedad Martínez del Águila solo tenía 12 años, pero es la protagonista de un hecho trágico e imborrable del pasado. Era la mayor de las mujeres pero la tercera en orden de un grupo de 8 hermanos. 51 años atrás, en Murcia, ciudad española que no llega -en la actualidad- a los 500 mil habitantes. Piedad, que no tuvo nada de compasión, terminó con la vida de cuatro de sus hermanos menores tras estar harta de cuidarlos cada vez que sus padres se iban a trabajar.
En 1966, el miedo se apoderó de las calles del barrio del Carmen. Una grave enfermedad contagiosa era el rumor que corría de boca en boca, de casa en casa, asegurando que había sido ese el motivo de muerte de tres pequeños que fueron falleciendo con cinco días de diferencia (semanas más tarde moriría el cuarto). El suceso marcó para siempre la sensibilidad de la ciudadanía, incrédula ante lo develado a posteriori: la hermana que debía cuidar a sus hermanos mientras Andrés (padre) y Antonia (madre) estaban en sus trabajos un día alcanzó el hartazgo y llevó a cabo un plan siniestro.
A finales de diciembre de 1965, de forma misteriosa, fallecía Mari Carmen, con tan solo nueve meses de edad. La Seguridad Social se presentó en la vivienda, revisó a la criatura y diagnosticó "fallecimiento por meningitis". No llamó la atención de los padres, quienes habían perdido años atrás -por la misma causa- un bebé de tan solo dos meses.
El hecho es que cinco días más tarde, Mariano, de 2 años, también dejó el mundo por una meningitis letal. Pero la sospecha terminó de volverse real en el momento en que Fuensanta (4 años) falleció de lo mismo una semana después. El médico de la familia no quiso firmar el acta de defunción de la niña y sí acudió a un juzgado de menores para exponer lo ocurrido.
Cuatro muertes en menos de un mes
La presión de los vecinos llevó a que toda la familia se interne en el Hospital Provincial de Murcia, ya que inicialmente se pensó en alguna extra afección o intolerancia alimenticia. Nada de eso. Los sometieron a diferentes pruebas y todos los resultados eran favorables, por lo que fueron dados de alta para pasar las fiestas de fin de año en su hogar.
Pero volvió el horror. El 4 de enero de 1966 fue fatídico para Andrés, de tan solo 5 años, que dejó el mundo por la misma causa que sus tres hermanos fallecidos. La sospecha cambió de foco y los vecinos se preguntaban si un extraño virus no estuviese saltando de un hermano muerto a otro vivo y esto le provocaba el deceso.
Como todos presentaron los mismos síntomas, los cuatro cuerpos fueron enviados al Instituto Nacional de la Salud en Madrid, pero no se detectó ningún virus y fueron exhumados y enterrados en un cementerio local. Pero el examen Anatómico Forense sí tenía algo para decir: todos habían sido envenenados.
Piedad: la hermana ejemplar que debía cuidarlos
Los padres fueron encarcelados e interrogados. Incluso se los estudió psiquiátricamente. La noticia había sacudido a toda España y el periodismo estaba abocado a investigar lo acontecido en Murcia, con enviados especiales y jornadas de cobertura enteras en la vivienda de los Martínez del Águila. Piedad, ante la mirada de los fotógrafos, siempre se volvió impasible, algo que comenzó a despertar el interés de los periodistas. La Policía comenzó a sospechar de Piedad cuando se enteraron que era la encargada de cuidar a los pequeños, inclusive de su alimentación.
Un inspector le tendió una trampa. La invitó a tomar algo en un bar y empezó a jugar con ella. Aprovechó para simular que le iba a echar una cucharada de cloruro en el vaso de leche. La chica, primero riendo y luego enfadada, se lo impedía.
–No hagas eso, que puedes hacer mucho daño a alguien.
Ante la insistencia del investigador para que bebiera, se negó rotundamente.
–¿Hace daño? ¿Es como lo que le diste a tus hermanitos? –preguntó el funcionario.
El rostro contraído de la pequeña habló por sí solo. El policía fue severo y su mirada aún más, logrando persuadir a Piedad.
–Fui yo quien mató a los cuatro. Los tres primeros por orden de mi madre.
–¿Y el último?
–Lo maté yo sola, por mi propio impulso.
Con el correr de los días explicó cómo preparaba el veneno para matar a sus hermanos. Picaba unas pastillas con las que limpiaba metales y las mezclaba con veneno para ratas. Hacía pequeñas bolitas y se las incorporaba en los vasos de leche que tomaban los pequeños. El cloro y el cianuro provocaron la muerte letal.
Aún internada en un hospital psiquiátrico, continuó culpando a su madre, y hasta llegó a inventar cinco historias diferentes. Todas falsas. "Quería salir a jugar con mis amigas y no podía. Siempre tenía que cuidarlos", confesó en alguna oportunidad al diario El Caso. Al ser menor, la ingresaron en un convento de la capital murciana donde cuidaban a niñas en situación de riesgo.
No se supo más nada de Piedad, aunque su apellido volvió a ocupar las primeras planas de los diarios españoles, cuando sus dos hermanos mayores (Antonio y Manuel) fueron detenidos por el robo de una motocliceta. A fines de 1978, 15 reclusos escaparon de la prisión de Murcia tras excavar un túnel. El más conocido de ellos era el hermano mayor de Piedad, que tres meses antes había asesinado a un taxista tras robarle.
Las desgracias se apoderaron de una familia humilde que encontraron el rechazo de la sociedad y el vacío eterno por la muerte de cuatro hijos y otros dos que fueron acusados de asesinato. El padre perdió su trabajo y nada volvió a ser lo mismo. Una ceguera letal lo hundió a él y a su familia en la pobreza, provocando su muerte algunos años más tarde.
LEA MÁS:
Las gemelas silenciosas: solo la muerte podía liberarlas
El mayor enigma ruso: ¿qué sucedió con los estudiantes en el Paso Dyatlov?