Puntuales 19 horas de viaje e interminables 13.672 kilómetros separan Argentina de los Emiratos Árabes. No importó la distancia ni el cansancio: las raíces árabes de la periodista Maia Chacra fueron más fuertes -su padre nació en Siria- e hicieron que el deseo y la espera nublara la sensación de fatiga y debilidad.
Lo que sigue es un relato en primera persona de su diario de viaje por Dubai. Atrapante y seguramente con omisiones también.
Aterricé a la madrugada en Dubai. Pocos países pueden despertar tanto los sentidos. La religión y sus mezquitas, su cultura, la vestimenta, el lujo. La información abruma. Decidí librarme a la fluidez de las cosas. Eran las cuatro de la mañana y mientras la ciudad dormía, en los altoparlantes distribuidos por las calles se escuchaba una agradable voz, eran las oraciones religiosas que ofrece el Corán.
Los musulmanes oran varias veces al día, por lo menos cinco. Los más estrictos respetan los horarios por más de que interrumpan sus actividades diarias. Algunos en la mezquita, otros en el medio de la calle. Descalzos y sobre una manta, detienen el mundo y oran en dirección a la Meca.
Las mujeres y el burka, la prenda tradicional que impone la religión musulmana es otra imagen ineludible, de gran impacto. Las hay de diferentes tipos, burka completo o chador o con la cara descubierta. Con 40 grados de temperatura, el velo islámico es religión para las mujeres árabes: casi nunca solas, siempre en compañía de su esposo o en grupo. La escena inspira tanta curiosidad como respeto. Los burkas negras largas, cubren a las mujeres de la cabeza a los pies, con apenas una especie de ranura rectangular que deja sus ojos al descubierto. Silenciosas como sobrias, se pasean bajo el caluroso sol de Dubai.
Desde nuestra percepción occidental, el burka pareciera ser un símbolo de opresión y de desigualdad de género. Ellas, sin embargo, lo conciben como un símbolo de pureza y de devoción al Corán.
Hablé con una de ellas. Era oriunda de Arabia Saudita, estaba de paseo en los Emiratos Árabes. No olvidaré jamás esos profundos ojos negros que se escapaban del burka. Identifiqué un maquillaje perfecto en los pocos retazos de piel que exhibía. Detrás del manto negro, sin duda, había una mujer coqueta. Luego de haberle inspirado confianza, contó que no se imagina no usar esa vestimenta; y que la acepta porque su religión así lo exige. Que no podría salir de su habitación sin ella, que puede quitársela si se encuentra en un ámbito cerrado sólo rodeada de mujeres, que frente a hombres no puede dejarse ver sin el velo, salvo con su esposo.
Existen diferentes tipos de velos. El burka, que representa la pureza total, es una vestimenta uniforme que cubre todo el cuerpo y que permite únicamente la visión a través de una suerte de rejilla a la altura de los ojos. El Niqab concede, sin embargo, una franja para ver sin filtros.
En Irán, por ejemplo, el burka es obligación y no usarla para una mujer podría ser motivo de prisión o pena de muerte, en casos extremos. En países como Siria o el Líbano, de religión musulmana más moderada, las mujeres usan el chador, una larga túnica que libera el rostro, o la duppata, una bufanda que cubre el pelo y parte de los hombros dejando la cara al descubierto.
Los largos y tradicionales velos no restringen el concepto universal del lifestyle femenino. Entre tanta tradición, cuelgan las bolsas y los accesorios más caros entre los hombres y mujeres árabes: la última cartera Chanel, y si se agudiza la vista, relojes y joyas ocultas dentro del burka, que demuestran su devoción por las tendencias más chic del mundo de la moda. Es así que el mercado árabe es uno de los principales centros de facturación de las marcas de lujo. Una contradicción o una paradoja de cómo la globalización intervino en una población de creencias religiosas y socioculturales ancestrales, dominadas por lo que dicta el Corán.
En todos lados, brota la excelencia de lo fastuoso. Dubai, el pequeño emirato del Golfo, probablemente sea uno de los lugares más extraños del mundo. Es una ciudad profundamente musulmana que adoptó las glorias y las miserias del capitalismo occidental más radicalizado. Es groseramente moderna, ensaya una oda al lujo y a la estética futurista, revela una competencia feroz por hacer lo más alto, lo más grande, lo más imponente del globo: el shopping más grande del mundo, la Burj Khalifa -la torre más alta del mundo con 828 metros-, el acuario más grande del mundo, la publicidad de ser el país más seguro del mundo. Todo emplazado en la mismísima nada, en el medio del desierto. Es la metrópoli de las contradicciones.
Porque además de una cultura atrapante, Dubai vive envuelta en atracciones turísticas fascinantes. El Burj Khalifa -la torre que se puede ver desde 95 kilómetros de distancia- es una cita obligada. Al igual que la mezquita Sheikh Zayed, en Abu Dhabi; La Palmera, las islas artificiales más grandes del mundo, y la maravillosa experiencia de "Las mil y una noches", un oasis arquitectónico perdido en el medio del desierto con actividades lúdicas y escenarios paradisíacos. Es Dubai una ciudad que se debate entre la tradición y la modernidad, que asume una extraña combinación de mezquitas y rascacielos, mar y desierto.
Dubai es la contradictoria pasarela del lujo de Medio Oriente. El contraste y la convivencia pacífica de las mujeres occidentales y las mujeres musulmanas en la playa. Con un paisaje arquitectónico imponente que enmarca la potencia del lujo y el futuro. Así es Dubai.
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