La fecha, 25 de enero de 1959. Los participantes: 10 estudiantes, 8 hombres y 2 mujeres, todos cursaban en el Instituto Politécnico de los Urales de Ekaterimburgo. Comenzaron entonces una travesía a través de los montes Urales, la frontera natural entre Europa y Asia. Había sido un viaje planeado con antelación y tenían un objetivo para nada sencillo, alcanzar el pico Otorten en el norte de la cordillera.
Al frente del grupo estaba Igor Dyatlov, de solo 23 años, quien se había encargado de todos los pormenores, del planeamiento, para un equipo que -de por sí- tenía sobrada experiencia en este tipo de expediciones. Dyatlov, además, llevó su cámara, con la que documentó toda la travesía. Incluso, el misterioso final.
El clima gélido, ventoso, de nevadas profundas no era un desafío, solo un dato que, para ellos, le otorgaba un condimento especial, pero nada diferente a lo que ya habían atravesado.
El 27 llegaron a Vizhai, el último pueblo, luego solo quedaba un terreno hostil, inhóspito. Como pasa en muchas tragedias, casi como si fuese una ley del destino, un guiño para los guionistas de las películas, alguien se salvó a último momento. El afortunado fue Yudi Yudin, de 21 años, quien por una disentería no pudo continuar.
Fueron cinco días de una ardua caminata, aunque por las imágenes puede notarse que el espíritu de los nueve expedicionarios distaba del sufrimiento, del cansancio extremo. Ese 2 de febrero, las múltiples horas de entrenamiento del equipo no sirvieron demasiado.
Por un error de cálculo se habían distanciado del camino trazado y debieron hacer campamento en la ladera de la montaña Kholat Syakhl – "Montaña de la muerte", en lengua la local-. La noche caía y la lógica dictaba que ese era el lugar ideal para el descanso nocturno. Lógica, sentido común, discernimiento, todas palabras que dejaron de tener significado y que aún no las tienen, cuando se intenta entender qué sucedió aquella noche.
Cuatro días después, otro equipo de expedicionarios que pasaba por la zona se acercó al campamento para establecer contacto, pero solo encontraron desolación y entendieron rápidamente que allí había ocurrido un evento que no tenía explicación. Un evento que aún desconcierta.
Para comenzar, lo primero que los asustó fue ver que las carpas estaban rasgadas desde adentro, como si algún animal salvaje, un oso quizás, hubiese ingresado. Pero en el interior no había nadie, salvo las pertenencias, prolijamente acomodadas, listas para el día por venir. Salvo por los cortes, no había signos de violencia. Solo esos trazos sin forma, a las apuradas, como motivados por la desesperación.
Del lado de afuera encontraron huellas, impresiones de pies descalzos en la nieve que se dirigían de manera torpe hacia abajo. El rastro se perdía en un bosque y, junto a una roca, tapados por la nevada de los últimos días, yacían dos cadáveres, en ropa interior, bocabajo, cerca de lo que había sido una fogata. Desnudos, con temperaturas bajo cero, sus cuerpos estaban casi intactos, casi. Sus manos tenían notorios signos de desgaste, en carne viva, pero enteras, como si hubiesen intentando subirse a aquella piedra de manera sistemática, desesperada.
En los alrededores encontraron tres cadáveres más, el de Dyatlov, entre ellos. También estaban "en perfectas condiciones", no había signos de violencia, ni muestras de que algún animal salvaje los hubiese herido o profanado. Sin embargo, poseían una expresión de horror.
Los expedicionarios regresaron a Vizhai y desde allí la noticia de los hallazgos se propagó. Varios grupos de salvataje recorrieron la zona en las semanas posteriores, en búsqueda de los cuatro estudiantes que aún permanecían desaparecidos, pero sin suerte.
Pasaron dos meses hasta que los encontraron y lo que descubrieron aumentó aún más el desasosiego, la incomprensión. Estaban, lógicamente, tapados por la nieve, pero llevaban ropa, la ropa que les faltaba al primer grupo. Además, en este caso, los signos de violencia eran notorios: cráneos y costillas fracturadas. A una de las jóvenes, Ludmila Dubinina, le faltaban la lengua y los ojos, que podían ser atribuibles a alguna alimaña carroñera.
Se realizaron autopsias, muchas, y esto generó más y más interrogantes. Preguntas que aún no encuentran respuestas y alimentaron -y alimentan- teorías, para algunos, sin lógica, sin sentido común, sin discernimiento.
Las extrañas teorías: prueba nuclear soviética, el Yeti ruso y los extraterrestres
La causa de muerte de los primeros fue la hipotermia. Dos personas desnudas con-30º en el termómetro no podían terminar de otra manera. Del estado de sus dedos, de esas uñas destrozadas por la desesperación, nada se dijo, nada se supo, nada se pudo explicar.
De los siguientes cuatro, se pudo establecer que habían tenido fallecimientos traumáticos comparables a los que se producen en un accidente de auto a gran velocidad. De esta manera, se invalidó la teoría de un presunto ataque de otras personas.
Además, descubrieron que en sus ropas había restos de radioactividad, algo físicamente imposible debido al lugar en el que se encontraban. Los familiares de las víctimas denunciaron que sus pieles eran de un extraño tono marrón.
La historia tomó un giro sobrenatural, cuando los periódicos de época reflejaron los relatos de un grupo de campesinos y montañistas, que aseguraron que vieron en la zona extrañas luces en el cielo durante aquellos días, lo que alimentó teorías extraterrestres.
Otra de las hipótesis involucró al ejército soviético, debido a que aparecieron en la zona algunos trozos de metal. Eso, más la prueba de radioactividad hizo que la historia llegase a los principales periódicos de la época. Se especuló con una posible prueba atómica por parte de los militares.
La investigación estuvo a cargo del oficial Lev Ivanov y fue cerrada ya que no se pudo descubrir ni móvil ni culpable. Todo quedó en el más profundo secreto, un secreto enterrado en la nieve de la ladera de la Montaña de la Muerte. En la actualidad, la zona es conocida como Paso Dyatlov, en honor al guía.
Más acá en el tiempo, Mike Libecki, un investigador, realizó un controvertido documental en el que asegura que las evidencias demuestran la intervención un animal salvaje desconocido para la ciencia, el Menk o Yeti ruso.
Durante junio del año pasado, finalmente, apareció el último de los estudiantes. Casi medio siglo después, el evento resurgió con el descubrimiento en el paso del cuerpo que faltaba.
Un relato póstumo
Aquel joven que se salvó, Yuri Yudin, falleció hace cuatro años. Si bien pudo formar una familia, jamás pudo, supo o quiso olvidar el pasado. En un cuaderno personal encontrado luego de su deceso pudo leerse la frase: "Si pudiera hacerle una pregunta a Dios, sería ¿qué les pasó realmente a mis amigos aquella noche?".
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