Desde hace años, las cirugías dejaron de ser un objeto de deseo propio solamente de las mujeres. Los hombres ya no tienen pluritos ni reticencias para animarse a los retoques, en cualquier zona corporal y con novedosas intervenciones. Ahora también la mira está puesta en el rejuvenecimiento genital. Para ello se apela al clásico botox, cuyo uso original era para suavizar las líneas de expresión y las patas de gallo, pero con los avances quirúrgicos fue expandiéndose al resto del cuerpo.
Para que la piel no continúe perdiendo tesura y para ocultar las arrugas que asoman, en Estados Unidos surgió el tratamiento llamado Scrotox, una técnica que consiste en aplicar botox en el escroto, la piel rugosa que cubre los testículos. El procedimiento es muy demandado, a tal punto que en el último año se duplicó la cantidad de solicitantes tanto en el país de origen como en Europa.
El efecto de Scrotox es el mismo que el Botox regular: la eliminación de las arrugas, que con el tiempo se desarrollan en los testículos debido a los cambios de temperatura (cuando hace más calor, el escroto se relaja, y en condiciones más frías se contraen). Pero, así como suaviza la piel, también genera en los testículos una apariencia de mayor tamaño, un atractivo para muchos hombres.
La técnica despertó criticas de algunos especialistas, que argumentan que si bien al inyectarlo por debajo de la cintura reduce problemas de sudoración, no disminuye drásticamente las arrugas como en el rostro. Entre los riesgos y contraindicaciones además remarcan que después de la inyección de botox en el escroto, el paciente no podrá tener relaciones sexuales las próximas 6 semanas.
Su duración del efecto es de entre cuatro y seis meses, como cualquier toxina botulínica. La intervención estética, que dura alrededor de 45 minutos, implica un coste económico importante, ya que cuesta no menos de 3000 euros en diversos puntos del mundo.
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