-Voy a tener que morir -dijo Jennifer unos días antes de morir, a los 29 años-. Lo hemos decidido.
El 11 de abril de 1963 habían nacido en Barbados, una isla del Caribe, las gemelas Gibbons, con 10 minutos de diferencia entre una y otra. Desde un comienzo, Jannifer y June establecieron un vínculo estrecho. No se separaban. A donde iba una, iba la otra. Quienes las observaban, decían que hasta actuaban y hablaban de la misma manera, incluso en los gestos más sutiles.
A los pocos años, un viaje marcaría sus vidas para siempre. Su padre formaba parte de la fuerza aérea real británica. Recibió un llamado de sus superiores. Lo necesitaban en Gales, en Haverfordwest. El cabeza de familia trasladó a su mujer y sus dos hijas hacia la pequeña ciudad galesa.
Con edad para iniciar el colegio, las gemelas siempre se sintieron excluidas. Eran dos niñas negras en una ciudad de blancos durante los '60. Fueron acosadas, una y otra vez, durante los recreos y las clases. El bullying escolar las llevó a recluirse aún más entre ellas. Debían abandonar la escuela antes de tiempo para evitar las burlas de sus compañeros. En ese entonces, su relación empezó a volverse extraña.
Decidieron callarse. No hablar con nadie. Solo entre ellas, pero no a través del lenguaje habitual, su idioma inglés. Crearon una jerga paralela que solo ellas entendían. Ni siquiera se comunicaban con sus padres. Tan solo entablaban un diálogo mínimo con su hermana menor, Rose. Formaron un microcosmos impenetrable. Las dos, tan idénticas, eran una. La relación, tan estrecha como enfermiza, se volvió inquietante.
En el colegio eran freaks. Los psicólogos de la institución se fascinaron con su ensimismamiento. Querían analizarlas, pero nunca lograron su confianza. Incluso, los terapeutas describieron que si una de las dos se tiraba al piso, la otra -inmediatamente- se tiraba al piso también.
Sus padres, al no encontrar respuestas e impulsados por el interés que mostraban hacia la literatura, pensaron que anotarlas en un curso de escritura creativa sería una buena idea para sacarlas de su aislamiento. Aunque las gemelas, con solo 14 años, escribían textos oscuros -casi macabros- sobre sexo, sangre y violencia. Ambas intentaron que revistas y editoriales publicaran sus escritos, pero nunca lo lograron.
Tanto June como Jennifer optaron por la autoedición de sus libros. La obra de Jane se llamó "Pepsi-Cola Addict". Trataba sobre un adolescente enviado a un reformatorio donde era acosado por un guardia homosexual. Jennifer, por su parte, publicó "El pugilista", que tenía como protagonista a un médico que mataba a su perro para extraerle el corazón e implantárselo a su hijo moribundo y, de ese modo, salvarlo.
La relación entre ellas -la única que tenían- parecía de ir de mil maravillas para quienes las observaban desde afuera. Sin embargo, en sus diarios íntimos expresaban sus verdaderos sentimientos. June, la mayor de las gemelas por 10 minutos, sentía la profunda envidia de su hermana menor porque la consideraba superior en todos los sentidos: "Ella quiere que seamos iguales. Hay un brillo asesino en sus ojos. Querido Dios, tengo miedo de ella. No es normal… alguien la está volviendo loca. Soy yo".
“Ella quiere que seamos iguales. Hay un brillo asesino en sus ojos. Querido Dios, tengo miedo de ella. No es normal… alguien la está volviendo loca. Soy yo”.
Las gemelas nunca lograron el éxito deseado en la literatura. Por eso, optaron por otro rumbo. Impulsadas por llamar la atención, empezaron a cometer actos de vandalismo. Robaban, provocaban incendios y hasta se asfixiaban entre ellas. Tales conductas las llevaron a la justicia. El juez reconoció -no podía ser de otra manera- el peligro que implicaban para la sociedad, pero sobre todo para una y otra. Las envió a un centro psiquiátrico de alta seguridad.
Después de ser analizadas en forma minuciosa, las hermanas fueron diagnosticas con esquizofrenia. Las llamaron "las gemelas silenciosas" por su extraño aislamiento. En el Hospital Broadmoor pasaron los siguientes 11 años de su vida y, pese a las altas dosis de medicación, sus comportamiento antisociales no disminuyeron.
Los directivos del instituto decidieron separarlas. Internarlas en habitaciones diferentes, alejada una de otra. Sin embargo, las gemelas desafiaron la autoridad. Comenzaron a actuar más raro aún. Los enfermeros veían cómo ellas podían permanecer horas y horas estáticas, como si estuvieran congeladas.
Debieron pasar años para que las gemelas entablaran una relación mínima con los enfermeros del hospital. Al notar la leve mejoría, se las trasladó a otro centro de menor seguridad. En ese momento, una periodista del Sunday Times se interesó por la historia y comenzó a visitarlas con asiduidad. Marjorie Wallace, que después escribiría "The silent twins", logró ganarse su confianza. Al punto que le confesaron el pacto escalofriante que habían sellado: una de las dos debía morir para liberar a la otra.
“Nos hemos convertido en enemigos mortales -escribió Jennifer en su diario- Sentimos los molestos rayos mortales que despiden nuestros cuerpos, golpeando la piel del otro. Me pregunto a mí misma si puedo deshacerme de mi propia sombra, si es posible o imposible. Sin mi sombra, ¿moriré? Sin mi sobra, ¿obtendré una vida? ¿Seré libre o me dejarán morir? Sin mi sombra, que identifico con una cara de miseria, engaño y asesinato”.
En 1993, cuando tenían 29 años, Jennifer posó su cabeza entre los muslos de su hermana y se desvaneció. Pese a las especulaciones de asesinato o suicidio asistido, la autopsia arrojó que la muerte se debió a una miocarditis aguda, una inflamación letal del corazón.
"Una vez fuimos dos. Las dos fuimos uno. Nunca fuimos más de dos. Una a través de la vida. Descansa en paz", escribió June ni bien murió su hermana. "Me siento libre", expresó después.
June Gibbons, en 2008, dejó de necesitar atención psiquiátrica. Hoy vive en su casa en el oeste galés, cerca de sus padres. Lo hace con total normalidad y se relaciona con su entorno. Ya no hay nada que la ate.
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