Las luces se encienden y se abre el telón. Aún falta bastante para la función, pero la máquina se pone en marcha. Se barren los últimos papelitos del suelo, se corre aquel foco que está alumbrando mal y se confirma que todas las butacas estén impecables. Al rato llegan ellos y ellas. Todos agrupados y amontonados en un hall que los resguarda mientras esperan por acomodarse. La gran mayoría no se conoce, es la primera vez que se ven. Quizá comparten algunos gustos o posiblemente no tengan nada en común. Pero se unen allí, en la fábrica de sonrisas, el sitio que eligieron para depositar sus expectativas mientras esperan que él, a punto de salir, les regale un momento que perdure por siempre en sus vidas.
Sebastián Wainraich está nervioso. En un rato tiene que salir a un escenario perfectamente iluminado en el que todo lo que visualiza es oscuridad. "Cuando estoy arriba del escenario estoy 100% metido ahí: no siento cansancio, no siento nada que tenga que ver con las cosas que pasan fuera del escenario". Su obra lleva su nombre y es su mayor orgullo: Wainraich y los frustrados, un éxito en el Teatro Maipo que transita su cuarta temporada. Es su creación. El trabajo de meses que siempre le costará abandonar.
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Actor, conductor y por muchos años productor. Wainraich, 42 años, es humorista y merece que se lo observe por separado. "Antes de arrancar, cuando la hoja está en blanco, es imposible pensar en hacer reír. Pero se necesita trabajo: escribir, reescribir, seguir intentando. La obra -por ejemplo- lleva cuatro años pero siempre encuentro cosas nuevas. A medida que hacés más, podés ir evolucionando", explicó el hombre que supo conquistar a Dalia Gutmann, con quienes son padres de Kiara (9) y Federico (4).
A la hora de retratar la relación que lleva con su mujer, Wainraich explicó que "junto a Dalia somos una pareja como todas: a veces nos llevamos bien, a veces nos puteamos. A veces estamos callados. De a ratos nos divertimos con los chicos y de a ratos queremos estar solos. Ella me critica más a mí que yo a ella. Me gusta mucho su trabajo entonces no le encuentro tantas fisuras".
-¿Cuál es la sensación más difícil de transitar arriba del escenario?
-La sensación más difícil son los dos minutos de salir. Miedo, autoboicot. Pero después disfruto la función. Sucede que uno suele escaparle al compromiso. Es como jugar un partido de fútbol y no querer que te llegue la pelota. Pero después me relajo y lo vivo con mucha intensidad.
Los minutos que anteceden la entrevista lo exhiben inquieto. Está tranquilo, pero se mueve de un lado para el otro. Corta budín, ofrece algo para tomar y vuelve a cortar budín. Mira su celular y elige acomodarse la gorra antes de arrancar. Sus sonrisas más genuinas no tardan en aparecer: le gusta escuchar anécdotas ajenas que tengan como protagonista a Metro y Medio, su programa radial -junto a Julieta Pink, de lunes a viernes de 18 a 21- desde el 2007 en Radio Metro.
-¿Lográs no trasladar tus problemas cotidianos a la radio?
-Estoy en un estudio de radio y me transformo. Una energía que no me dan otras cosas. En la radio es muy difícil que me bajonee, salvo que me pase algo muy poderoso. Es una sensación hermosa porque pierdo el control sobre mí.
-¿Qué es lo que más te enorgullece de Metro y Medio?
-Me encanta la relación con la gente cuando citan una sección o algo que dijiste. O te cuentan: 'cuando arrancaron con el programa me casé, tuve un hijo y me separé. Me acompañan desde hace muchos años'. El programa tiene secciones que son muy potentes y eso provoca una relación muy cercana con la gente. A veces nos dicen: "Me estoy riendo en el bondi y el de al lado también". Me parece que la radio está hecha para eso.
Multifacético, Wainraich, a lo largo de su carrera laboral, no le ha escapado a los desafíos. Supo ser productor de Fernando Peña, conducir en radio y televisión, enfrentar un teatro colmado -acompañado y también solo- y protagonizar Una noche de amor, en el cine, con Carla Peterson.
-¿Cuál es tu límite a la hora de encarar un trabajo?
-Por ejemplo en la radio, que es espectacular y hacemos lo que queremos, mi límite es ese: no hacer lo que no quiero. Y no por una cuestión rebelde sino más artística. Si hacer lo que nos gusta es un trabajo y nos cuesta, ¿para qué vamos a hacer lo que no nos gusta? Esa es mi política.
"A nadie le gusta que lo critiquen, esto es así. Por más que muchas opiniones sirvan y que sienta que el otro tiene razón, jode un poco que te critiquen. Pero a veces viene bien", sostuvo el hincha de Atlanta que comenzó a cocinar sus propios asados desde hace poco tiempo, razón por la cual encuentra otro orgullo para llenar su batería espiritual.
-¿Cómo es Sebastián Wainraich en su rol de padre?
-La realidad es que ha cambiado mucho la relación entre padre e hijos y yo lo celebro. A veces siento que los hijos nos dominan y hay que luchar contra ellos. Nos cuesta poner límites a los padres. Pero pienso constantemente en el crecimiento de mis hijos y no quiero obsesionarme con eso porque algún daño les podés hacer. Sobre todo porque ven lo que hago con mi trabajo, con mis relaciones y con mi vida.
Se exhibe sensible y tímido, pero poco permeable. No quiere exponerse. Con el micrófono encendido, sus vacíos y sentimientos más profundos, aquellos que le provocan dolor, deben esperar fuera del estudio. Enamorado de su mujer, hipnotizado por sus hijos y amigo de sus amigos, pondera el rol de la familia aunque haya situaciones que prefiera atravesarlas en soledad.
-¿Te gusta estar solo?
-Me gusta la soledad. La disfruto y la necesito para trabajar y pensar. Me gusta estar solo. En mi juventud, a los 26 años, vivía solo, comía a cualquier hora, me podía acostar tarde y dormir todo el domingo. En ese entonces, la responsabilidad horaria pasaba por lo laboral y nada más.
El viernes los espero así: con los brazos abiertos.
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-¿Cómo es tu relación con Marta y José (sus padres)?
-Una relación muy presente ahora. Siempre fue presente pero ahora muy marcada por mis hijos también. No soy de esas personas que estuvo enojado sistemáticamente con sus padres, pero sí surgen enojos esporádicos, preguntas, reflexiones. Cuando sos padre los entendés pero también te preguntás por qué fue así. Me parece que es sano no enojarse con los padres y entender que dieron lo mejor; que le pegaron, acertaron o le pifiaron, como me va a pasar a mi.
-¿Fue difícil haber perdido un hermano a los 19 años?
-Diego tenía 25 años cuando se fue. Cuando me pasó a mí hablé con una persona que le sucedió lo mismo y ahí parecía que no iba a arrancar nunca. Pensaba: 'cómo salgo de acá'. Te encontrás empantanado. Pero la muerte de por sí es absurda, porque rompe con las reglas del tiempo. No es natural que una persona de 25 años se muera, pero lo llevo conmigo siempre, aunque parezca un lugar común. Está el vacío siempre, el dolor que a veces queda amortiguado. Pero está presente siempre. A veces estoy en un pozo. Eso es bastante personal e íntimo y no suelo compartirlo.
-¿Y cómo te llevás con Raúl (su otro hermano)?
-Una gran relación, también muy presente. Raúl es un gran consejero para mí en la mayoría de las cosas. Soy el padrino de su único hijo y tenemos una relación muy linda.
"Siempre hay una idea fantasiosa de llegar a un lugar y que luego te cuelguen una medalla y levantar una copa. Eso me parece más el fin que algo para disfrutar. Hay un camino para seguir y eso me divierte y me gusta. Es ir buscando e intentando. Pero no hay nada para llegar", dijo reflexivo, mientras se para, regala su humor, contesta un audio de WhatsApp y chequea lo que sucede en las redes sociales.
Cuando termine el día, Wainraich volverá a su casa, se reencontrará con los suyos y buscará en los pequeños momentos la felicidad que tanto persigue. Leerá algún libro, mirará alguna serie e intentará que esa idea que tuvo por la mañana se convierta en la razón para que otros le regalen sonrisas a él. Buscará renovar su carnet anual en su mundo de comedia, aquel que siempre le pedirá una credencial para ingresar y transitar el abismo que separa los bellos momentos de las frustraciones. Al fin y al cabo, el show debe continuar.