Las obsesiones nunca fueron buenas aliadas del ser humano. No lo fueron aquellas devenidas en trastornos compulsivos ni mucho menos esas maquilladas en un exceso de atención, cuidado, dedicación, etc. Y la crianza, por más de que se trate de un terreno aparentemente inmaculado, representa un escenario ideal para que padres de cualquier tipo, procedencia o estrato social, desarrollen algún tipo de obsesión.
La denominada "paternidad helicóptero", esa gestión de crianza con una presencia absoluta y constante de los padres en las actividades de sus hijos. Ese control completo hasta el más mínimo detalle puede conducir hacia unos niños hijos del rigor, con un respeto absoluto por la disciplina y con una vida que aparenta transitarse entre algodones. Sin embargo, esos pequeños también corren el riesgo de desarrollarse en una vida que tampoco se asemeja a la de un adulto de la "vida real": sin peligros, sin riesgos, sin lamentos, sin frustraciones, sin transgresiones.
Esa metodología de crianza fue puesta en tela de juicio desde hace más de una década por el estadounidense Mike Lanza, quien posee un doctorado y dos másters en educación en la Universidad de Stanford y quien, desde hace unos años, convirtió el patio de su casa en una zona de "juegos de riesgo" para todos los vecinos del barrio.
En base a sus décadas de estudio, el especialista interpretó que las claves para una buena educación de los niños en los primeros diez años de vida es fomentar su creatividad, respetar la "enorme importancia" del juego libre en algún momento del día y permitir que sus hijos palpen los riesgos físicos, con el fin de que puedan así desarrollar un conocimiento real sobre su propio cuerpo y sobre cómo actuar ante posibles peligros reales que les aparezcan en la vida.
"Una de las cosas primordiales es que los niños puedan tener un propio balance sobre el poder. Si uno se pusiera a pensar en la adultez cuáles fueron los 10 mejores momentos de su infancia, muy posiblemente la gran mayoría estén relacionados a juegos al aire libre. Y uno se pregunta, ¿En cuántos de esos juegos estaba un adulto merodeando? En ninguno. Hoy los padres son excesivos controladores de cada movimiento de sus hijos", dijo Lanza.
El hombre, de unos 50 años, se convirtió en toda una figura de su barrio en Silicon Valley, California. De hecho, el patio de su casa está abierto a todos los niños vecinos, incluso cuando la propia familia no se encuentra en su hogar. Lanza comenzó a elaborar sus teorías en un blog y luego publicó el libro "Playborhood" (Una mezcla entre las palabras "juego" y "barrio", en inglés), donde elaboró las bases de su teoría.
Harto de los carísimos campamentos de verano, el doctor en educación creó su propio campamento para niños gratis llamado Camp Yale, donde los niños crean sus propios juegos y tienen permitido el "hacer lo que quieran" durante toda su estadía.
"Los niños tienen que ser conscientes y poder palpar los peligros físicos que existen en la vida. Hay que alentarlos a asumir riesgos, realizar juegos físicos con un tercero (siempre y cuando haya acuerdo mutuo y no exista una violencia real entre las partes). Así serán más conscientes de su propio cuerpo y de cómo controlarlo ante una situación desafortunada", describió.
Lanza apela a ese estilo de crianza como una contrapartida a la que él llama "filosofía de las mamás", elaborada por padres superprotectores que no están dispuestos a relegar la seguridad de sus hijos en el juego a la suerte.
Lanza se remite una y otra vez a su infancia, entre los 60 y los 70. Así, recuerda sus días en las clases del colegio como eventos "normales" y "hasta aburridos", mientras que las memorias de los juegos con sus amigos del barrio representaban "recuerdos increíbles, excelentes".
En la actualidad de su barrio, la mayoría de las actividades lúdicas son organizadas por adultos y difieren mucho del concepto de juego de hace décadas: "Estos deportes en equipo organizados no enseñan las habilidades críticas de la vida que yo tenía en los juegos con mis amigos, donde debíamos arbitrarnos a nosotros mismos. Nosotros nos veíamos obligados a resolver nuestros propios conflictos, sino el juego se terminaba. Cuando los adultos están a cargo, el enfoque suele estar en el ganar o perder, el nuestro radicaba simplemente en mantener el juego en marcha".
Otro de los puntos en cuestión es el de la tecnología: "Muchos se quejan de que los chicos no tienen tiempo libre y que son adictos a los dispositivos", explicó. Para eso, el especialista se posicionó en su rol de empresario y analizó a los niños como potenciales consumidores: entonces se determinó que su tiempo sería un recurso escaso y el tiempo de juego al aire libre competiría con el del uso de tecnología. El problema que analizó en la mayoría de las familias es que aquellos padres que limitan el uso de las pantallas, suelen compensar ese tiempo sobrante con actividades educativas extracurriculares o tareas con tutores.
"Detecté que hay un 30 por ciento de probabilidades de encontrar a un niño jugando en la calle. Pero ahí nace el llamado comportamiento recíproco entre los niños: al ver que casi ningún niño juega al aire libre, se resignan y también recurren a los dispositivos. Por lo tanto, ese 30% puede caer a cero en instantes", dijo Lanza.
Y agregó: "Uno de los mayores problemas que tenemos en la sociedad es que los niños no tienen suficiente libertad. Se nutren de una negligencia benigna. Los niños fueron diezmados. No es bueno que los adultos tengan tanto control sobre ellos".
El juego peligroso
El factor lúdico y los riesgos parecen ser dos polos enfrentados en los conceptos de educación tradicionales. Parece ser claro, suena absurdo someter a un hijo a un juego en el que se exponga su físico ante un posible daño. Sin embargo, mantenerlos alejados de cualquier tipo de riesgo, los puede dejar estériles de reacción ante un escenario futuro desagradable: "Los juegos peligrosos representan cómo los niños aprenden a determinar la graduación del miedo. No es obligatorio que todos aprendamos las ecuaciones de segundo grado, pero en nuestra vida aparecerán situaciones de estrés físico y hay que saber mantener la calma en esos momentos límite. Los cabritos se caen de los acantilados durante el juego. Si el instinto no fuera de beneficio evolutivo, el comportamiento habría sido arrancado de raíz".
Lea más:
Padres Helicóptero: cuánto puede dañar una crianza perfeccionista