"Viajo lento y escribo de cosas y lugares que me inspiran, también cuento cómo es la vida de una nómada digital y de vez en cuando hago catarsis", así es como Aniko Villalba se presenta en su blog. Y es que desde el 2010 decidió que su vida no tenía porqué ser convencional. Las razones fueron múltiples, tal vez su personalidad solitaria o la infinita curiosidad que siempre la caracterizó, quizá el deseo de que cada día sea totalmente diferente al anterior o una profunda filosofía carpe diem. La realidad es haya sido el destino o un deseo interno inapagable, Aniko se convirtió en una auténtica trotamundos.
Aviones, trenes, subterráneos, bicicletas o largas caminatas le permitieron conocer poco a poco cuál era la dinámica de los lugares que visitaba. Cafés y charlas de por medio le fueron mostrando a esta joven, de casi 30 años, la volatilidad y belleza de las cosas.
"Todo empezó cuando hice mi primer viaje como mochilera por el norte argentino y por Bolivia. Cuando estábamos volviendo y el viaje terminaba, le pregunté a mis amigos si querían ir al salar de Uyuni y me respondieron que no. Ante la negativa decidí ir sola y después encontrarme con ellos. La travesía duró un día pero me marcó para siempre. Al regresar viajé toda la noche en tren y cuando me desperté estaba tapada con una frazada. Miré a mi alrededor y tenía una chica boliviana que estaba sentada enfrente mío. Ella me había cubierto con la frazada de su bebé. Para mí ese gesto fue algo hermoso y muy humano. Después de eso decidí que quería viajar para encontrarme con situaciones así", explicó en su hogar, en el mítico barrio porteño de San Telmo.
Para ella es común escuchar a la gente decir que su sueño consiste en poder recorrer el mundo, conocer diferentes culturas, comer platos autóctonos o encontrar historias en el rincón de algún pueblito perdido. Para Aniko ese deseo se cumplió. Casi se podría decir que recorrió casi el 20 por ciento del mundo, ya que pasó por 40 de los 194 países existentes en el globo.
Siempre fui una persona muy solitaria a la cual le gusta tener su propio mundo
"Luego de esa primera experiencia de un día, quería ir a recorrer América Latina, sin fecha de vuelta. Iba a ser un viaje largo y a su vez tampoco iba a ser fácil encontrar a alguien que me acompañara, pero como siempre fui una persona muy solitaria a la cual le gusta tener su propio mundo, no me pareció raro irme sola, hasta me parecía acorde a mi personalidad. Finalmente terminé viajando con una amiga, estuvimos juntas el primer mes y medio, pero los 8 meses restantes estuve sola".
Relajada, alegre y con una mirada tranquila, va sacando poco a poco sus fotos, sus cuadernos, sus experiencias y desde su escritorio, su lugar en el mundo, se deja fluir y comparte todo lo que tiene que ver con esta vida llena de aventuras. Sin una ruta fija, se deja llevar, elige un destino y permite que el tiempo y las circunstancias decidan cuándo es momento de regresar. Ella se convierte en un elemento más de la naturaleza, que puede ir girando como una hoja en el viento.
A pesar de los placeres que proporciona el viajar, tener una vida nómada también tiene sus desventajas. Ese lado B que engloba todas las cosas "no tan buenas", pero que a su vez forman parte de este tipo de aventuras.
Es lindo viajar, pero no todo es color de rosa. Esta es mi catarsis
-¿A veces tenés deseos de quedarte? ¿Cómo manejas esas sensaciones?
-A veces siento como si fuese dos personas a la vez, porque me encanta viajar, moverme y conocer gente, pero a la vez tengo un lado más sedentario. En esa quietud me encanta leer, escribir y tener mi biblioteca. Se podría decir que me gusta alternar la Aniko viajera y la escritora.
-¿Es inseguro viajar sola?
-Es mucho menos peligroso de lo que se piensa. Lamentablemente siempre nos enteramos de las malas noticias, que son pocas, pero feas. Yo siempre digo que tengo madres y hermanas sustitutas por todo el mundo porque siempre hay alguien que se me acerca y me ayuda. Los recaudos que tengo son los normales y sé que no voy a salir a caminar sola a las 4 am en una ciudad que no conozco o por un barrio oscuro porque, en ese caso, me podría pasar algo. En ese sentido trato de usar mucho la intuición y el sentido común.
-¿Llevás tu hogar en cada viaje?
-Sí, eso es lo que trato de hacer. Siempre quiero llevar mis cuadernos, marcadores, lápices y acuarelas. Siempre tengo un peso obligatorio que es la computadora y la cámara porque son mis herramientas de trabajo.
Con respecto a la ropa trato de ser práctica porque nunca podés prever lo que vas a usar en un año, por eso entonces intento llevar la ropa adecuada al clima del lugar al que viajo.
-¿Cómo son los amores de viaje?
-Yo lo llamo el museo de las relaciones rotas. Muchas historias no funcionaron y tampoco hubiesen funcionado en Buenos Aires. El tema de estar viajando es que yo tengo un estilo de vida muy marcado, entonces si no conozco a alguien que tenga el mismo estilo de vida que el mío seguramente no pueda funcionar. Por eso a veces son amores intensos en donde los tiempos son otros porque al estar de viaje hay más urgencia.
-En tu libro "El síndrome de París" indagás en la desilusión que se sufre al darse cuenta que las cosas no son como uno pensaba…
-Lo usé como una metáfora, pero existe. Es algo que le pasa a algunos japoneses la primera vez que visitan París. Ellos van con una imagen muy idealizada del lugar y cuando llegan se encuentran con una ciudad acelerada y que dista mucho de la idea que tenían del lugar. Esa velocidad los desilusiona, entonces deben ser tratados por un médico.
"La metáfora me parece buena para poder expresar esa desilusión que todos tenemos cuando concretamos un sueños, ese momento en el que te das cuenta que eso que siempre quisiste no es perfecto. Eso me pasó durante los 8 años que viajé: pensé que mi vida iba a ser feliz y perfecta, pero después me di cuenta que no era así aunque es un estilo de vida que me encanta y me parece muy enriquecedor".
Desde los tiempos de Heródoto -400 a.c.- viajar se convirtió en algo mucho más poderoso que la simple necesidad de intercambiar materias primas; viajar es en sí mismo un verbo que se utiliza como metáfora para explicar el deseo de trascendencia, de llegar mucho más allá de lo que los ojos puedan alcanzar, pero -como algunas vez dijo el escritor Eduardo Galeano- el problema con alcanzar el horizonte es que cuando se levanta la cabeza uno nuevo aparece mucho más adelante. Y así, el viajero se adentra en un círculo interminable, un círculo con 194 países e infinitas experiencias.