La fábula tiene como protagonista a una niña. Y se sitúa en medio de las angostas y empinadas callecitas de Montepulciano, una pequeña aldea de La Toscana italiana ubicada entre dos colinas y entre las ciudades de Florencia y Siena. Las edificaciones a base de piedra del siglo XIV le daban un entorno a esa niña intrépida y extrovertida que incluso desde antes de cumplir los 10 años ya se enfocó en la importancia de la imagen. Pasión despertada por sus charlas en la tarde sobre moda, sus visitas a las boutique o sus repasos de las revistas especializadas junto a su madre. Pasión despertada por la admiración a un padre que no se permitía cruzar la puerta de su hogar sin combinar los colores de sus pantalones, sacos, camisas y corbatas. Una pasión gestada a raíz de la indiferencia -esperable- de una hermana cuatro años mayor y pre-adolescente, lo que la obligaba a vestir y a personificar a su tan querida Barbie.
La niña creció, se hizo adolescente y creyó que la actuación sería el camino por el que andaría el resto de su vida. Así estudio en un conservatorio de Florencia, estudió teatro con Vittorio Gassman, conoció a Anthony Quinn y a Ettore Scola. Pero su vida tomó un giro tan inesperado como atrapante. En poco tiempo pasó a recibirse como doctora en idiomas y literatura extranjera y encontró la posibilidad de viajar a Buenos Aires, al igual que su hermana Patricia, para realizar una pasantía en la Embajada de su país.
Un amor a primera vista con un poderoso empresario local la hizo quedarse definitivamente a más de 10.000 kilómetros de su aldea natal y ese mismo background fashion que gestó en sus primeros años de vida se mimetizó con su nuevo ambiente, entre la alta alcurnia local, para convertirse unas décadas después en una de las mujeres más elegantes y con mejor estilo del país.
La protagonista es nada menos que Rossella della Giovampaola, la misma mujer que deja con la boca abierta a todos los presentes de cualquier gala a la que acuda. La misma mujer que sorprende y genera una revolución con los vestidos utilizados en cada aparición pública. La misma mujer a la que Valentino, Chanel, Luis Vuitton o Hermès se le convirtieron palabras cotidianas en su vocabulario. La misma mujer que enamoró desde hace 16 años a uno de los zares del espectáculo argentino, Gustavo Yankelevich, y que hoy todavía rebosa de una presencia de lujo. La misma mujer que muestra esa sencillez única para expresarse y que, al abrir la boca, permite que su interlocutor pueda reencontrarse con esa pequeña niña toscana de la fábula.
"El tema de la moda yo siempre lo tuve en casa. Mi mamá era una mujer que vivía comprando revistas, vivía en la modista. Yo me acuerdo que me arrastraba en la tienda de géneros, de los bordados, de las últimas cosas, los desfiles. Entonces, para mí, la cosa más normal del mundo es hablar de vestidos. Mi papá fue siempre el elegante de la familia. Es algo que no lo medito, no lo pienso, no hago un esfuerzo para hablar de eso", comentó la socialité durante una entrevista exclusiva e íntima con Infobae nada menos que en el salón principal de La Mansión del hotel Four Seasons de Buenos Aires.
El negro de su vestido respira el lujo de su presencia y ese acento italiano impregnado se confunde con la precisión y elegancia de cada detalle en la escenografía del ambiente.
-¿Es muy detallista con lo que elige para vestir?
–Yo soy un poco distraída. A veces no sé cómo se mueve alrededor mío el tema del look y todo eso. Me pasa acá, como en Uruguay o París. Pero a veces, sí, me puede llamar la atención lo que haga un diseñador. Ahora tengo una fijación con Valentino. Entonces, si hay un Valentino, me enfoco en ese modelo. Por ahí lo que me pasa es que me fijo más en cosas que son menos mías. El tema de la moda lo tengo tan incorporado, que no me fijo mucho en eso.
-¿Qué es lo que más analiza de un diseñador?
–Me encantan los diseñadores que tienen esa cosa de la creatividad. A esta altura de mi vida, la moda no es lo único que me atrae. La creatividad, la genialidad en la creación de algo es lo que me atrae. Yo, en el fondo, puedo llegar a ser muy extrema. Cuando me pongo "extreme" con algún diseñador, entonces te conozco toda la colección, de qué era, qué hacía, los vestidos que iba a poner para un desfile, todo. Daba como una cátedra. Ahora estoy con Valentino y algo de Lanvin. Lo que pasa es que la moda en este momento está en un proceso de cambio. En lo que respecta a creatividad, es medio incierto el presente. El más creativo puede ser Alessandro Michele, con el tema de Gucci, que es genial porque lo propone de forma excelente, pero lo cierto es que ahora hay sweaters de Chanel míos de hace 15 años que son iguales a los que se venden ahora en la boutique. No sé, también yo no tengo más 20 años, entonces hay cosas que ya no me sorprenden más. Bien o mal, hay pocos genios en la moda.
-¿Cuántos vestidos tiene?
–No sé cuántos vestidos tengo, unos cuantos. Cada vez que vuelvo de un viaje, voy apretando más las perchas, aunque en mi casa ya no hay espacios para hacer placards. Tuve la suerte, en su momento, de que los vestidos de alta costura del desfile de Yves Saint Laurent me entraran. Esas son joyas. Así como tengo un Oscar de la Renta hecho por él. Hay cosas interesantes.
-¿Hay algún vestido que la haya marcado en especial?
–Hay un Oscar de la Renta que me gusta muchísimo, de noche, que es un vestido color rosa que es maravilloso y que lo usé un par de veces. No tiene nada del otro mundo, pero es un vestido que tiene angel. Yo te aviso que me encanta la ropa de noche. Si fuera por mí, iría al supermercado vestida de noche. Creo tener algunos que por ahí todavía no llegué a usar, pero son mi debilidad. Yo los considero como una pieza de colección.
Rossella della Giovampaola se instaló en la Argentina a los 27 años después de enamorarse del empresario Jorge Garfunkel (quien fuera director del Banco del Buen Ayre y falleciera en 1996). Siguió los pasos de su hermana Patricia, que anteriormente había tomado la misma decisión al contraer pareja con el príncipe Rodrigo D'Arenberg. La reunión de ambas al otro lado del océano Atlántico las volvió a reunir.
-Su hermana también es un emblema de la moda argentina, ¿cómo se llevan?
Con mi hermana tuvimos las dos la misma escuela. Ella ahora pasa mucho tiempo en París, pero cuando nos vemos lo disfrutamos mucho. De chiquitas no teníamos tanta relación porque nos llevábamos cuatro años. Ella, con 14 años, ya era una adolescente y yo, con 10, jugaba todavía con la Barbie. No había onda. Nos reencontramos después de que ella vino a la Argentina y la verdad que es un placer estar juntas. Ahora estuve en París unos días y justo coincidimos en la semana de la alta moda. Era lo más grande: vestirnos e ir al desfile juntas. Fuimos a almorzar, a hacer compras, de todo.
Della Giovampaola y Garfunkel tuvieron una hija en 1994, María Toscana, pero poco tiempo después el destino presentó un obstáculo terrible para la vida de la protagonista: el empresario falleció y Rossella debió hacerse cargo en soledad de la crianza de una niña de 4 años.
-¿Qué significa su hija María Toscana en su vida?
–Estoy muy orgullosa de mi hija. Mi prioridad en la vida, con todo el amor que le tengo a Gustavo, a mi hermana y a mi papá, es María Toscana. Es indiscutible. Ella es mi punto de referencia. Es todo. No existe mi vida sin ella. Ella es más bohemia que yo. Igual tiene su estilo.
-¿Son muy unidas, no?
–La vida quiso que fuéramos dos. El padre Jorge falleció cuando ella tenía 4 años, era muy chica. La familia de Jorge siempre estuvo presente, la imagen de su padre también. Igualmente, yo debo haber influido bastante en ella. Es muy italiana. Tiene esa cosa de la italianidad, del pueblo donde yo nací. Ella todavía se va de vacaciones ahí todos los años.
Así y todo, poco años después de la desgracia, el mismo destino la cruzó con una de las personalidades más emblemáticas del show business, Gustavo Yankelevich, con quien hoy atraviesa, 16 años después, una relación fortalecida y genuina. En la actualidad, la propia María Toscana considera al empresario televisivo como una suerte de segundo padre.
-¿Cómo fue el inicio del amor con Yankelevich?
–Yo a Gustavo lo conocí dos años después de que falleció Jorge. Yo no sabía quién era Gustavo Yankelevich. La historia es muy graciosa. Gustava estaba terminando en Telefe y fue a verla a Andrea Frigerio para un programa que quería hacer. Cuando se estaba yendo de su casa, Andrea le pregunta "¿Estás de novio?". Y Gustavo, que es todo hermético, respondió: "No, no estoy de novio". Y ella le dijo: "Tengo la mujer para presentarte. Yo no la conozco, pero me hablaron muy bien de ella". Entonces, todo eso llegó al oído de mi hermana, que me lo comenta y yo ni sabía quién era. Yo nunca prendía la televisión. "Yo lo conozco a Gustavo y te lo vamos a presentar nosotros", me dijo Patricia. Yo no sabía ni qué cara tenía. Entonces, mi hermana armó una cena: yo entro a casa de mi hermana… y estaba Gustavo Yankelevich. Él fue, no hablaba nada, y cuando nos sentamos a comer fue cuando me despertó la atención. Me dijo "Yo soy corto, antipático, malhumorado y no hablo mucho". A partir de ahí, no dejó de hablar hasta que yo me fui a mi casa. Toda la mesa estaba en silencio. Entonces me dije: alguien que hace su fuerza de una debilidad, tiene que ser un tipo piola. Y es un tipo muy piola.
-¿Usted lo apoya mucho en su rol de productor teatral?
–Ahí sí aporto. Veo todas sus obras y las veo como 20 veces. Lo apoyo porque me encanta el teatro. De hecho, cuando tiene algún guión me lo hace leer. Me gusta la vida del teatro y me fascina que él lo haga con ese profesionalismo y sensibilidad que tiene. Él tiene ese don mágico de llegar a la gente.
Su vida la encuentra en la actualidad sin un establecimiento fijo en el mundo. Todavía se mueve entre Buenos Aires, Punta del Este y París, pero cada vez que aparece en una escena de noche porteña deja bien impregnado su sello. Sus elecciones de moda dan que hablar a todos los expertos y se convierten en una tendencia inmediata en el ambiente.
Sin embargo, Rossella della Giovampaola lo toma todo con tranquilidad y siempre, tarde o temprano, vuelve a las raíces. Cada años regresa a esas callecitas angostas y empinadas de una aldea toscana entre Florencia y Siena para visitar a su querido padre, hoy con 89 años, que aún no sale de su casa "si no tiene su saco, su camisa que le haga juego con su corbata y su sweater de Cashmere".