Se sirve una taza de té. El elegido fue un blend que ella llama "Very berry", una infusión de un rojo intenso a base de frutos rojos y pétalos de flores. Los aromas se entremezclan: jengibre y vainilla, canela y verbena, pimienta y cacao. "No hay nada que me reconforte más que una taza de té". Inés Berton sonríe y antes de llevarse la indusión a los labios inhala y vuelve a sonreír. "Una taza de té y el olor a tostadas. Eso es para mí sinónimo de hogar".
La reina argentina del té no tiene un sabor preferido. Le encantan las especias y asegura que la elección del sabor de la mañana, al igual que le sucede con la ropa, la hace a partir de su humor. En invierno quizás se levanta y toma un buen Darjeeling -el "champagne" de los tés- pero cuando llega a la oficina prefiere algo cítrico, caramelizado y con canela. Es su equivalente a pasar de un vestido de fiesta y unos Louboutins a unos jeans y zapatillas. Todo es relativo.
Son las 11.15 de la mañana. El día frío pero soleado recibe una bocanada de frescura cuando el aire gélido se cuela con su ingreso. Se disculpa por haber llegado tarde. Está levantada desde las 6, recorriendo plantas, trabajando sin descanso, cargada con bolsas y abrigada de pies a cabeza. Acaba de arribar a su local de Palermo, en la Paul French Gallery, uno de esos pequeños rincones porteños que se regocijan en su relativo anonimato. El verde y la tranquilidad son protagonistas. Aquí se encuentra Tealosophy, en un lugar ideal para la fusión de Oriente y Occidente, lejos del bullicio citadino, pero a metros del caos de Plaza Serrano. Una contradicción perfecta.
Se sienta entre un universo de colores y aromas de todo el mundo. Se acomoda entre especias de Birmania, hojas de Darjeeling y vainilla de Madagascar. Los sabores y el alma del globo entero escapan de entre el centenar de latas que encierran sus tan preciados blends, esos que la hicieron famosa; esos que Ozzy Osbourne disfruta durante sus giras internacionales; esos que creó para figuras como el Dalai Lama o para su amigo Lou Reed a quien conoció cuando vivía en Nueva York y cuyo espíritu trató de reflejar en el té que le dedicó. Sábato, Saramago… Su repertorio de fanáticos no tiene fronteras, como su té.
-¿Cómo comenzaste a adentrarte en el mundo del té?
-Me fui a vivir a Nueva York de muy chica, apenas terminé el colegio. Trabajaba para el Guggenheim Museum del SoHo, y en la planta baja había una casa de té fantástica y enseguida me dí cuenta de que me quería quedar ahí. Dicen que donde uno fluye uno es abundante, y sentí que ese lugar era muy mi forma de ser: esa fusión de Oriente y Occidente.
Era una casa de té con más de 300 variedades. Cuando iba pedía de todo y decía "quiero esto con esto y con esto" y la gente me escuchaba y pedía lo mismo que yo, hasta que un día vino la dueña y me dijo: "Quiero que dejes el museo y te vengas a trabajar con nosotros". Fue en ese momento en el que entendí que era donde tenía que estar y donde yo iba a poder poner mi creatividad. Tuve una mentora japonesa que fue mi gran maestra durante casi ocho años.
-Y después volviste a Buenos Aires para crear tu propio proyecto
-En esos años previos pase un tiempo considerable en las cosechas. Trabajaba mucho en el noreste de India, trabajaba mucho en Darjeeling, a los pies de los Himalayas. Y en el 2001 empiezo a ver en la tele todo lo que pasaba en la Argentina y un día salí a caminar y tenía puestos mis headphones y escucho: "Vuelvo al Sur como se vuelve a un amor. Soy del Sur…" Al día siguiente volví. Dije, si voy a emprender lo voy a hacer en mi país. Si voy a arrancar mi proyecto quiero que sea desde allá. Nunca fue gestado sólo para Argentina. Fue gestado y pensado para el mundo, y el ADN está pensado para el mundo, pero acá arrancamos.
-¿Te identificás más como emprendedora o como creativa?
-Yo vivo de mi creatividad. Creo que en realidad la inspiración es mi mayor capital. Acabo de llegar de recorrer jardines por Cumbria, por Inglaterra y Escocia para inspirarme. Pensar en telas de otoño, ramas de canela, jengibre, pimienta es para mí como pensar en recrear los aromas de un mercadito de la India o un jardín que a mí me encantó siempre. Yo me veo como una alquimista. Creo que tengo una veta de alquimista, de artesana. Emprendedora soy, es totalmente mi forma de ser en todo. Soy muy de ir para adelante. Me encanta formar grupos, formar equipos, rodearme de gente que sepa más que yo y que me ayude a que las ideas tomen forma.
-¿Cuál es la clave de un blend perfecto?
–Estoy convencida de que un té honesto se hace con ingredientes honestos, no hay otra manera. No puedo hacer magia, pero puedo lograr hacer lo mejor con los mejores ingredientes: que los frutos rojos sean de la Patagonia, que la vainilla venga de Madagascar, que las especias lleguen de Birmania, que los cítricos arriben desde el Mediterráneo. Se crea una fórmula. En definitiva se trata de poner color, cuerpo y aroma en una taza de té. La clave de un buen blend es que sea lo más genuino posible. No me gusta "tunear" un blend. Si veo que la idea no sale, la descarto y vuelvo a empezar de cero. Para mí crear es como respirar, es lo que me inspira. Dejarte inspirar es también una decisión. Se encuentra en perfumes, en una textura que habita en la tienda. La inspiración es como uno vive.
-En la Argentina, donde el café es tan popular, supongo que en cierto punto tuviste que hacer un proceso de "evangelización" para dar a conocer tus blends
–Cuando vine a la Argentina yo sabía que iba a ser un desafío. Cuando dije que iba a volver e iba a empezar mi proyecto acá me decían: "Pero Inés, el té te lo ofrecen los médicos". Se asocia con el malestar, con el dolor de garganta, el dolor de panza. Creo que en Tealosophy hicimos un gran trabajo de compartir nuestra pasión. Mostramos que el té es una forma de lenguaje. Tengo un equipo fascinante y muy querido que lo entiende como lenguaje y lo expresa desde ahí. Somos todos un poco fanáticos, debo decirlo, pero no es ese fanatismo que se asocia con el snobismo de querer mostrar todo lo que sabemos, sino ese fanatismo de querer compartir lo que nos encanta, y cómo en un mundo que corre tanto, el té es un lujo accesible. El té es el segundo producto de mayor consumo en el mundo después del agua. De Nepal a Zanzíbar se toman 700 millones de tazas. Es una bebida universal. Yo creo que el té no conoce fronteras. Si hay algo que las une es una taza de té.
-¿Crees que llegó un punto en el que corriste el peligro de que el éxito se te subiera a la cabeza?
–Tealosophy es una empresa que nació con 132 dólares. Hoy junto a Inti Zen y Chamana está en 20 países, y ver un blend mío en Harrods o en lugares que para mí son la cuna del té es fascinante. Por suerte tengo re buenos amigos que te dicen las cosas, un novio y una familia para los que soy simplemente Ine. Y por otro lado está Inés Berton que diseña, que crea, que puede firmar una carta de té. Yo practico arco y flecha, que me ayuda a mantener el foco. Los tres principios son: "No mente, no miedo, no ego". Dejar el ego de lado te permite todo y realizarte mucho mejor. Hace tiempo aprendí que cambiar "competir" por "compartir" es mucho más lindo, mucho más sano. Llegás mucho más lejos. Pero hubo momentos en los que me he sentido muy expuesta. Hubo premios o reconocimientos para los que en realidad todavía me faltaba transitar un poco más de camino.
-¿Hoy podés decir que cumpliste tu sueño?
-Yo me siento en uno de los momentos más lindos de mi carrera. Me siento con la creatividad a pleno, disfrutando mucho lo que hago. Estoy con ganas de ir por más. Siento que el mundo está ahí esperando. Quiero que mi trabajo se comparta en el mundo. Quiero dejar el manejo del día a día de la empresa a otra persona y quiero dedicarme completamente a lo creativo, que es lo mío.
-¿Qué necesita hoy un joven emprendedor argentino para triunfar?
–El mayor capital es la educación. En mi caso fue haberme formado con tanta disciplina durante tantos años con esta mentora japonesa. Para un creativo el gran desafío es poder darle rienda suelta a la creatividad pero tener foco, poder bajar las ideas a la realidad y no ser una máquina y no poder bajarlas. Y la otra es no tener miedo a rodearte de gente que sepa más que vos. No tener miedo a aprender. Ésa es la clave del triunfo.