La pasión por el libro de papel, esa que embriaga a millones, que sucumben ante el aroma penetrante de la tinta, o la textura de las ediciones del pasado no es otra cosa que la respuesta de los sentidos al amor por la lectura.
Muchos lectores asiduos ven al libro como un objeto fetiche y no lo intercambian fácil por una Kindle, a pesar de que la diferencia de costos entre uno y otro convierten a la herramienta digital en más accesible. Según datos de la Cámara Argentina del Libro, en el 2015 se editaron 28.966 novedades, de las cuales el 83% se lanzó en papel y el 17% en formato digital.
Argentina es un país de tradición lectora. Una muestra. quizá la más evidente, fue que durante la última edición de la Feria del Libro, uno de los acontecimientos culturales más importantes de Latinoamérica, más de 1.200.000 visitantes pasearon entre los diferentes stands, comprando libros y acudieron a alguno de los 1.500 actos culturales que se llevaron a cabo durante el evento. La lectura es parte del espíritu argentino.
Es por eso que no sorprende que uno de los fenómenos culturales más innovadores de los últimos tiempos no haya tardado demasiado en aterrizar en Buenos Aires: las Silent Reading Parties, o Fiestas de Lectura Silenciosa. Los medios estadounidenses al principio las catalogaron como encuentros antisociales, como una suerte de respuesta intelectual a la enajenación del mundo exterior o una marcha inmóvil muda manifestándose sobre la soledad de la vida en una época de hiperconexión y hasta de un regreso a la indagación sobre la profundidad del ser.
Lo cierto es que estos eventos de lectura en comunidad son una nueva tendencia que, desde su nacimiento en Seattle hace apenas unos años, recorrió el mundo como un huracán, y llegó a las costas porteñas para hacer furor.
La consigna de este tipo de eventos es simple: un grupo se junta a leer en un lugar tranquilo, como un pub, un café, un bar o un centro cultural. Pero no hay lectura en voz alta, no es la clásica maratón donde una persona presenta su trabajo o el de un artista preferido frente a un grupo. En este caso, que cada uno se lleva un libro y, acompañado de una copa de buen vino o de un café caliente, se relaja y se mete en su propio mundo, con personas alrededor que hacen exactamente lo mismo. Sólo hay dos reglas: permanecer en silencio para no molestar a los co-lectores, y no utilizar los celulares.
Pero cuando este formato llegó a la Argentina, las cosas cambiaron un poco. Los jóvenes emprendedores que trajeron estas fiestas son el argentino Andrés Wind y el estadounidense Jeb Koogler, fundadores de Disconnect, una iniciativa que promueve espacios de desconexión, y la subsiguiente creación de un mayor equilibrio entre el mundo tecnológico y el real. En diálogo con Infobae, aseguraron no ser anti-tecnología: "Somos usuarios como todos, pero tratamos de darnos ratos de desconexión en nuestro día a día. Con Disconnect, apuntamos a crear espacios y eventos que nos incentiven a desconectarnos".
–¿Cómo surgió la idea de trasladar las reading parties a la Argentina?
–Jeb fue quien concurrió a una Reading Party en Seattle y trajo la idea a estos pagos. Los dos pensamos que la idea podía funcionar a la perfección en Buenos Aires; la gente de por sí se interesa mucho en propuestas culturales, y la literatura es claramente un emblema porteño. A la vez, es una ciudad muy conectada digitalmente. En la Argentina, las personas chequean sus celulares en promedio más de 200 veces al día según un estudio de Google. Y esto es un fenómeno global. La interacción de la gente con el mundo pasa cada vez más por una pantalla. Creemos que hay mucha gente como nosotros que se ha dado cuenta de que hemos perdido el equilibrio con el mundo digital, y que nuestra relación con la tecnología celular y digital pone en jaque nuestra salud mental y la relación con nuestros seres más próximos.
–¿De qué manera afecta las relaciones?
–La conexión constante con el mundo digital genera más responsabilidades digitales. Cuanto más conectados estamos, más expectativas generamos en nuestros contactos de responder rápido y de no estar ausentes tecnológicamente. Esto a la larga conlleva a una dependencia cada vez mayor. La gente está más y más pendiente de su vida virtual, plasmada en fotos, posteos y comentarios de los demás, lo cual afecta nuestro estado de ánimo. También se genera más distancia con las personas con quienes estamos. Es cada vez más común que se interrumpan cenas o conversaciones con amigos para responder a mensajes de Whatsapp. Pero ahí está la ironía de la conectividad digital continua: crea una desconexión profunda con el entorno real.
Un museo como espacio de encuentro y lectura
El martes 21 de junio a las 19.30 se realizó en el MALBA el primer evento multitudinario de este tipo en Buenos Aires. El hall central del museo tomó la forma de un acogedor espacio de lectura con la incorporación de almohadas, sillones, y alfombras. A la hora de inicio, la cantidad de gente que estaba haciendo fila era increíble, y apenas se abrieron las puertas se alcanzó el límite de capacidad. Fue una oportunidad para desenchufarse por un par de horas de la rutina, con música en vivo, vino y café. Familias, parejas, grupos de amigos o gente sola acudió para pasar una tarde única y perderse entre las páginas. Autobiografías, novelas, antologías de cuentos o libros de poesía. Los autores iban desde Haruki Murakami hasta Hannah Arendt.
–¿Organizaron otros eventos de este tipo además del que se llevó a cabo en el MALBA?
–Realizamos dos Silent Reading Parties antes de hacerlo en MALBA. Ambos en La Casa del Árbol, un lugar que nos acogió con gran calidez. Estos primeros sirvieron de medidores para ver cuánta gente podía interesarse en esta propuesta, más allá de que el Winter Reading Party de MALBA superó todas nuestras expectativas.
–¿Qué aportaron de diferente con respecto a las Silent Reading Parties de Seattle?
–Las Silent Reading Parties en las que nos basamos suelen tener como fin el juntarse pura y exclusivamente para leer en un ambiente muy tranquilo. Nosotros, en cambio, queríamos utilizar la lectura como medio para promover espacios de desconexión tecnológica. Estamos barajando a futuro la posibilidad de crear diferentes tipos de eventos y propuestas que promuevan esta visión. Esperamos poder construir un movimiento que funcione para crear una relación más sana con la tecnología digital.