El bullying es una forma de violencia -en muchos casos sistemática- que ocurre por lo general en el ámbito de la escuela. Y lo peor es que deja huella. Un abuso de poder que genera intimidación y hace sentir muy indefensa a la víctima.
Lo que agrava a este maltrato verbal, físico y psicológico es que suele reiterarse en el tiempo y que sucede en ámbitos de los que no resulta sencillo escapar para la víctima. Allí aparece la escuela, el club y también las redes sociales.
Un nuevo informe global publicado por la Academia Nacional de Ciencias, Ingeniería y Medicina de Estados Unidos se centró en cómo reducir el comportamiento de intimidación y al mismo tiempo desafiar suposiciones comunes y estereotipos acerca de su definición.
En la actualidad, alrededor del globo existen innumerables campañas de educación y prevención que instan a los jóvenes a condenar la conducta abusiva intencional e insisten en que los adultos intervengan para proteger a las víctimas.
Sin embargo, sin importar lo mucho que se hable, todavía resulta difícil para los jóvenes identificar este comportamiento en sus propias vidas y experiencias.
Aquí cuatro mitos sobre el bullying planteados en el estudio que es necesario conocer y luego complejizar para entender la dimensión actual del fenómeno:
- El bullying ocurre una y otra vez
- La definición tradicional de bullying gira en torno a un comportamiento repetitivo de acciones como el abuso físico, ataques verbales, destrucción de la propiedad, difusión de rumores y exclusión social.
Sin embargo, el aumento de cyberbullying ha provocado que los investigadores del tema se centren en el estudio de cómo una sola instancia de comportamiento perjudicial puede también ser considerado bullying.
Por ejemplo, cuando una foto explícita o mensaje cruel es compartido en internet (donde un sinnúmero de personas pueden verlo y volver a compartirlo), la víctima puede sentirse de la misma manera que alguien que está siendo burlado en la escuela todos los días.
"Puede tratarse de un solo incidente, pero el hecho de que pueda extenderse hacia fuera y en tantas audiencias diferentes crea su propio sentido de repetición", dijo Catherine Bradshaw, psicóloga del desarrollo y decana asociada para la investigación y desarrollo del profesorado de la Universidad de Virginia.
2. El acosado y el acosador no son las mismas personas
Según la especialista existe una creencia general de que los agresores y los agredidos componen una relación simbiótica –que de alguna manera se necesitan- lo que genera una suerte de velo de aprobación o indulgencia hacia esas conductas abusivas. Bradshaw sostiene que eso es un error.
De hecho, incluso existe un "subtipo" conocido como la "víctima-agresor", que es a la vez objeto y autor de una conducta abusiva.
Debido a que la intimidación es una cuestión de poder -alguien que cede y alguien que la ejerce- tiene sentido que una persona que ha sido avergonzada o atacada pueda encontrar maneras de restaurar su sentido de control mediante la identificación y explotación de la debilidad hacia otra persona.
3. El agresor siempre tiene influencia en los demás
Si bien es cierto que los agresores a menudo gozan de cierta autoridad en un entorno determinado sobre los espectadores del bullying, Bradshaw dice que internet ha ampliado las fronteras del acoso.
Este medio les otorga a las personas un poder no convencional: la capacidad de manipular herramientas digitales y plataformas sociales para acosar a pares o compañeros, más allá de la puerta de la escuela.
4. Cualquiera puede ser parte del bullying, incluso si esa no es su intención
La mayoría de los incidentes de bullying son presenciados por alguien, especialmente en el mundo online, y es eso precisamente lo que puede generar una dinámica complicada. Compartir o reenviar contenido digital intimidatorio, dice Bradshaw, hace al remitente cómplice de la conducta agresiva y abusiva original.
Incluso si la intención es alertar a los demás, compartir un elemento de acoso cibernético contribuye a la naturaleza repetitiva de la victimización de otra persona. La mejor opción es discutirlo verbalmente o informar a un adulto o autoridad escolar.
Una red de apoyo puede evitar que la gente acosada empiece a pensar lo peor de sí misma. "Tenemos que acabar con el mito de 'todo el mundo que ha sido testigo de esto me odia'", dijo Bradshaw. "Eso no es cierto"
En la Argentina
El último informe local de la ONG Bullying Sin Fronteras alertó sobre un aumento del acoso o violencia moral en la escuelas argentinas. Las cifras sostienen el crecimiento de la problemática en un 45 por ciento con relación al año anterior.
Además, a mediados del 2015, se difundieron los resultados del II Estudio Regional Comparativo y Explicativo (Serce) de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO). En términos de insultos, amenazas y violencia física entre pares este informe develó que Argentina es el país con cifras más altas de toda Latinoamérica.
El psicopedagogo argentino Alejandro Castro Santander es uno de los mayores expertos en bullying (acoso escolar) y mobbing (acoso laboral) de nuestro país. Integra la cátedra Unesco de Juventud, Educación y Sociedad y es el director del Observatorio de la convivencia escolar de la Universidad Católica Argentina (UCA) .
En diálogo con Infobae Castro Santander explicó: "Hoy surge una señal peligrosa en donde muchas escuelas han aceptado frases como: ´La escuela es el reflejo de la sociedad´ o ´La escuela es violenta porque la sociedad es violenta´. Admirtirlas es naturalizar el fenómeno y allí empiezan los mayores problemas".
La mayoría de los casos ocurren dentro del aula. "Afecta la calidad educativa porque en un lugar (escuela/aula) donde se respira miedo al otro e inseguridad es muy difícil que ocurra un hecho educativo. En ese sentido aún en América Latina existe un alarmante analfabetismo emocional", explicó Castro Santander.