A comienzos de este año Cristian Jure sorprendió en el cine con Alta cumbia, una película de negros, en la cual narra el surgimiento de la cumbia villera a partir de 2001. A raíz de la profunda crisis económica desatada en el país, los sectores más vulnerables crearon ese género como forma de expresión propia. Es así como este antropólogo, cineasta de profesión, se ocupó de darle un lugar a la historia de la cumbia villera.
La película trata sobre un pibe de clase media que ese año problemático pierde su trabajo y termina viviendo en la villa. Ahí conoce el fenómeno de la cumbia mientras logra superar los problemas que lo habían llevado a mudarse a ese lugar. El protagonista de este relato muestra su búsqueda mientras va reviviendo lo que pasó.
Muchas son las historias que, a través de las imágenes y testimonios que Jure recolectó, hacen que se vea a la cumbia desde otra perspectiva, sin quedarnos sólo en el prejuicio social, mostrándolo como un género que va más allá de eso. Aunque todavía tiene una gran deuda pendiente: la forma de tratar a la mujer.
—¿Cómo fue que creaste "Alta cumbia"?
—Fue un proyecto que empezamos a desarrollar con "Fanta", el protagonista de la historia: al ver que la cumbia no tenía el lugar que se merecía en el cine, comenzamos a pensar una película. Arrancamos con un documental, básicamente contando la historia de la cumbia villera, ese fenómeno cultural que surge en el 2001 cuando todo se caía, cuando todo explotaba, y los pibes de los barrios populares salieron a gritar sus broncas a toda cumbia. Nos parecía que ese fenómeno no había sido representado en el cine y no había sido revalorizado como se merecía.
—¿Por qué crees que no se valorizaba como se merece?
—Por un montón de cosas. Básicamente, creo que lo fundamental es por las fronteras culturales que a todos los fenómenos populares les cuesta siempre atravesar. Nosotros siempre decimos que lo que le pasó a la cumbia villera, lo que le está pasando, le pasó antes al rock y, salvando las distancias, también le pasó al tango. Toda la música popular que tiene como cosas para decir siempre se encuentra con trabas, básicamente culturales. Primero se las niega, después se las trata de invisibilizar, y después de ridicularizarlas. Creemos que con la película pudimos contar la historia que queríamos y afortunadamente hizo el recorrido que tenía que hacer. Y fue una satisfacción en todo momento.
—¿Se menosprecia la cumbia?
—En algunos lugares sí. A diferencia de lo que pasa con cualquier música. A vos te puede gustar el rock o no; ahora, no odiás el rock. Bueno, a la cumbia se la odia. Y en ese odio hay una explicación que va mucho más allá de la música: se odia lo que representa esa música, se odia quién la toca, quién la baile, y más que un odio a la música es un odio al negro. Hay sectores que la odian. Lamentablemente.
—¿Cómo fue grabar en las villas?
—Había mucha resistencia al principio y cuando logramos trascender esa resistencia de que no veníamos a cuestionar nada sino todo lo contrario, las puertas se empezaron abrir y cambió muchísimo. Al principio era "¿Qué quieren? ¿Por qué?", desconfianzas lógicas porque cada vez que se acerca o se acercaba una cámara era para cuestionarlos más que considerarlos como lo que nosotros consideramos que realmente son: unos artistas increíbles los de la película.
—¿Te criticaron el título de la película?
—Sí. Porque fomentábamos el estereotipo del racismo y era absolutamente lo contrario. A nosotros nos encantaba cuando íbamos a los bailes y veíamos a Pablo Lescano decir: "Y las manos de todos los negros arriba". Queríamos que ese sentimiento estuviera en el afiche mismo de la película, pero no por un capricho, sino que cuando la filmamos consideramos que el público al que iba dirigido era el mismo público que iba a la bailanta, que está en los barrios y en la película. Ese fue el mayor desafío que tuvimos desde lo estético: cómo hacer que lo que se escuche, se vea. Cómo hacer que la estética de la cumbia, no solamente la escuchemos en el cine, sino que también la veamos en pantalla.
—Lo que plantea la película es que si vivís en una villa tenés que escuchar cumbia. ¿No es un estereotipo eso?
—Siempre cuando hacemos una peli tenemos la obligación de romper el estereotipo o subrayarlo. Nosotros lo que justamente queríamos era romper el estereotipo: lo cierto es que la cumbia villera surge en las villas, surge en esos barrios. Lo que tratamos de hacer es contar el por qué y que es un fenómeno que ha trascendido la villa. En una parte que después no quedó en la película, se muestra que hay muchísimos vínculos entre el rock y la cumbia, entre músicos, entre bandas, muchos aportes, que algunos reconocen y otros desconocen. El vínculo entre el punk y la cumbia villera en el surgimiento es tremendo. Pepo empieza cantando punk. "Vos sos un botón", el tema inicial de la cumbia villera tiene un vínculo con un tema de "2 Minutos" pero así muy directo. Te decía que en la peli no quedó, pero hay una escena muy linda que hicimos con Pitty de "Intoxicados", que nunca había ido a una bailanta, y estuvimos todo un día. Después no quedó porque no quedó el tema, porque daba raro que sea nada más que él quien personificara ese vínculo entre la cumbia y el rock, pero hay mucho vínculo.
—¿Crees que escuchar cumbia villera habla del estatus social de la persona?
—La cumbia es una música que surge en Colombia, que se desarrolla por todos los países de Latinoamérica y siempre fue música de sectores marginales. La cumbia nace ahí y después va ganando terreno. Lo que tiene la cumbia villera en Argentina es que, a diferencia de todas las cumbias que se desarrollaron en todos lados, es básicamente contestataria. Es una cumbia testimonial. Una cumbia que dice cosas que otras cumbias no dicen. Y eso se reconoce como cumbia argentina, que es básicamente la cumbia villera.
—Después de hacer este proyecto, ¿qué aprendiste?
—Me dejó ganas de seguir viendo la producción de los sectores populares que muchas veces se los ve con un ojo, porque todavía sigue eso de la alta cultura y la baja cultura: a la alta cultura se la ve desde arriba menospreciando las creaciones de los sectores culturales bajos. Yo creo que ahí hay excelentes artistas, excelentes obras que no se conocen, que no tienen los circuitos para que se desarrollen y me parece que mientras más veamos esas cuestiones, más prejuicios se van a ir rompiendo, más vínculos se van a ir construyendo. Me parece que el arte es uno de los caminos más dignos para esas cosas.
—¿Crees que en algún momento van a desaparecer los prejuicios sobre la cumbia?
—Siempre un proceso a veces es más lento, a veces más rápido. Pero las producciones culturales cuando son reales, cuando son fidedignas, cuando tienen sustancia, más temprano que tarde terminan anteponiéndose a esos prejuicios que no tienen mucho sustento. Creo que vamos en ese camino y hoy hay un montón de ejemplos que no había cuando empezamos a hacer la película. Espero que sea más rápido porque no le hace bien a nadie. Y por un lado la desprecian, pero por otro lado, la bailan. Es raro.
—¿Qué respondes cuando te dicen que en la cumbia no hay mujeres y las letras son fuertes?
—Hay dos cuestiones. Una es la apología de los excesos y otra es el lugar de la mujer en la cumbia. En la película, lo que es apología y toda la crítica la abordamos con toda la seriedad y la rigurosidad que se merece desde la historia, hasta con un testimonio de Pablo Lescano que es fantástico. Y con el lugar que tiene la mujer en la cumbia, lamentablemente, es un lugar que a mí personalmente no me gusta. Pero mirá una cosa, uno de los vínculos más fuertes que tiene la cumbia con el tango es que tiene tres tipos de mujeres: la madre, la mujer que lo abandona y la mujer engañadora. Esas tres mujeres que están tan excelentemente ejemplificadas en la historia del tango son las mismas que están en la cumbia. Afortunadamente, ahora han aparecido muchos grupos de cumbia en donde la mujer tiene el centro del escenario y canta sus historias.