Los besos de Lionel Messi (30) y Antonela Roccuzzo (29) dieron la vuelta al mundo en varias ocasiones, con unos veinte años de diferencia. El primero tuvo lugar en Rosario, cuando el amor era un juego más para estos dos niños de la relegada zona sur de la ciudad.
Aquel encuentro inaugural de esos labios temerosos prosperó más tarde en un amor adolescente, ya en la Barcelona que años después los vería convertirse en adultos.
Y hubo otro beso de Leo y Anto que, también timorato, recorrió el planeta con la inmediatez de las comunicaciones actuales. De igual modo se lo dieron en Rosario, a escasas cuadras de la zona sur que fuera escenario de sus travesuras infantiles.
Pero esta vez sucedió en el City Center, un lujoso hotel que alberga un imponente casino (o viceversa). Y frente a la mirada del director del Registro Civil de Santa Fe, Gonzalo Carrillo, y con los hermanos de ambos como sendos testigos (Paula y Carla Roccuzzo; Matías, Diego y Sol Messi).
Ubicado en un costado, Abel Pintos entonó la bellísima canción Sin principio ni final. La presencia del cantante fue la sorpresa que había preparado el novio: recién horas antes del casamiento se supo que Pintos entonaría el tema preferido de Antonela. Fue allí -cuando se escuchaba "te voy a amar y me amarás…"– que los dos intercambiaron los anillos, ante la imposibilidad -por obvias razones de seguridad- de realizar una ceremonia religiosa en la Catedral de la ciudad.
Minutos después los recién casados se dirigieron al sector preparado para los más de 150 fotógrafos y periodistas acreditados. En una mano la mamá de Thiago y Mateo llevaba la libreta de casamiento, con un detalle que no fue casual: el número de serie termina en el 10, un pequeño homenaje a quien porta esa camiseta en la Selección argentina.
La belleza de Antonela -característica de esta ciudad- se desplegaba en un diseño de la última colección de la firma catalana Rosa Clará, adaptado a su figura. "Un sugerente y profundo escote en forma de corazón acompañado por delicados tirantes de encaje, daba paso a una maravillosa espalda con aplicaciones de guipur que realzaba la figura de la novia mediante un sutil efecto tattoo", le contó la diseñadora a Infobae.
Mientras que el vestido fue traído al país desde Europa una semana antes de la boda, y custodiado por dos agentes de seguridad, el encargado de su peinado se encontraba a la vuelta de la esquina. O casi… Se trató de Dante Palavechino, el estilista del barrio rosarino Echesortu, quien desde hace años se ocupa de la espléndida cabellera de Roccuzzo.
Y ahí, en el centro de los flashes de fotógrafos de agencias internacionales, Leo y Anto se dieron otro beso. Y luego de que la novia posara su palma derecha en la nunca del novio, y él fuera con una de sus manos un poquito más allá, este beso ya no fue tan timorato…
El paso siguiente de la fiesta que contó con 260 invitados (desde los amigos de la infancia de Lionel hasta las estrellas del Barcelona) fue el ingreso de los novios a un salón con arañas de cristal, flores (liliums, alelíes, rosas y claveles blancos), mesas espejadas y sillas Tiffany. La decoración se correspondió con el estilo de una boda que pretendió -y consiguió- ser chic, clásica y formal. Las luces azules y los leds terminaron de crear el ambiente.
Los asistentes disfrutaron de un menú que combinó sabores de España con un fuerte acento en la gastronomía argentina tradicional. En la charcuterie hubo una rica (¡y en todo sentido!) variedad de fiambres de primera línea, como una pata de jamón crudo Reserva Oro (demanda una curación mínima de 15 meses). En la estación caliente se sirvieron sorrentinos, chop suey de pollo y con empanadas de carne.
Y si bien hubo una estación de shushi, las palmas se la llevó la parrilla: se ofrecieron chorizos y morcillas bombón, chinchulines asados y carnes trinchadas ahumadas. Aquí más de uno creyó leer una pequeña -y sabrosa- venganza de Antonela a la colombiana Shakira: cuentan que la enemistad entre ellas -que existe, a no dudarlo- se inició por un comentario despectivo que, en un almuerzo, la mujer de Gerard Piqué destinó al clásico choripán criollo. Y en su casamiento, la rosarina le convidó el plato de la discordia…
La boda se fue agotando en un horario europeo: no llegó a ver la primera luz de la mañana. Y tanto Neymar -el último futbolista en arribar, ya sobre el inicio de la boda- como Diego Vallejos -aquel amigo de La Pulga de la zona sur- y el resto de los invitados se llevaron como souvenir una caja de madera con una botella de vino, un destapador bañado en plata 900 y grabado con las iniciales de los novios, y un frasco de dulce de leche artesanal, entre otros productos con sello bien argentino.
Será momento entonces de que este amor siga recorriendo el mundo para, al fin, regresar una y mil veces a Rosario. Porque es aquí donde Leo y Anto se dieron los dos besos más importantes. Aquel inaugural. Y este que vino a convertirlos en marido y mujer…
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