Han pasado 20 años desde que asistimos a los hechos narrados en Trainspotting. Muchas cosas han cambiado, pero otras siguen igual. Mark Renton vuelve al único sitio que considera su "casa". Allí lo esperan: Spud, Sick Boy y Begbie. Después de que Mark se escapara con el dinero en el final de la primera entrega, ha llegado el momento de saldar viejas cuentas.
Trainspotting, la original, la de los noventa, es una de las cintas más icónicas de esa década. Plagada de imágenes potentes, metáforas, música poderosa y personajes inolvidables, fue la presentación en sociedad de un director único, magnífico y fundamental como es Danny Boyle. Es cierto que ya había rodado una gema como Tumba al ras de la tierra, pero el filme basado en la novela de Irvine Welsh lo presentó al gran público y lo consagró como un realizador con ideas tan extravagantes como seminales.
Esta segunda parte es más que una continuación, es un autohomenaje de Boyle a la primera cinta, cargada de referencias a la película del 96. Un ejercicio nostálgico que apela al humor negro, a la desilusión y a la decadencia de personajes que han sobrevivido milagrosamente estos veinte años. Drogas, fútbol, sexo, rock and roll, violencia, un cóctel perfectamente mezclado en el que nuevamente los fotogramas que componen el filme son tan elaborados como obras pictóricas surgidas de un viaje lisérgico.
Una fotografía de colores estridentes (aunque sin el grano del fílmico de los noventa, que le daba un tono más sucio y acorde a la trama) más una dirección de arte que apela a marcas reconocibles, a iconos del consumo y de la moda y los clichés del submundos de los excesos y la pornografía, hacen del metraje, un espectáculo sórdidamente hermoso. Boyle vuelve a fusionar realismo con fantasía y secuencias oníricas, con muchos más recursos técnicos que en los noventa.
La música funciona como en la original, marcando el ritmo del montaje y también del movimiento de cada uno de los personajes. Y ya que hablamos de ellos, no podemos dejar de pensar, en que si la película termina de funcionar, es por el elenco, por cada uno de los actores que han logrado incorporar la esencia de los personajes, sin caer en la caricatura.
Ewan McGregor continúa siendo Renton, con sus dudas y su mundo interior plagado de metamensajes. Pero Robert Carlyle es quien se lleva las palmas. Su Begbie da miedo. Si ya era una criatura de temer en la primera parte, aquí se ha transformado en un monstruo que impone respeto cada vez que aparece en pantalla. Verlo rugir, es un espectáculo aparte.
T2: Trainspotting, funcionará mejor con los espectadores que pudieron vivir en carne propia la importancia de la primera; para ellos, esta secuela tendrá el mismo impacto emocional y removerá tantas cosas internas, como las que movilizan a cada uno de los cuarentones personajes que pululan por la pantalla. Políticamente incorrecta, un evento cinematográfico que es… un viaje de ida.
Mi calificación: 9 puntos