Pablo Neruda, enorme escritor y figura excluyente de la política chilena en los cuarenta, es perseguido por sus ideas e ideales. Mientras intenta escapar a otro país junto a su esposa, un detective lo sigue de cerca intentando capturarlo en cuanto dé un paso en falso.
Pablo Larraín construye esta historia real con recursos que remiten al policial negro clásico. Para eso se vale de artilugios comunes en el cine de esa época: proyecciones sobre pantallas en las secuencias automovilísticas, fotografía expresionista para reforzar las sombras y las siluetas y la voz en off del agente de la ley, encarnado por Gael García Bernal con bigotito anchoa, como corresponde.
Luis Gnecco es Neruda. Y lo es, no solo en su actuación histriónica y en su tono de voz y cadencia, sino también con su físico, mimetizado hasta el detalle con el poeta trasandino. Mercedes Morán, como la esposa argentina devota, completa un trio de actores sólidos y creíbles.
Hay un intento del director, por fusionar en la trama elementos de corte fantástico, un realismo mágico que no suma, y hasta confunde al espectador que en algún momento de la trama se preguntará qué es real y qué es metáfora.
Más festivalera que industrial, es una cinta con grandes valores artísticos, pero de desarrollo lento. Un metraje que puede resultar extenso, sobre todo a la hora del clímax que parece nunca llegar.
Mi calificación: 6 puntos