Esta mujer poco conocida había recorrido kilómetros y kilómetros a pie, difundiendo el Evangelio en las provincias rioplatenses en la época colonial.
"Me animo a proponerte que te acerques como peregrino a la Parroquia de Nuestra Señora de la Piedad. Y, ante la tumba de la Madre Antula, pedíle para vos, para mí y para cada uno de los catequistas de esta bendita ciudad, su grandeza y su fortaleza", dijo el papa Francisco en 2016, año en que María Antonia Paz y Figueroa (1730-1794) fue beatificada en su Santiago del Estero natal.
¿Pero quién era esta beata por la que el papa siente tanta devoción? Nacida en una familia acomoda, de muy buen pasar económico, dejó todo de lado para recorrer a pie cuatro mil kilómetros como incansable misionera.
Se vestía de monja aunque no lo era, andaba descalza y como único equipaje llevaba en una mano su libro de Ejercicios Espirituales y en la otra una enorme cruz a modo de bastón, donde se apoyaba cuando el cansancio golpeaba su cuerpo.
Mama Antula llevó la palabra de Dios a los más humildes, a los olvidados, a las mujeres de la Colonia, acompañada por un pequeño séquito de otras mujeres. Vivió de la caridad, visitó provincia por provincia y buscó con sus palabras encender la espiritualidad ignaciana, luego de que los jesuitas fueran expulsados del Virreinato en 1767, para así poder continuar con su obra.
Hombres que han cambiado nuestra historia como Manuel Belgrano y Cornelio Saavedra, entre otros, recurrieron a ella para encontrarse en el silencio y la oración.
Rebelde, enfrentó a los poderosos. Pero generó también una unión que logró que las señoras de la época les cocinaran a las esclavas y que convivieran en un mismo espacio. En su fe infinita, fue la responsable de traer a Argentina la imagen del Patrono del Pan y el Trabajo, San Cayetano.
En 1795, con gran esfuerzo, fundó la Casa de Ejercicios Espirituales (ubicada en las calles Independencia y Salta), por donde pasaron figuras cruciales de nuestra independencia.
Ana María Cabrera es escritora y a lo largo de su vida se ha dedicado a estudiar distintos personajes de la historia, buscando siempre mostrar un lado que no conocemos. En su último libro "Mama Antula"(Sudamericana) eligió a Mama Antula como protagonista. Una mujer desconocida para muchos, y casi ignorada hasta el momento de su beatificación. En cada una de sus páginas el libro revela los secretos de quien fundó la espiritualidad en Argentina: "Quiero darle voz a las mujeres calladas de la historia", define la autora.
—Dijo recién que ella fundó la espiritualidad… ¿Cómo es eso?
—Mama Antula nació en el año 1730 y murió en 1794, pero casi no se la conocía. Era uno de los grandes silencios de la historia. Su nombre era María Antonia de Paz y Figueroa y pertenecía a una familia con gran trayectoria. A los 15 años decide dejar su comodidad económica para llamarse María Antonia de San José y juntarse con otras mujeres, que en esa época eran llamadas beatas, para hacer el bien, para ayudar a los pobres. Se acerca a los jesuitas y estos le dicen que ella no puede tomar los hábitos. Entonces continúa como laica haciendo esa obra. Cuando los jesuitas, que daban educación y cultura, son expulsados por el rey de Francia y por el rey de España de nuestro continente, esta mujer queda muy mal y decide tomar la posta. Entonces se descalza y recorre casi todo nuestro país.
—Descalza más de cuatro mil kilómetros y vestida de monja aunque no lo era. ¿Por qué?
—Con una túnica negra de los jesuitas. Yo me sorprendí de sus pensamientos, que ayudan a todos. Podría hablar horas de todo esto porque me emociona.
—¿Cómo son esos pensamientos?
—Hablan de la persistencia y la perseverancia. Porque lo más importante en este mundo es en el silencio encontrar la voz de uno mismo y hacerlo con alegría. Así hacía ella. Por ejemplo, se va a Córdoba donde estaba la gran Universidad, ya sin los jesuitas, y ahí se da cuenta que donde hace falta espiritualidad es en las grandes ciudades. Allí tiene la intuición, el presagio, el dato de Dios, como quieras llamarlo, de ir a Buenos Aires.
—¿Muchos la seguían?
—No la seguían todos. La rechazaban muchísimo. Algunas mujeres se iban sumando a esta marcha, pero cuando llega a Buenos Aires ni el obispo la acepta. El obispo la hace ir nueve meses –la gestación de una vida– a pedirle permiso para dar los ejercicios espirituales. Y ella, cada vez que el obispo no la trataba bien, se iba serena y con alegría. Y cuando le preguntaban si quería que la acompañase alguien o alguna carta de recomendación, ella decía: "Estos son los tiempos de Dios y yo sé que va a ser un día". Y volvía con perseverancia, eso me enseñó muchísimo.
—¿Qué le enseñó?
—Que lo más importante es estar seguro de lo que uno quiere, de lo que hace y de lo que va a conseguir. Así no existiría envidia ni competencia, porque uno es feliz con lo que hace. Y así fue como ella lo consiguió. Además, los cautivaba con su manera de hablar muy serena pero muy firme. El obispo finalmente se hizo amigo de Mama Antula. Ella hizo todo en orden, como se deben hacer las cosas. Primero, el poder eclesiástico para pedir permiso. Y segundo, el poder político. Entonces fue al Virrey, que cuando escuchó 'jesuitas' la rechazó. pero ella siguió yendo todas las veces que fueron necesarias hasta que la aceptó.
Recorrió a pie miles y miles de kilómetros, como incansable misionera, vestida a lo monja aunque no lo era, descalza, apoyada en una cruz a modo de bastón
—¿Por qué el Papa la eligió como la primera mujer beata en la Argentina?
—Santa en la Argentina no siendo religiosa. No fue monja, era laica. Además, pensemos lo que significaba en el 1700 una mujer caminando sola. Llegó a Buenos Aires y le tiraban piedras, la llamaban borracha, la trataban de la peor manera, porque la creían loca.
—¿Qué otras cosas hizo?
—Hizo cosas maravillosas, como por ejemplo incorporar mujeres a las tandas: así se le llamaban a los ejercicios espirituales en donde se reflexionaba, se escuchaba oración, se comía durante varios días. Hizo que las señoras en aquella época cocinaran para las esclavas, que estuvieran todas juntas y convivieran, que no hubiera división de clases. Inclusive ella conoce a unos negros africanos -había muchísima población negra en ese momento- y los lleva a la casa de ejercicios espirituales, y en su testamento pide que se los deje libre.
—¿Por qué cree que se sabe tan poco siendo una figura tan especial y tan sabia para su época?
—Porque era mujer. Hay tantas mujeres que no se conocen. Seguí buscando, seguí investigando y no puedo creer lo que pasó. En la casa de ejercicios espirituales tuvo la colaboración de Cornelio Saavedra. Y Manuel Belgrano fue ocho veces para hacer los ejercicios espirituales. Castelli también. Varios hombres de la Revolución de Mayo se reunían ahí. En esa época los jesuitas iban contra el poder de la Corona y eran una amenaza para el poder político porque si le daban educación y trabajo al campo y a la gente que no tenía cómo vivir. Entonces a Buenos Aires no llegaban libros con las ideas de la Revolución Francesa, pero sí llegaron de manos de estos próceres. Esos libros estaban en la casa de ejercicios espirituales y Mama Antula debe haber hablado con ellos de la libertad, de la igualdad. Por eso yo la llamo la Madre de la Patria.
—¿De la Patria argentina?
—Sí. Porque ahí podían hablar nuestros hombres de Mayo. Yo me pregunté por qué lo escribí este libro y son procesos que llevan su tiempo. Pero unos alumnos del profesorado -fui profesora durante muchos años- me dijeron que parecería que el país hubiera nacido en el 1810. No se sabe antes qué pasaba, cómo se vivía. Era para mí también como algo muy oscuro, que no se sabía. Reitero, me gusta sacar los secretos a la luz. La casa de ejercicios espirituales me intrigaba también.
En los tiempos virreinales, era inusual que una mujer supiera, como ella, leer y escribir.
—También trajo a San Cayetano…
—Claro. No se decía, pero a San Cayetano lo trajo ella. Investigué la vida de este santo que nos conmueve a los católicos porque dice en una frase: "Si la Iglesia quiere cambiar, puede cambiar. Quienes tenemos que cambiar somos cada uno de nosotros". Uno cree que los cambios en la vida vienen desde afuera; pero no, vienen de adentro.
—¿Y el papa Francisco? ¿Por qué cree que la elige?
—Primero porque el papa Francisco es jesuita y ella fue quien continuó la obra de los jesuitas. Hay otra mujer que me sorprendió y que confieso que no la conocía bien: Catalina de Rusia. A Catalina "la grande" contemporánea de Mamá Antula, se la ha conocido por su intensa vida sexual. Pero yo la descubrí de otra manera. Ella que no era católica sino ortodoxa. Cuando los expulsan a los jesuitas, el Papa disuelve la Congregación, pero Catalina de Rusia no le hace caso al Sumo Pontífice y los recibe igual. Lo más importante para ella era la educación y la cultura que los jesuitas iban sembrando en el pueblo. Gracias a dos mujeres persistieron los jesuitas.
—¿Qué le deja Mama Antula después de tanta investigación y de tantos libros?
—A mí me deja muchísima paz, muchísima certeza de que lo que estoy haciendo es lo que debo hacer. No pienso tanto qué opinan los demás y recuerdo una frase de quien es mi gran maestro, Borges: "Un destino no es mejor que otro, pero cada cual debe acatar el que lleva adentro". Y también: "Si cada uno supiera quién es y ama lo que es y hace, no existirían guerras ni competencias". La dedicatoria del libro es a la unión de todos los argentinos porque es lo que ella quería.
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