El siguiente es el sexto capítulo de los diez que componen las memorias de Nelly Rivas, la joven amante de Juan Domingo Perón, que Infobae publica por primera vez de manera completa en la Argentina.
Raúl Apold, subsecretario de Prensa y Propaganda, no había logrado convencer a Perón de que debía asistir al Festival Internacional del Cine de Mar del Plata, que él había organizado. Era el primero de ese género que tenía lugar en la Argentina. Me pidió que ejerciera mi influencia sobre Perón.
Yo no había estado nunca en Mar del Plata, y anhelaba visitar esa famosa playa, la preferida de las parejas en luna de miel. También deseaba conocer personalmente a los artistas visitantes.
Cuando Perón regresó a casa esa tarde, le dije mimosamente:
-Papaíto, la nena quiere ir a Mar del Plata…
-¡No! contestó terminantemente.
-Pero, Papaíto, rogué- tengo tantas ganas de ir…de ver a los artistas… a Errol Flynn…
-No, respondió.
-Por favor, Papaíto, insistí…
Finalmente el Presidente llamó a Atilio Renzi, el mayordomo de Palacio, y le dijo:
-Dígale a Apold que vamos a Mar del Plata.
Yo estaba en la gloria.
-Necesitarás algunos trajes de fiestas, me dijo Perón. Ven conmigo…
Y me condujo hasta el fabuloso cuarto que encerraba los vestidos de fiesta de Eva Perón. Muchos de ellos, modelos de los más famosos modistos de París.
Elegí tres trajes de Dior y uno de Marcel Rochas. No habían sido jamás usados.
Me quedaban un poquito largos y grandes alrededor del busto. Eva Perón era más alta que yo, pero yo era más gorda y redondita que ella. Con algunas puntadas aquí y allí yo misma arreglé los vestidos y me quedaron perfectamente.
Para acompañar estos trajes, el General me dió una estola de visón azul y una capa de visón natural.
En vísperas de mi partida a Mar del Plata, Perón me entregó un maletín y me dijo:
-Cuando salgas quiero que todo el mundo vea que estás a mi altura…
Abrí el estuche y me encontré con una deslumbrante colección de joyas.
Tal era mi asombro que le dije, abrumada, que las consideraría un préstamo. Pero él insistió en que eran para mí y me dijo:
-Si te digo que te quiero, puedes creerlo, porque a mi edad los hombres no mienten…
Cuando volví a mi cuarto, me puse a examinar la pequeña fortuna que había recibido en alhajas: valían alrededor de un millón de pesos argentinos. Había sortijas con brillantes, rubíes y otras piedras preciosas: pulseras de oro y de brillantes; relojitos, aretes de aguamarinas, broches de todas clases y un magnífico collar de brillantes.
La semana del festival de cine debía comenzar el lunes 8 de marzo de 1954. Yo me fui unos días antes, el viernes, acompañada de Renzi. Durante el viaje en tren, que dura alrededor de cuatro horas, Renzi me reveló abiertamente sus sentimientos hacia mí.
-Supongo que Ud. se dará cuenta, me dijo, de que la Comitiva Presidencial es un asunto muy serio. El Presidente no puede llevar a cualquiera en una gira oficial como esta. ¿Qué debo responder si alguien me pregunta quién es Ud.? A propósito, ¿quién es… o no es, Ud.?
Terriblemente humillada, repuse fríamente:
-Sugiero que se lo pregunte al Presidente.
Perón se había quedado en Buenos Aires. Tenía que asistir a dos ceremonias estudiantiles. Inaugurando la sección naútica del club de Estudiantes de Secundaria (U.E.S.) -adonde yo no regresé después de mudarme a la Residencia Presidencial- se dirigió a los ganadores del premio "Estímulo Eva Perón" de esta suerte:
-Nosotros queremos que la gente sea moral, no por desconocer la inmoralidad sino porque, conociéndola, no la cometa por convicción.
Apenas llegó el sábado le pedí que me contara que había hecho en las últimas veinticuatro horas, nuestra primera separación desde que me fuera a vivir a la Residencia.
-Me faltó la nena- me contestó.
En Mar del Plata, el General y yo compartimos el mejor departamento del Hotel Provincial, con una magnífica vista de la playa y del océano Atlántico.
Al día siguiente nos levantamos a las 6 de la mañana y fuimos a recorrer en auto la ciudad y las playas vecinas.
El lunes se inauguró el festival. Yo, a un lado, una espectadora anónima más, observaba mientras Apold iba presentando los más renombrados artistas del mundo a Perón.
La delegación norteamericana, encabezada por el Sr. Eric Johnston, presidente de la Motion Picture Association of America, incluía a Mary Pickford, Jeannette Mac Donald, Gene Raymond, Ann Miller, June Haver, Walter Pigdeon, Edward G. Robinson, Robert Cummings… y Errol Flynn con su señora, Pat Wymore.
Ninguno me llamó mayormente la atención. Y mi mayor desencanto fue Errol Flynn. Me pareció ridículo cuando lo ví aparecer en el baile de gala con un cordón con pompones colgantes, color de rosa, en vez de corbata negra y con unas botitas de vaquero en vez de zapatos de etiqueta.
Este baile -mi primer baile- fue desilusión aún mayor. Había esperado bailar con Perón que es gran bailador de tangos. Pero en el último momento me dijo que no se sentía bien y tuve que irme acompañada del capitán Alfredo Renner, su secretario particular.
Perón y yo volvimos a salir en auto muy de madrugada y vimos varias películas juntos. Pero la mayoría del tiempo tuvo que dedicarlos a diversos actos oficiales, tales como recepción de Jefes de las Fuerzas Armadas y un acto en memoria de Eva Perón.
Una noche fuimos a la ruleta del hotel. Hugo del Carril, el famoso actor y cantante de tangos, se acercó a nosotros y me preguntó por qué no jugaba.
-Me parece estúpido perder el tiempo de esta manera, le contesté.
Pero él insistió y me dio algunas fichas.
Perón tenía 57 años, sumé los dos números, aposté al número 12 y perdí.
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