El siguiente es el tercer capítulo de los diez que componen las memorias de Nelly Rivas, la joven amante de Juan Domingo Perón, que Infobae publica por primera vez de manera completa en la Argentina.
El Dr. Méndez San Martín, Ministro de Educación, no tardó en vengarse de mí por la humillación sufrida por él durante nuestro almuerzo con Perón.
Aquella tarde, al regresar a casa desde el club, noté que subía al autobús una gordita. Era una de las chicas mayores y normalmente no tenía por que tomar nuestro colectivo. La cosa me olió a peligro.
-Teresa- susurré a mi amiga-, tengo la impresión que ésta viene por orden de Méndez San Martín. ¡Toma mi carnet de la UES y bajate, rápido!
Así se hizo. Y cuando me bajé, la chica me siguió y me detuvo:
-Ya se te había advertido que no te portaras en la forma en que lo hacés, me dijo. Entrégame tu carnet.
-No lo tengo- le dije
-¿Y cómo entraste a la UES?- me preguntó.
-Por mi bonita cara- le contesté.
-Bueno, no importa- me dijo. Se le dará orden al portero de que tu carnet sea anulado.
El próximo domingo, Teresa y yo fuimos al club como de costumbre.
Cuando presenté mi carnet en la entrada el portero lo retuvo.
-No puede entrar, me dijo. Ud. no es estudiante secundaria.
No pudiendo dar las verdaderas razones al portero, Méndez San Martín había recurrido a este absurdo pretexto.
-Teresa, entrá, corré y traéme un carnet. Cualquier carnet, le dije.
Mi amiga desapareció en la UES y regresó con un carnet que había pedido prestado a una chica que ya estaba adentro.
Me lo pasó disimuladamente. Esperé que el portero cumpliera su turno y cuando fue relevado me puse en la larga fila que esperaba para entrar.
-Por favor, apúrese- dije al llegar a la puerta-. Voy muy atrasada a la reunión de la Comisión de Deportes.
Y agitando el carnet en el aire corrí a través del portón antes que inspector pudiera escudriñarlo.
Una vez dentro del recinto, esperé el momento oportuno para hablar con Perón. Cuando éste se presentó le conté lo que había sucedido.
-Venga- me dijo.
Y me llevó hasta el escritorio de su chalet particular. En un papel con el sello presidencial escribió de su puño y letra: "La señorita Nelly Rivas tiene libre acceso a la Quinta Presidencial. Juan Perón". El club ocupaba el parque de la residencia veraniega presidencial.
Desde ese día mostré la nota personal del general cada vez que entraba al club y cada vez causaba igual sensación.
Méndez San Martín tuvo que tragarse su ira cuando se enteró de este nuevo éxito mío. Su mirada era de hielo cuando el general, como de costumbre, me llamaba para tomar café o conversar.
Se acercaban las vacaciones y las chicas de la Comisión de Deportes y yo le dijimos al general que nos gustaría celebrar la Nochebuena con él. La idea le agradó y nos pidió que hiciéramos una lista de 20 a 25 chicas. Pero cuando la Comisión le presentó la lista para someterla a su aprobación, mi nombre había sido eliminado por Méndez San Martín. El general la leyó y me miró. -¿Y por qué no está tu, ñatita?- me preguntó.
-No sé- respondí. Tal vez no me han elegido.
-Vamos…dijo. Una chica como vos siempre estás en el grupo. Tenemos que poner a Nelly- dijo volviéndose a las demás- y añadió mi nombre a la lista.
A mis padres no les gustó la idea. Yo era hija única y ésta sería la primera vez que pasaría la Nochebuena lejos de ellos.
Pero les expliqué que ellos tenían el uno al otro, mientras que Perón no tenía a nadie. Les dije que sería un egoísmo no hacer nada por Perón después de todo lo que él había hecho por nosotros. Finalmente aceptaron.
La cena tuvo lugar en el chalet presidencial situado en los jardines del club. Las otras chicas, de una situación económica mucho más holgada que la mía, llegaron elegantísimas. Yo me había puesto lo mejor que tenía: una sencilla falda negra de seda gruesa, muy bonita, una blusa bordada color azul y cuello redondo y zapatos negros de tacón alto.
El general estaba acostumbrado a vernos de pantalones todo el tiempo.
Cuando apareció, sobriamente vestido de sport, exclamó: -¡Por Dios, que elegantes! Si ustedes me hubieran avisado me habría vestido de otra manera…
Charlamos y reímos alegremente. Cuando pasamos a cenar el general invitó a las chicas a que eligieran ellas mismas sus puestos en la mesa. Y mientras ellas vacilaban me hizo ademán de que me sentara a su derecha.
¿Por qué me distinguió a mí entre las otras chicas, aquella noche entre las otras tres o cuatro mil que acudían todos los domingos al club? No lo sé.
Había incontables chicas de lindas caras y de magníficas figuras. Algunas tenían 20 años. Yo tenía catorce, no era bonita ni tenía hermosa figura. Era pequeña y parecía una nena, aunque más desarrollada que el promedio de las chicas de esa edad.
Eva Perón, hablando de sí misma, lo dice muy bien en su libro "La razón de mi vida": "Yo era uno de una bandada de gorriones y él me eligió".
En la mesa, sobre cada plato, nos esperaba un paquetito artísticamente envuelto.
Las chicas fueron abriendo sus regalos entre grandes manifestaciones de alegría al descubrir un brazalete de oro, otra un par de aritos finos, aquella una gargantilla…
Noté que el general me observaba atentamente mientras abría el mío. Mi regalo era tal vez el más insignificante de todos: un anillo de oro, completamente sencillo. Tal vez el motivo que tuvo el general para elegirlo fue poder comprobar si yo era o no ambiciosa y si demostraría o no desilusión.
Cuando pude hablarle a solas, en el jardín, a donde habíamos salido a admirar un arbolito de Navidad lleno de luces, le dije que quería agradecerle, nuevamente, su regalo.
-Las otras chicas recibieron cosas que tal vez tengan mayor valor material- le dije- pero para mí este es un regalo de un valor incalculable, porque es un recuerdo de Ud.
Después de una exquisita cena, vimos a Marylin Monroe en la película "Los caballeros las prefieren rubias". Y poco antes de medianoche regresamos a la mesa para celebrar con champaña la llegada de la Navidad.
Durante la velada el general se había referido a los muchos vestidos y cosas que habían pertenecido a su difunta esposa, a quien siempre llamaba "La Señora". La Confederación General del Trabajo deseaba que hiciera con ellas un museo.
Inmediatamente todas manifestamos enorme interés en ver tal ropa y nos ofrecimos para ayudarle en el proyecto.
Organizamos un grupo de siete chicas y fuimos a la residencia presidencial, en Buenos Aires, donde Perón residía.
El general nos invitó a almorzar y luego nos llevó a visitar el guardarropas de "La Señora" que se guardaba en cuatro habitaciones en el ala derecha del segundo piso.
En una habitación se hallaba toda la ropa deportiva: pantalones, blusas, "sweaters", etc. Otra estaba llena de vestidos de mañana, tarde, y de "cocktail". Una contenía sombreros y zapatos de todos colores y formas.
Pero la habitación que más me deslumbró fue la que encerraba los más magníficos trajes de noche que es posible imaginar. Había estolas, capas y abrigos de armiño, visón y de pieles de todas clases. No me cansé de admirar los bordados y las riquísimas telas. Me parecía aquello un cuento de hadas.
Cuando tuvimos un momento, observé al general que su casa era muy grande, muy grande.
-Sí, es demasiado grande para un hombre solo- admitió.
Ví que estaba rodeado de comodidades pero su soledad me hirió. Y le dije de todo corazón.
-Si Ud. se llega a sentirse solo, general, no vacile en llamarme y yo vendré a acompañarlo.
-¡Hum!…No puedo hacer esto, me respondió sonriendo. Pero tú puedes venir a verme cuando lo desees.
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