Vivir del placer: la industria argentina de los juguetes sexuales por dentro

Un mundo lleno de prejuicios y la historia de un empresario que encontró en la industria del sexo un lugar donde reinverntarse

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"¿Qué hace una chica como vos acá?", le preguntó una mujer de unos 50 años a Laura cuando la vio de jean y zapatillas tomando mate del otro lado del mostrador en el sex shop que atendía en Lavalle y Florida. Un local modesto con puerta a la calle, todo un desafío para un rubro por lo general confinado a los subsuelos de las galerías del microcentro.

"No sé qué esperaba la mujer, que la atendiera vestida de cuero", se ríe Laura, que junto con su hermano Federico hoy trabaja en Proviplast, la fábrica que su papá Julio Galanterni fundó hace ya más de 40 años y que hace 15, cuando la onda expansiva de la convertibilidad y el "uno a uno" hacía estragos con la industria nacional, dejó de hacer juguetes para niños y se puso a fabricar vibradores para adultos.

Fotos: Nicolás Stulberg
Fotos: Nicolás Stulberg

"Esto salvó la fábrica, a mí y a mi familia", le dijo Julio a Infobae abriendo los brazos en medio de un pasillo, rodeado de cajas llenas de vibradores y estimuladores anales de diferentes diseños y colores. A unos metros un operario, un chico flaco y de dedos largos, colocaba con pericia dispositivos de vibración adentro de macizos con forma de pene, con el mismo gesto y desinterés que si tapara botellas de gaseosa.

"Hubo dos cosas que ayudaron mucho a la industria en los últimos años. En la década del 2000 te diría que la aparición de la sexóloga Alessandra Rampolla, que animaba a explorar la sexualidad con más naturalidad y de 2010 para acá el éxito de '50 Sombras de Grey, que ayudó a la gente a conocer más sobre este mundo", le dijo a Infobae Gustavo Vidal, General Manager de Extasy Collection, sex shop pionero en el país y con presencia desde hace más de tres generaciones.

Su abuelo vio el negocio en 1984 apenas restaurada la democracia en la Argentina y corrió con la mejor de las ventajas: fue el primero. Gustavo, que hoy tiene 43 años, empezó a los 24 repartiendo a domicilio los productos eróticos para mayores de 18 del sex shop de su papá. Hoy Extasy Collection tiene cinco locales en Capital Federal, son mayoristas, importadores y además de accesorios, geles o disfraces, dan consultorios con "información sobre sexualidad libre y clara".

Otro de los servicios son las reuniones "Tupper Sex". La práctica, que unos diez años atrás fue furor, logró que muchas mujeres que no se animaban a explorar solas el mundo de los juguetes sexuales, se atrevieran a hacerlo en grupo. Valijas a domicilio, por lo general cedidas por sex shops, con el objetivo de mostrar las distintas variedades de artículos. Para conocer entre amigas las distintas alternativas en materia de productos y como si se tratara de un plan pedagógico educativo, aprender jugando.

De la crisis del "uno a uno" al mundo de los juguetes sexuales

Para los Galanterni  las cosas se pusieron difíciles después del 2001. Julio admite que hasta no hace mucho lloraba cada vez que le tocaba recordar algunas de las cosas de las que se tuvieron que privarse sus hijos en esos años, meses en los que en su casa por ejemplo se suspendió el diario y el dulce de leche. "Yo le estoy agradecido a los juguetes sexuales, fueron una bendición", añadió.

Ni los santos ayudaron tanto a la familia como los vibradores. "Nosotros no somos católicos, pero yo vi las vírgenes que hay y dije 'esto es una falta de respeto al que cree'. Yo digo si hago una virgen como corresponde tengo que vender. Hicimos un montón, íbamos a la Iglesia de San Cayetano para intentar vender; pero no vendimos nada", se ríe recordando los días en que hubo que empezar de cero, que se separó su socio, que cerró la fábrica de Ciudadela, que pasó de tener 70 empleados a sólo uno, que tuvo que reconvertirse para sobrevivir.

"La gran diferencia estuvo en la calidad porque en ese momento nadie hacía esto, pero como nosotros veníamos con toda la experiencia de hacer juguetes, teníamos la técnica y sabíamos trabajar", explicó Julio, aunque asume que no fue fácil adaptarse al nuevo rubro: "Cuando empezamos con esto fui una vez por primera vez a un sex shop a ver y era una cosa toda roja, con luces, un tugurio, todo oscuro, todo prohibido. Pero era mi supervivencia, había que ir, yo vendía cada producto 17 dólares y era una fortuna. No se vendía mucho, pero era eso. Me costó horrores".

"A mí me contaron cinco años después que lo que hacían en la fábrica", dejó saber Laura sobre esa época en que la empresa familiar sólo producía juguetes sexuales. El nuevo rubro logró sacarlos a flote cuando todavía se estaban acostumbrando a la idea. Hoy ofrecen más de 60 modelos entre los cuatro tipos de artículos que producen: vibradores, estimuladores anales, vaginales y anillos.

Hubo inclusive un empleado que se negó a trabajar en Proviplast cuando vio que producían juguetes sexuales. "Era un hombre muy católico, de la misma manera en 2011, cuando tuve el sex shop había veces que los vendedores cuando les decías de qué era el local te decían que ellos no podían, preferían no tener trabajo a trabajar ahí", sumó Laura sobre el emprendimiento que duró sólo dos años, antes de que se lo vendiera a un proveedor que "se había enamorado del lugar".

La imagen es todo

"Es que hay una imagen errónea ligada a este tipo de lugares. La gente entraba a mi local y decía 'qué lindo'. Hace 10 años vos ponías 'sex shop' y veías un culo, una mina en tetas, un gif de sexo. Una mina como yo que se quiere comprar un vibrador entra ahí y no se identifica. Así que con un novio diseñador que yo tenía hicimos una web blanca, con videos explicativos, que estaba bárbara", contó sobre una de las primeras experiencias en un mundo con el que muchos no querían tener nada que ver.

"Acá existió el famoso 'patito' que la rompió. Era un estimulador pero al no ser tan fuerte la imagen se aceptaba y además estaba muy bien marketineado. Eso vendió un montón, inclusive estaba puesto en la vidriera en locales de Palermo", puso como ejemplo de cuánto importan las apariencias en en el rubro. "A mí me decían '¿qué hago si me muero y vienen mis hijos a buscar mis cosas y me encuentran un consolador', eso no me lo dijo una sola mujer, me lo dijeron muchas".

"El argentino sabemos su idiosincracia, es una persona a la que le gustan las cosas nuevas, le gustan las cosas de lujo. Ha evolucionado mucho el argentino, los prejuicios cada vez son menores", opinó Gustavo. "Nosotros tenemos productos muy sofisticados, que traemos de afuera y la gente los busca", agregó. El empresario está de acuerdo con que los locales no estén a la vista, no porque haya que ocultarse, explica, sino para brindar "privacidad y resguardar" a los clientes.

Nos vamos poniendo tecnos

La industria de los juguetes sexuales hoy avanza al ritmo de la tecnología. El sistema mecánico empieza a competir -en desventaja- con dispositivos electrónicos con botones y plaquetas incorporados, que guardan en la memoria las frecuencias vibratorias preferidas del usuario, que se pueden conectar al iPod o setear de diferentes formas. Otras ofertas apuntan más a lo lúdico del sexo, como el "Clone-a-Willy", un kit que palabras más palabras menos, permite reproducir en casa un vibrador en base al modelo real que más nos guste.

"Nosotros no podemos competir con eso, en el país no se hacen esas cosas, yo ya perdí el hilo de las innovaciones", aclaró Laura en relación a tipo de juguetes sexuales que provee la empresa. "Es un poco por eso también que hoy volvimos a producir juguetes para chicos, inclusive actualmente lo sexual no es lo que más vendemos, pero nuestro gran capital es que el plástico que usamos en todo lo que hacemos es libre de ftalatos, que en grandes cantidades puede ser nocivo para una persona. Yo duermo más tranquila sabiendo eso", remarcó sobre el lugar que hoy ocupan en la fábrica los más íntimos de los juguetes que producen y que también venden también a Uruguay y Paraguay.

Cuando Laura cuenta cómo se produce un vibrador en la fábrica, la teoría no pareciera alejarse demasiado del casero "Clone-a-Willy": "Es como si uno fuera a hacer una torta", comenta mientras señala la matriz, una estructura de acero en la que se alinean en fila horizontal los moldes de seis miembros masculinos de 24 centímetros: "Esto se llena con el material, se pone en un horno y se cocina. Los modelos vienen de afuera, pero si alguien tiene la idea de algo que quiere y lo podemos hacer, nosotros también lo hacemos". El límite es la imaginación.

El mundo de los sex shops

Luces de neón, lugares oscuros y alejados, una empleada que atiende vestida de pies a cabeza en látex y que quizás sostenga un látigo. La imagen, como tantos otros de los lugares comunes que giran en torno al negocio de los sex shops, es el principio de una serie de ideas con las que, aunque cada vez menos, se relaciona a los vibradores, estimuladores y artículos orientados al placer.

"Del 84 al 90 había muy pocos locales, algo muy específico, gente que quería experimentar o tenía alguna deficiencia, ya en los 90 empezaron a aparecer los primeros negocios, lugares de venta directa, por medio de catálogos y ahí la gente empezó a conocer un poco más", se remonta Gustavo a los comienzos, a cuando su abuelo abría el camino.

"Hay un tabú de que los que van a un sex shop son homosexuales, o que hay que estar vestido de cuero con látigos y sadomasoquismo, o que está ligado a la prostitución, o las travestis, y no es así", se quejó Laura, que además quiso dejar en claro una batalla personal: "Odio que le digan 'consolador', sé que la gente le dice así, pero no es algo que consuele a nadie, consolador de nada".

El sex shop se convierte en un lugar en el que involuntariamente, confía Laura, ella encontró patrones de conducta: el que agarra, paga y se va sin intercambiar palabra, otro que va todas las semanas a comprar preservativos, el que entra se avergüenza y sale, o la mayoría, que "necesitan decir para qué vienen, 'es para mi mujer', 'es para una despedida', como si se justificaran".

Durante los años que atendió el sex shop, Laura aprendió que en los hombres el principal prejuicio es pensar que el juguete sexual "va a ser una competencia con ellos". En las mujeres, "la vergüenza de sentir que tienen que usarlo", un placer reservado para "solteronas llenas de gatos y vibradores". Con la tele e Internet como ventana a todos los excesos, con el sexo a la vuelta de la esquina, muchos piensan que los tabúes de la sexualidad son cosa del pasado. Pero que los hay los hay.

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