Reabren la causa por el contagio masivo de VIH y hepatitis C en enfermos hemofílicos

Entre 1985 y 1992, casi mil pacientes de la Fundación de la Hemofilia contrajeron las enfermedades a causa de un lote de un coagulante contaminado.

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Ocurrió entre 1985 y 1992. Casi mil personas se contagiaron de enfermedades muy graves en su momento, como el VIH y la hepatitis C durante su tratamiento en una clínica de atención para enfermos hemofílicos. Y hoy, 25 años después, aquellas víctimas sobrevivientes y los familiares de los que fallecieron volvieron a esperanzarse con la posibilidad de encontrar Justicia: la Cámara en lo Criminal Federal resolvió revocar el sobreseimiento de cuatro médicos de la Fundación de la Hemofilia, acusados de haber provocado los contagios.

El caso reviste un escándalo que duró nada menos que siete años y cambió la vida de miles de familias argentinas. Los pacientes, que habían acudido a la Fundación de la Hemofilia para tratar sus problemas de salud, se contagiaron de las dos graves enfermedades a raíz de un coagulante infectado.

El problema nació a finales de los 70′, cuando la Argentina empezó a comercializar un coagulante específico procedente de Estados Unidos. Numerosos lotes del producto estaban contaminados del virus del VIH y Hepatitis C.

Así, en siete años se registraron a unas 211 personas enfermas de SIDA y al menos unas 800 con Hepatitis C. La mayoría de aquellos pacientes falleció, pero aún quedan poco más de cien que todavía luchan por encontrar a los culpables de sus contagios.

Así, la Sala I de la Cámara Federal resolvió reabrir la causa contra los médicos Raúl Pérez Bianco, Miguel De Tezanos Pinto, Eduardo Alfredo Díaz y Eduardo Cordero Biedma.

Todos ellos habían sido sobreseídos por el juez Claudio Bonadio, quien había considerado que hubo prescripción de la acción penal, iniciada en 2005.

El juez Claudio Bonadio fue
El juez Claudio Bonadio fue apartado de la causa (Adrián Escandar)

En diciembre de 2015, la Cámara Federal de Casación Penal sostuvo, en cambio sostuvo que no había prescripción posible de la causa porque el contagio era un delito continuado y permanente. Es decir, mientras quedara alguna víctima de los contagios viva, todavía era loable mantener viva la causa.

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