El día en que Lorena cumplía 27 años, un remís paró en la puerta de su casa. El hombre que manejaba, bajó y dijo que traía un regalo de cumpleaños para ella. Cuando Lorena se acercó a la reja para recibir el paquete, el hombre sacó una botella de ácido muriático que tenía escondida y se la vació en la cara. Lorena era bailarina, trabajaba con su estética, y lo que le pasó la dejó parada frente a dos caminos opuestos. Uno era decir "ya está" y abandonarse. El otro era atravesar lo que ahora llama "la escuela del dolor", y ver hacia dónde la conducía.
La cita con Infobae es en Bis-age, su productora de eventos, en Ramos Mejía. Lorena Paranyez (41) pide "un segundito", va y viene, termina de arreglar con una clienta los detalles de la boda que está organizando. Después se sienta en su oficina y, cuando empieza a contar su historia, le cuesta recordar: "Es como si tratara de contarte una película que vi hace muchos años. Es mi pasado, no es que lo haya borrado, pero hace mucho que no hablo de esto", dice. Y ese comentario, sólo eso, muestra que durante todos los años de terapia -llegó a ir tres veces por semana- logró sacarle el dolor al recuerdo y volver a guardarlo, como se guarda una foto.
El hombre que le tiró el ácido era un desconocido para Lorena pero lo que le dijo le permitió entender qué estaba pasando. "Esto te lo manda Villegas", eso dijo. Jorge Villegas era su ex novio y su pareja de salsa, y bailaban juntos cuando los contrataban para eventos. "Durante los primeros dos meses no estuve consciente de la gravedad porque el ácido me entró en los ojos y no veía. Hubo muchos 'antes y después', pero uno fue cuando me vi en el espejo por primera vez. No me reconocía, era otra persona", arranca. Lorena no quedó a la deriva: estaban sus padres -que hasta sacaron un préstamo e hipotecaron la casa para pagar las cirugías-, sus amigos de toda la vida y un novio con el que poco tiempo antes del ataque había iniciado una relación.
"Hasta donde conté fueron treinta y pico de operaciones", dice. Salvo una, para volver al eje el tabique nasal, todas fueron con anestesia general. El daño no había sido sólo estético (en las mejillas, en los párpados y en los brazos): los músculos del lado izquierdo de la cara quedaron paralizados durante dos años, "si me reía o lloraba era lo mismo". Lorena tuvo que atravesar un proceso completo de duelo: "No sé en qué orden fue pero pasé por la etapa de la angustia, la etapa de depresión, la del dolor, la del llanto, la de la bronca, la del ¿por qué a mí?, la etapa de la sed de venganza. Me podría haber quedado estancada en cualquiera de esos momentos, porque fue muy difícil, pero con el tiempo pasé a la etapa de la aceptación, a querer verme mejor, a querer superar lo que me había pasado".
No hubo una fórmula mágica ni una fe religiosa que la hiciera ser irracionalmente positiva. "Me acompañaron mucho y tuve la suerte de tener cerca a los mejores profesionales: cirujanos, psicólogos, psiquiatras, especialistas en rehabilitación. Pero la verdad es que si vos no tenés voluntad y decisión no hay nada, absolutamente nada que otro pueda hacer. Ni el que te dice 'dale, andá, te vas a hacer mejor', ni el que te dice 'dale, levantate, vos podés'. Porque lo hacen con la mejor intención pero la que estás quemada sos vos".
Lorena decidió atacar todos los frentes. Por un lado, su rehabilitación física: "En ese momento no había experiencia en quemaduras con ácido así que fuimos probando, como un conejillo de Indias. Hice de todo para mejorar la piel: estimulación, electrodos, radiofrecuencia, plaquetas, células madre. Probé todo lo que se te ocurra, incluso cosas que han fallado pero que igual intenté. He tenido mis recaídas, por supuesto. A veces me llenaba de rabia, era muy difícil vivir para hacerte una operación cada tres semanas, salir del psicólogo para entrar al psiquiatra, pero siempre había un momento en que hacía un click y decía: 'yo no soy una persona que se da por finalizada, por acabada', arriba Lorena, y volvía a arrancar".
Dos años después del ataque, y cuando aún tomaba mucha medicación, Lorena quedó embarazada. "El médico me había dicho 'ni se te ocurra', pero bueno, quedé". Y la panza se convirtió en un nuevo motor. "Pasé a ir a terapia tres veces por semana pero no porque hubiera empeorado, lo que necesitaba era que mi hija tuviera una mamá sin miedo, una mamá que no tuviera que esconderse, que la peleara. Una mamá que se hubiera replanteado qué era amor y qué no era amor y hubiera logrado tener una relación de pareja sana".
En el proceso, tuvo que diseccionar la palabra miedo y la palabra perdón. "Miedo porque el ataque fue en mi casa y yo sentía que no había ningún lugar seguro", cuenta. Y es que Lorena estuvo mucho tiempo con custodia policial porque su ex novio se fugó y aún hoy, 14 años después, sigue prófugo. El joven de 23 años que le tiró el ácido, en cambio, fue condenado a siete años y medio de prisión y se ahorcó cuando salió de la cárcel.
"Y lo que perdoné fue mi pasado, me perdoné yo. Porque en un momento yo pensaba ¿cómo no hablé?, ¿cómo no pedí ayuda?', ¿cómo, cuando pedí ayuda, no escuché?'. También pensaba en mis padres, ¿cómo podía ser que yo no iba a poder bailar más con todo lo que ellos se habían sacrificado para que fuera a ballet desde los 4 años?
Fue después de todas esas preguntas que decidió pensar "un plan B" y volver a entrar a su profesión pero por otra puerta: la puerta era esta productora de eventos, donde organiza bodas y cumpleaños de 15 y donde también, contrata parejas de baile y músicos. "Fueron meses, semanas, días que no duran 24 horas. Y ahora creo que la clave fue haber dejado de poner el foco en lo que me había pasado y permitirme pensar en cómo quería ver mi vida hacia adelante". Cuatro años después, cuando ya no tenía tanta medicación en el cuerpo, quedó embarazada de su segundo hijo.
Lorena se separó pero aún hoy sigue considerando al padre de sus hijos "uno de sus pilares en aquel momento". Tiempo después conoció al "pilar de ahora", el hombre con el que está en pareja desde hace siete años y casada desde hace 3. "Fue tan lindo", dice, cuando recuerda las primeras citas. Y cuando lo dice se emociona. "Me invitó a cenar y en los primeros 300 metros le dije que tenía dos hijos. La segunda vez que salimos le dije: ¿te hago una consulta? ¿vos no me viste las cicatrices de la cara? Supongo que sí las había visto pero también creo que le gusté yo, que nos conocimos nosotros, más allá de eso", dice, y se apoya la mano en el pecho.
¿Por qué saliste adelante? "Porque me lo propuse", sostiene. "Me podría haber empastillado o podría haber tomado alguna decisión más drástica y te aseguro, hubiera sido más fácil. A ver, no me hago la que 'todo es color de rosa': yo lloré como nunca había llorado, padecí dolores que mi cuerpo jamás pensó en padecer. Yo pasé por la escuela del dolor y hoy me siento una mujer mucho más fuerte que antes. No te voy a decir que estoy preparada para cualquier cosa pero me han pasado cosas dolorosas en estos años, como la muerte de mi papá, y mi cuerpo lo resistió. Hay gente que nunca tuvo un golpazo en la vida y que se ahoga en un vaso de agua. Cuando venís de la escuela del dolor, tu cuerpo guardó, en algún rincón, las herramientas que te ayudan a salir adelante".
Lorena tiene un jean, una musculosa negra y no oculta las cicatrices que le quedaron en sus brazos. Dice que parte de salir adelante es tomar decisiones y una de ellas fue dejar de operarse los brazos y aprender a vivir en paz con las marcas. Algo, en esa línea, hizo la semana pasada la modelo italiana Géssica Notaro, que fue Miss Italia antes de ser quemada con ácido también por su ex novio. La mujer fue a un programa de televisión con el rostro tapado con un pañuelo. Y ante millones de espectadores se lo sacó y dijo: "Quiero que se vea lo que me hizo. Esto no es amor".
De vuelta en Ramos Mejía, Lorena se prepara para llevar a su hija a baile. Se despide y con su relato vuelve a aquel momento en que quedó parada frente a los dos caminos. Pasaron 14 años de aquel día trágico de febrero y se siente orgullosa de haber elegido el segundo. "Fue mucho trabajo pero al final, la gratificación de volver a verme bien, de volver a sentirme feliz, de volver a estar enamorada, de que no me haya ganado el miedo y de tener dos hijos que no ven a una madre víctima sino a una madre luchadora, es el mayor premio que me pude dar. Si haber pasado por todo ese dolor después del ataque fue necesario para tener la vida que tengo hoy, volvería a pasar por lo mismo".