El dramático combate aéreo y la caída de un piloto argentino que se eyectó en Malvinas al borde de la muerte

El entonces mayor Gustavo Piuma sufrió gravísimas heridas. Lo rescató un helicóptero. Su recuperación fue larga y durísima. Su hijo Maximiliano sigue sus pasos: es piloto y mayor: el grado de su padre hace 35 años. Ambos estuvieron en Infobae. Una entrevista inolvidable

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Esta es la breve y extraordinaria historia de Gustavo Piuma, piloto argentino. Y las que siguen, las palabras de su encuentro con la muerte… o la salvación.

Malvinas, Mayo 21. Su bautismo de fuego. Y su testimonio.

"Llegó el momento. Por fin mi primer combate real: la batalla aérea de San Carlos. Vuelo en una escuadrilla de tres aviones: el del capitán Donadille, el del teniente Senn, y el mío. Tenemos la misión de atacar un buque inglés en el estrecho de San Carlos, llamado 'el corredor de las bombas…'".

"Mi avión es un Mirage 5 Dagger. Velocidad Match 2.2: dos mil doscientos kilómetros por hora. Un minuto es una distancia enorme, y un segundo es demasiado tiempo para tomar la decisión correcta. Pero no estábamos solos: ¡dos Sea Harrier ingleses se acercaban!".

"Digo '¡cuidado, Senn!' Virage, zigzag, evasión… Subo a cuatro mil metros, bajo a mil, veo el misil que viene por el flanco… La Royal Air Force abate nuestra escuadrilla. El primero en recibir un impacto fue Senn, después Donadille, y finalmente yo, que me lancé a perseguir al avión que derribó a mis compañeros".

"Grito '¡Dios mío, qué me pasó!' La última imagen que tengo con el avión controlado es Senn colgado en el aire, eyectado, y así, la certeza de que estaba vivo".

"Hay un ruido ensordecedor, una explosión en la cabina de mi avión, que se da vuelta sin control y enfila hacia un cerro… La manija superior de eyección me queda lejos… La velocidad de mi avión, muy averiado, es de ochocientos kilómetros por hora, y la altura, de apenas cuarenta metros".

"Pero la palanca de eyección inferior permitió el milagro… La fuerza del cohete de eyección me elevó a sesenta metros, y el choque con el aire me desmayó. Caí en tierra… Descubrí que tenía hundido el esternón, una lesión en la columna, un ojo cegado por un golpe, la boca sangrando a causa de una herida interna, y un pie y por lo menos dos costillas, fracturados".

"Soy un hombre de fe, me enojé con Dios. Le dije 'No tenés derecho a quitarme la vida'. Pero armé mi kit de eyección, me propuse vivir, y le pedí perdón".

El entonces mayor Piuma –hoy brigadier retirado–, que en esta tarde de viernes 29 está en Infobae con su hijo Maximiliano, también piloto, tenía entonces 38 años.

–¿Era un profesional de primera línea?

–Tenía gran experiencia al mando de aviones de combate A4. Pero pilotear el Mirage 5 Dagger, que recién empezaba a ser conocido, fue un desafío extremo.

–¿Cómo se enteró de la recuperación de las Malvinas?

–Por el radio reloj despertador. Empezó a sonar una marcha que conocía poco, y pensé "¡Zas! Otro golpe militar".

–¿Qué marcha era?

–La de Malvinas. Comprendí que "la cosa", esta vez, venía por otro lado…

–¿Primera reacción?

–Enorme emoción, y ansiedad por llegar a mi destino, la VI Brigada Aérea, en Tandil.

–¿Qué pasó al llegar?

–Al rato ya éramos más de sesenta pilotos planificando y calculando si la autonomía de los Mirage nos permitiría, o no, llegar a Malvinas.

–¿Se sintieron en condiciones de combatir? ¿Tuvieron dudas?

–De combatir, siempre. Pero nuestra fuerza aérea no tenía práctica en combate naval. Los hombres y las máquinas estábamos entrenados para atacar objetivos terrestres fijos…

–¿Siguiente paso?
–Entre los preparativos y la entrada en combate pasó un mes. Pero yo libré mi propia guerra…

–¿Razón?

–Para ser incluido en una escuadrilla de ataque, más allá de mi poca experiencia en Mirages.

–¿Es cierto que escribió en una pizarra su nombre para ir a la guerra?

–Sí. Fue el 30 de abril. Respondí al pedido de los superiores: era necesario mandar tres aviones y sus pilotos a la base aérea de San Julián para aprestos de combate. Escribí en una pizarra mi nombre, el del entonces capitán Dellepiane, y el del teniente Juárez. Y agregué: "A la guerra se va por antigüedad". ¡Yo no podía perderme eso!

–¿Cómo reaccionaron en su casa?

–Yo tenía esposa y cuatro hijos. Le dije a ella que partía al sur. Y me alentó: "Está bien. Es tu decisión y tu profesión" (Al recordar el episodio se quiebra: su esposa, María Cristina Fonrouge, ya no está en el mundo).

–¿Es cierto que lo retaron, a pesar de su rango?

–Sí… Al llegar a Comodoro Rivadavia –escala inevitable–, mi jefe me reprendió. Me había pedido no volar un avión que conocía poco. Me ordenó regresar. Le dije "Sí.. sí", pero llevé el avión a San Julián, ¡y allí me quedé!

–¿Cómo fue su recuperación física y mental después de su caída?

–¡Durísima! Largos períodos de somnolencia, y otros tantos de lucidez. Interminables peripecias físicas y psíquicas. Pero nunca me entregué. Dios da sentido a la vida. Entendido esto, el hombre se resigna a su destino…

–¿Cómo lo rescataron?

–Unas veintiocho horas después de caer vi la escarapela celeste y blanca del helicóptero que me salvó.

–¿Supo quiénes lo derribaron?

Vi las caras y los gestos de los pilotos enemigos. Los que me derribaron se llamaban Ward y Thomas… Mis verdugos… Pero también dos camaradas con los de después de la guerra tuve buena relación. (Coincidencia: "Ward" es el nombre del soldado inglés imaginario que Borges usó para su inolvidable poema "Juan López y John Ward" sobre la guerra de Malvinas).

–¿Alguna anécdota sobre el rescate?
–El piloto del helicóptero creyó que yo era inglés y me dijo en un inglés básico "What's problem!".

–¿Respuesta?

–"¡Qué problem ni problem, soy el mayor Piuma de la Fuerza Aérea Argentina!".

Su hijo Maximiliano (39) viste su mameluco de vuelo. Curioso: treintaidós años después de la guerra le tocó pilotear el último vuelo de un Mirage: el fin de esa máquina en el plantel de armas de la aviación militar.

–¿Sos piloto por imposición familiar?

–No. Pero su ejemplo influyó. Llevo el apellido con honor, aunque a veces pesa un poco ser el hijo de una leyenda de la fuerza…

–Cuando empezó la guerra tenías cuatro años. ¿Qué recordás de entonces?

–Tres momentos, a pesar de mi edad: la partida de mi padre, la noticia sobre su posible muerte, y el reencuentro.

–María Cristina, tu madre, murió joven…

–Sí, a los cuarenta y cuatro años, el tres de febrero del noventa, de cáncer.

–¿Qué recordás de ella?

–Era una mujer muy creyente, muy piadosa, una patricia… Mi viejo tuvo un derrame cerebral en Israel, mientras estaba con los cascos azules. Los médicos dijeron que era una secuela de su eyección. Mi madre se hizo cargo de nosotros cuatro, y de él, que estuvo internado varios meses.

La guerra mata.
La guerra templa.
En el cielo, el mar, la tierra.
Esta fue una historia de la guerra.
Pero no una más.
Nuestra.

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