La "escuela itinerante" que los docentes quisieron instalar frente al Congreso el pasado domingo para reclamar la apertura de una paritaria nacional y no pudieron (no tenían el permiso necesario), comenzó a tomar forma durante la madrugada de hoy. Después del operativo de la Policía de la Ciudad para desalojar a un grupo de maestros y del paro nacional que se realizó ayer, el gobierno porteño habilitó su armado.
Y la primera referencia del pasado histórico a esta forma de protesta es la Carpa Blanca que Ctera, el mismo gremio que hoy protesta contra las políticas de Mauricio Macri, instaló en la plaza frente al Parlamento para reclamarle al entonces presidente Carlos Menem aumentos salariales. Duró 1003 días.
En aquella época, el 21 de diciembre de 1997 para ser exacto, la prestigiosa escritora María Elena Walsh hizo pública una carta para criticar la protesta de los maestros. Planteó, entre otros puntos, que "es gesto de dignidad cerrar el telón tras los aplausos y antes de la decadencia".
El texto completo
Queridos maestros: con todo respeto les digo que no puede haber función interminable, que abusar del tiempo irrita al público, que es gesto de dignidad cerrar el telón tras los aplausos y antes de la decadencia.
Ustedes han merecido una adhesión fervorosa, pero me pregunto si entre tantos adherentes figura un amigo leal que se atreva a decirles la verdad por más que lastime y resulte disonante en medio de tan unánime entusiasmo.
Aseguran que buscan el diálogo, y me permito irrumpir desde el disenso. La asistencia a la carpa huele a compulsión setentista: los ausentes parecemos antisociales, voceros del Gobierno, dinosaurios o Plateros sin poeta.
Como me honra sentirme amiga de ustedes y creo haberlos acompañado durante toda la vida, les confieso que esta larga protesta multimediática se ha convertido en moda y en un paradójico factor de poder que pocos se atreven a cuestionar públicamente. Sin embargo, es un secreto a voces que su permanencia es tan intolerable como inofensiva.
Intolerable por autoritaria, ya que piensan usurpar indefinidamente espacios públicos. Porque necesitamos maestros que representen la contracara del bazar de frivolidad y cholulismo que a muchos abochorna y ustedes fomentan de tal modo que ya parece una finalidad y no un medio.
Porque esa carpa que fue blanca no conserva una mota de blancura y en su grosera fealdad acaba por integrar la estética menemista y aumentar el caos urbano, paradigma mundial de pésima educación.
Inofensiva, porque es una plataforma política y un intento de escandalizar a quienes no se escandalizan ante ninguna injusticia. En todo caso, atenderán a métodos más modernos que una demagógica feria callejera.
El desfile de famosos y sus discursos voluntaristas acaba por resultarnos patético. Más bien, contraproducente. Muchos formamos parte de esa ciudadanía que tomó conciencia temprano, desde una humildísima escuela pública.
Si la mentira circula impune por otros ámbitos, es indigerible la impostura central de esta protesta: el ayuno. El ayuno como estrategia de resistencia no es una dieta líquida en tiempo compartido. Es una forma extrema de acción propia de faquires y fanáticos que la practican hasta sus últimas consecuencias, por convicción o por masoquismo.
Demasiado ayuno
Hay demasiado ayuno forzoso en buena parte de la población, demasiados desamparados en la lona, como para que sigamos tomando en serio esta parodia gandhiana, por otra parte ajena a nuestra cultura.
El anuncio de que la carpa seguirá abusando de un espacio público hasta que las velas no ardan, la clave festiva que en un principio alteró saludablemente la solemnidad pero se transformó en monótona bailanta justiciera, en su estiramiento lleva la condena, que no será por represión sino por deterioro.
El ya fatigante paisaje de la carpa y el trueque entre los dirigentes del gremio y los promotores de artistas nativos y extranjeros, de buena fe o que lucran con caretas progresistas for export, todo eso me parece una tomadura de pelo.
Para tomarnos el pelo abunda la mano de obra en plena ocupación. De ustedes esperamos un cambio de rumbo imaginativo que servirá para refirmar una solidaridad preexistente y no ocasional: la de los defensores de la educación.
Y ésos no son todos los que están, políticos, visitantes u oportunistas, eternos polizones de cualquier primera fila ante cámaras de TV.
"Todos somos docentes", eslogan traducido de otros que circularon por el mundo, al no traducir nuestra realidad resulta falaz. La mayoría somos alumnos o queremos serlo, tenemos muchísimo que aprender imitando modelos que no parodien a los protagonistas de la farándula.
Creo que esa asignatura está pendiente y que, carpa mediante, nos iremos a marzo. Ustedes soportarán los vaivenes de El Niño frente a las puertas de un Congreso por donde jamás entran ni salen legisladores y por lo tanto no tendrán ocasión de conmoverse al paso.
Habrá que reconocer que nuestros representantes son más indulgentes (¿indiferentes?) que los de otros países democráticos, que ya habrían trasladado este asentamiento frente a un Congreso de la Nación. Y para eso no sería preciso calificarlos de subversivos. Bastaría una amonestación como las que reciben los chicos por faltas mucho menores.
Queridos maestros, ustedes merecen tomarse vacaciones y pasar más auspiciosas fiestas de las que proyectan, autosecuestrados en pleno Centro y apelando a la sensiblería popular con un brindis de agua y té. ¡Por favor!
Nosotros, los Plateros o dinosaurios, querríamos ingresar en un año favorable con un ciclo lectivo, ése sí permanente, que incluya la defensa de causas justas tanto como la convivencia democrática. Materias que mal o bien supo enseñarnos la señorita, allá en los tiempos de la escarapela.
LEA MÁS: