A pesar de que el imaginario popular asocia la planta con el sol, la playa y el reggae jamaiquino, todas las hipótesis sobre el lugar donde pudo haber crecido el primer brote de cannabis conducen hacia Asia central, a los pies de los montes del Himalaya, en la parte de los Kush, una región que atraviesa ocho países, y por donde pasan diez de los ríos más importantes del continente. Nada que ver con el Caribe, a donde la llevaron esclavos y piratas de la colonia; es una zona alta de sol y nubes, calor y frío, lluvia y sequedad, y vientos a veces hostiles. La esquizofrenia meteorológica de la región provocó que sus nativos –humanos, animales y vegetales– sean un ejemplo de adaptación, mitigación y resiliencia, características que le encajan perfecto a la planta, cuyo nombre científico se lo debe al biólogo sueco Carlos Linneo, que en 1753 le puso cannabis sativa.
Hombres y mujeres se llevan muy bien con la marihuana prácticamente desde el mismo momento en que dejaron de cazar su alimento para cultivarlo, muchos siglos antes de los condicionamientos morales, religiosos, políticos y económicos. Las poblaciones antiguas del Neolítico no tenían problemas ni restricciones para darle uso a casi todas sus secciones: el tallo y las ramas proveían fibras para hacer ropas y cuerdas; las semillas eran base de la alimentación por ser una fuente de ácidos y proteínas con grasas esenciales; y la raíz, las hojas y las flores se usaban en preparaciones medicinales o en rituales.
En China, un equipo de arqueólogos encontró fragmentos de cerámicas de hace unos 10.000 años con huellas visibles de una cuerda o de tejidos hechos posiblemente con fibra de cannabis. También se hallaron evidencias de cáñamo en cámaras mortuorias de la dinastía Chou (1122-265 a. C.), donde había retazos de tela hecha con la fibra de esta planta, de lo que se deduce que el uso textil era frecuente y primordial, tanto como sus cualidades terapéuticas.
Así se expandió alrededor de las comunidades del planeta. Investigaciones de arqueólogos, historiadores, antropólogos, geógrafos, botánicos, lingüistas y también quienes construyeron las mitologías muestran que el cannabis recorrió dos caminos, que a la vez reflejan su doble rol en la historia: como fibra y como planta psicoactiva, determinada en este caso por el uso sacramental.
Desde China como epicentro, uno de los senderos hacia Occidente se trazó a la Europa del norte, donde los climas más fríos favorecieron el cultivo para la producción de cuerdas y telas y el desarrollo industrial. Mientras que el otro trabó líneas hacia el sur, al entrar en India, Persia y Medio Oriente y, más tarde, en África, donde se profundizó la utilización mística y misteriosa que tanto le debemos en estas pampas. Igualmente, el hilo nunca se cortó y pronto ambos caminos volvieron a mezclarse y volverse uno.
Por ejemplo, en la civilización asiria, que la usaba como medicina y extraía su fibra para uso textil. Cerca del año 600 a. C. la planta aparece descrita con el nombre de kunnubu o kunnapu, vocablo que habría dado origen al término árabe kinnab y al cannabis que adoptaron el griego y el latín.
Aunque no se pudo determinar si había sido cultivada allí o traída por los escitas, la primera evidencia concreta del cáñamo en Europa se conoció cuando en 1896 el arqueólogo alemán Hermann Busse encontró en Wilmersdorf, una localidad de las afueras de Berlín, restos de la planta en una urna funeraria del siglo V. El imperio romano fue el que popularizó el uso del cáñamo para confeccionar la ropa de sus guerreros, pero la producción no se llevaba a cabo en la península itálica, sino en los confines del territorio conquistado, próximos a Asia Menor. Así se han descubierto prendas de cáñamo al norte del Muro de Antonino, entre Escocia e Irlanda.
Cuando el imperio romano cayó, el pueblo franco germánico ocupó los territorios abandonados y para el año 500 desarrolló su propia tecnología aplicada a la agricultura, mucho más avanzada que la de los romanos, que incluía el cáñamo. Para este pueblo libre y viajero, la planta era decididamente importante a nivel cultural. A finales de la década de 1950, en la cripta de la Catedral de San Denis, al norte de París, se encontró el cadáver de la reina franca Arnegunda. Adornada con joyas y vestida de seda, su cuerpo estaba envuelto en una tela hecha de fibra de cáñamo. Los vikingos también usaban ropas de este estilo, pero también aprovechaban la fibra para armar líneas de pesca y sogas para navegar. Una hipótesis dice que fueron ellos quienes llevaron por primera vez la planta a América.
Algunos siglos más tarde, los viajantes árabes descubrieron otra utilidad que los chinos le venían dando a la planta desde hacía ya varias centurias: la fabricación de papel. Y copiaron el método, que luego extendieron a todos sus territorios conquistados, fundamentalmente en España. Allí, en Játiva (o Xàtiva), una pequeña población entre Valencia y Alicante, se instaló en 1150 la primera fábrica de papel europea, con molinos de hilado y enriado. Los musulmanes mantuvieron el monopolio del papel en ese continente hasta unos siglos más tarde, cuando su preponderancia sobre el territorio ibérico fue declinando y el conocimiento sobre la producción de papel se divulgó hacia otras partes del continente. Así fue que en 1456, Johannes Gutenberg imprimió la Biblia de 42 líneas por primera vez sobre un papel de cannabis confeccionado bajo el proceso de tipos móviles, similar al que los chinos venían desarrollando desde hacía muchísimos años.
A pesar del desarrollo en territorio ibérico, el cultivo del cannabis no se extendió por Europa hasta la Edad Media, cuando el Renacimiento aceleró el proceso y la necesidad de tener grandes espacios de siembra para satisfacer la necesidad comercial y militar a través de la navegación. Tal como cientos de años más tarde lo dejaría en claro Manuel Belgrano, para hacer funcionar las naves se necesitaban –además de velas– sogas.
Muchas de las ciudades-Estado de la península itálica sobrevivían en aquellos años gracias al comercio naviero. Venecia, famosa no solo por sus canales alucinantes, sino también por sus mercaderes y sus constructores de embarcaciones, era una de las más poderosas. Allí, la importación de cáñamo era determinante, tanto que el riesgo de desabastecimiento de la fibra podía poner en jaque la estructura financiera de la ciudad. A sus poblaciones competidoras o a sus enemigos, solo les bastaría cortar el flujo de cáñamo, o subirle el precio descaradamente, para debilitar su poderío comercial.
Por eso, para el año 1322 los venecianos finalmente construyeron su propia fábrica de cáñamo (canapa, en italiano) en el célebre complejo Arsenale di Venezia, lo que significó una decisión estratégica para autoabastecerse de cuerdas y velas, en un contexto de intensidad bélica naval, y también para vender la materia prima a otras regiones. En el siglo XV, Venecia, esa ciudad que hoy es una escenografía turística ideal, fue el centro del comercio mundial y la mayor ciudad portuaria del mundo con más de 200.000 habitantes.
Con un control de calidad estricto, las jarcias venecianas se convirtieron en las de mayor calidad durante tres siglos. Los mercaderes controlaron el comercio del Mediterráneo, y los buques de guerra que se construían en "la Serenissima" (como se le decía a la República de Venecia) fueron los más valorados para usar y temidos para enfrentar, hasta que llegó la decadencia y la ciudad finalmente cayó a manos de Napoleón en 1797.
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Más allá del Mediterráneo, Inglaterra, Holanda, España y Portugal rivalizaban en el poderío naval bajo la necesidad comercial de conquistar y colonizar territorios en el Lejano Oriente y África. Los holandeses fueron pioneros en desarrollar la industria cañamera para confeccionar velas que les permitieran afrontar larguísimas travesías marítimas. Necesitaban material duradero y resistente y gracias al poder de sus molinos de viento (cuyas aspas estaban hechas con tela de… ¡cáñamo!) evolucionaron en la técnica de extracción de fibra. Pero al ser Holanda una región pequeña no daban abasto, así que de todos modos importaron material de Rusia, Escandinavia, los países bálticos e Italia.
Los ingleses se preocuparon con el ascenso de la armada holandesa y apuraron la importación de grandes cantidades de cáñamo. El rey Enrique VIII se dio cuenta de la importancia del cultivo de cáñamo para el poderío naval y en 1533 decretó que serían multados los campesinos que se opusieran a cultivar cannabis en una porción de sus campos. El monarca les pedía sembrar un cuarto de acre por cada 60 acres de tierra. Los granjeros no estaban nada contentos porque el retorno de lo que vendían de cáñamo no era tentador y estaban convencidos de que gastaba la tierra al "comerse todos los nutrientes". Enrique VIII necesitaba imponerse a los españoles y sabía que su poderío naval estaba determinado por la cantidad de cáñamo que cultivaban, así que poco le importaron las quejas. En 1588 la Armada española tenía 34 naves grandes y 163 buques más pequeños, lo que significaba una demanda de cáñamo equivalente a 10.000 acres sembrados con esta planta. Era imposible alcanzar ese nivel.
Así que, en tanto el imperio británico se transformó en el más poderoso ejército de los mares del mundo, necesitó más y más del cáñamo, y comenzó a importarlo a grosso modo desde Rusia. Para 1633, los rusos satisfacían el 90% de lo que necesitaba Inglaterra, por lo que se transformaron en los mayores productores de cannabis industrial del mundo. Pero eso era bastante caro para los ingleses, por lo que unos años antes habían empezado a mirar con cariño hacia sus terrenos conquistados más allá de los mares que rodeaban la isla, con el fin cultivar el cáñamo y autoabastecerse.
Así, a principios del 1600 llevaron los cañamones a Norteamérica en paralelo con los franceses. En 1611 cultivar ya era una orden del rey James I, tal como desde hacía años sucedía en el territorio americano dominado por España. Estados Unidos comenzó así una larga, rica y contradictoria historia de relación con el cannabis.
Este artículo es un fragmento del nuevo libro "Marihuana. La historia, de Manuel Belgrano a las copas cannábicas", de Fernando Soriano (Planeta)