"Estamos en el límite de nuestras posibilidades (…) El 45 por ciento de los destructores y fragatas está a capacidad cero (…) Todos están cayéndose a pedazos (…) Los pilotos argentinos son muy valientes: aparecen a ras del agua. Jamás nos imaginamos eso". (Parte del almirante John Foster Woodward, Royal Navy, mayo de 1982)
* * * * *
Mayo 13, 1982, teatro de operaciones, Islas Malvinas.
Lo que sigue es una reproducción textual de las comunicaciones de ese momento. Los protagonistas de este testimonio volverán a encontrarse 35 años después de los hechos, convocados por Infobae.
"Mi indicador de combustible caía rápidamente y yo todavía estaba sobre la isla. Pensé: '¿me eyecto o me juego al cruce?'. Los otros pilotos en vuelo escuchaban mi situación y algunos querían hacerme sugerencias, pero…".
Jefe de escuadrilla: –¡Déjenlo al Piano que decida si se eyecta o intenta llegar a la Chancha!
Piano: sobrenombre del entonces alférez Guillermo Alberto Dellepiane, 24 años, soltero; La Chancha: avión Hércules C-130. Lleva una canasta de combustible para abastecer, en vuelo, en este caso, a aviones de combate.
"Mi liquidómetro indicaba apenas 900 libras". Unos 450 litros; un avión caza A-4B Skyhawk como el que volaba Dellepiane carga 5.100 litros. Sólo desde que se pone en marcha hasta que despega consume 250.
"Llamé a la Chancha, que ese día tenía la clave Piedra 1".
Piloto del Hércules: –No te hagas problema, pibe, que ya vamos a buscarte.
"Pensé: '¡sonaste, ésta no la contás!'… Me voy a morir de frío en el mar".
Dellepiane al Hércules: –¡Tengo sólo 300 libras!
Piloto del Hércules: –¡Tenés de sobra, quedate tranquilo!
Dellepiane: –¡Me alcanzan para diez minutos de vuelo!
Piloto del Hércules: –Te sobra, ya estamos llegando.
Dellepiane: –¡Coco, no me abandonés! (Coco: sobrenombre del piloto del Hércules).
"Me quedaban 100 libras (50 litros) cuando los vi. Con el liquidómetro en cero reduje todo motor y me lancé en picada. Estaba allí, la Chancha era mía. ¡Un segundo después incrusté la lanza!"
Piloto del Hércules: –¡¡¡Y no hay quien pueda!!! (Viejo grito de guerra de los pilotos de combate argentinos).
"Mi liquidómetro empezó a subir… Había nacido de nuevo".
Un día antes, mayo 12, el alférez Dellepiane había salido a su primera misión. Nunca, durante su instrucción, se había abastecido en vuelo: una de las maniobras más críticas.
Voló a 15 metros sobre el mar. Tres de sus compañeros fueron abatidos y el cuarto volvió a la base. Lanzó una bomba de 250 kilos sobre una de dos fragatas misilísticas: la Brillant y la Glasgow. No supo sobre cuál. La Brillant quedó muy averiada, y la Glasgow, inútil.
Su segunda y última misión (mayo 13) empezó poco después de recibir un parte: "En las islas se lucha cuerpo a cuerpo".
Dellepiane hizo cuanta maniobra pudo para eludir los proyectiles, pero dos le pegaron en el fuselaje.
Luego, sobre el monte Kent, se enfrentó con un helicóptero Sea King.
"Le disparé, pero sólo salieron dos balas, porque se me trabó el cañón. Una le pegó en la pala, y el piloto tuvo que aterrizar en emergencia".
Apareció otro helicóptero, pero Dellepiane no pudo atacarlo: "El cañón seguía trabado y me estaba quedando sin combustible, porque una bala perforó el tanque".
Pero… ¿de quién fue la mano mágica que lo salvó, más allá de su decisión extrema y su coraje a toda prueba?
Volvamos a ese 13 de junio…
Cerro Dos Hermanas, isla Soledad.
El almirante Jeremy Moore, máximo jefe británico en Malvinas, planea con su estado mayor el asalto final a Puerto Argentino. La victoria estaba cerca…
Ese mismo día y a la misma hora, en la base aérea San Julián, hombres y máquinas ya tienen sellada su misión: dos escuadrillas de cuatro aviones cada una volarán buscando un blanco que le doliera mucho al enemigo. Aunque fuera el canto del cisne.
¿Qué blanco?
El cuartel del alto mando. En las mismas barbas de Jeremy Moore.
¿La razón?
Pegarle en el corazón y tal vez cambiar el curso de la guerra.
El mismo día y lejos de los atacantes y el objetivo, el vicecomodoro Luis Litrenta Carracedo y sus hombres alistan uno de los dos aviones Hércules KC 130 (las chanchas) para reabastecer el pleno vuelo a los supersónicos aviones de combate.
Dellepiane y sus compañeros fueron la escuadrilla "Nene".
La otra escudrilla: "Chispa".
Turbinas en marcha. Chequeo previo al despegue. Pero el diablo mete la cola: colapsan las mangueras hidráulicas de Dellepiane.
–¿Qué hizo? –le pregunta Infobae.
–El mecánico me dijo que no podía salir. Pero a doscientos metros había un avión de reserva. Corrí, y lo puse en marcha.
A esa hora, Litrenta y su chancha ya volaba en el punto de reabastecimiento.
–¿Se reabasteció, Dellepiane?
–Sí, como todos. Iba en la segunda escuadrilla. ¡El tiempo era muy malo! Casi no veía la escuadrilla delantera…
Mal tiempo y mala noticia: a menos de cinco minutos del cuartel de Moore… el radar de Puerto Argentino alerta: –¡Tienen diez Sea Harriers listos para devorarlos!
–¿Qué hicieron?
–¡Seguimos! El Trucha Varela, el de mayor jerarquía de los ocho, decidió cumplir la misión.
–¿Los Sea Harriers les llevaban ventaja?
–Eran muy poderosas, y treinta años más modernas que nuestros A 4 en cualquiera de sus versiones. Tenían misiles, radar, y prácticamente se frenaban en vuelo. Casi como un helicóptero…
–Y los Hércules, las chanchas, tan pesados, ¿cómo se defendían?
Litrenta se ríe.
–¡Teníamos la virgencita y el rosario! Lo único que podíamos hacer era volar lo más bajo posible mientras no reabastecíamos, y lo más lejos posible de la flota.
–¿Siempre fuera de la zona de exclusión?
–No. El primero de mayo lo hicimos sobre Malvinas. Es cuestión de segundos.
Al filo de las dos de la tarde, ambas escuadrillas se lanzaron sobre el vivac de la Royal Task Force. Según un parte inglés, Moore no murió en el ataque porque escapó de su carpa un instante antes de que la destruyera un obús".
–¿Cómo fue, Dellepiane?
–Les tiramos con todo, y nos respondieron con todo.
–¿Qué había en el vivac?
–No faltaba nada. Carpas, tanques, aviones. ¡Era enorme!
–¿Cuánto duró el ataque?
–Segundos… Pero pude ver que mi jefe estaba por pegarle un misil, le pegué un grito, ¡y me hizo caso! Maniobró, y salvó su vida.
–¿Después?
–Casi en el mismo momento le tiré a un helicóptero… ¡y le dí! Más tarde supe que no maté al piloto…
–¿Qué sintió?
–Alivio. En el aire éramos enemigos. Luego, ya no…
–¿Lo respetaban del mismo modo?
–Mis pares ingleses, sí. Me tocó ser agregado militar en Londres, y pude comprobarlo.
–Volvamos al aire… ¿Después del ataque pudo escapar a tiempo?
–A medias… El combustible se consumía más rápido de lo previsto.
Todos sus compañeros le dan consejos por radio, pero el Trucha Varela irrumpe en el éter y sentencia: –Dejen al Piano que decida sólo. Él sabrá qué hacer.
Lejos, pero no tanto, Litrenta recibe el llamado de ayuda y pide instrucciones. La respuesta no es tajante ni mucho menos: –Vea qué puede hacer…
Pero Litrenta lo salva por primera vez.
Y hoy explica: –¿Por qué lo ayudé, a pesar de que todo indicaba que el novato estaba condenado? Lo comprendí mucho después, al leer un libro sobre la inteligencia emocional.
Después de acoplarse al Hércules, Dellepiane dice: –Gracias, señor. Me desacoplo y sigo a base.
–No, no lo haga. Usted está perdiendo combustible. Quédese enganchado hasta llegar.
En menos de cinco minutos, lo salva por segunda vez.
Vuelan, llegan a la base, se desacoplan.
El avión de Dellepiane es una catarata de combustible.
Pero la pista ya se ve.
Sobra paño para aterrizar.
Toca tierra a gran velocidad.
Con miedo, los operadores ordenan:
–¡Clave los frenos, alférez!
Pero Litrenta vuelve a intervenir. Ahora, a gritos:
–¡No frenes, pibe! ¡Cortá motores!
Orden sabia.
La pista estaba inundada de combustible, y una frenada brusca que recalentara los frenos podía ser letal.
Litrera lo salva por tercera vez.
Los años los igualaron en jerarquía. Hoy, los dos son brigadieres retirados.
Se tutean. Se abrazan. Bromean. Se emocionan.
–Litrenta: ¿porque fue usted al rescate, y no el piloto del otro Hércules?
–Eso no voy a contestarlo.
Y Dellepiane dice: –Gracias a Dios que vino él.
Si hay un secreto, los acompañará hasta el final.
Retrato de un héroe
En el 2009, quien esto escribe entrevistó a Dellepiane. Que así contó su vida:
"Mi padre, Jorge Oscar, fue piloto de combate. Fue mi inspiración. Voló los viejos Gloster Meteor, los Sabre. Mamé ese mundo. No todos los hijos de los pilotos siguen ese camino. Se enamoran… o no quieren saber nada. ¿Mi bautismo de vuelo? A los siete, ocho años, en El Plumerillo, Mendoza, donde estaba destinado mi padre. Me llevó en un Morane Saulnier, un avión de combate, como pasajero. ¿Qué es volar? La plenitud total. Las cosas mundanas se cortan de raíz. Es estar entre Dios y la Tierra. ¿Por qué son tan buenos los pilotos argentinos? Muy buena instrucción, buen entrenamiento, y la chispa argentina. Que, a veces bien, a veces mal, siempre va un poquito más allá. ¿Si en Malvinas pensé en la muerte? Nunca. Nadie piensa en la muerte. La mente está ocupada en saber a quién nos enfrentamos, qué tienen y cómo debemos actuar. Es como ser actor y espectador de una película, al mismo tiempo. ¿Una anécdota inolvidable? Ricky, un capitán médico de la Royal Navy, me puso en contacto telefónico con el piloto del helicóptero que derribé, y le dije: 'Qué suerte que no te maté'".
Después se sentó en la cabina de un A-4B Skyhawk idéntico al que voló en sus dos misiones. Llevaba el mismo casco y la misma campera de entonces. El cielo estaba limpio y azul. Un día perfecto para volar. No despegó, pero se reencontró con su destino.
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