"Tengo todos los óbices sacerdotales", le dijo el padre Julio César Grassi al autor de esta nota a mediados de 2011.
No mentía. A pesar de estar condenado a 15 años de cárcel por abusar de un menor a su cargo en su Fundación Felices Los Niños, con un fallo en su contra emitido por el Tribunal N°1 de Morón y ratificado por el Tribunal de Casación bonaerense, a pesar de amplias y deshonrosas acusaciones en su contra, Grassi todavía tenía el derecho eclesiástico de dar misa a los fieles, de confesar a los pecadores y darle la extremaunción a los moribundos. Todavía era cura y todavía lo es, preso en su celda de la Unidad N°41 en Campana. Ahora, depende de Roma y del papa Francisco que no lo siga siendo.
Ya hay motivos suficientes para que el Sumo Pontífice le quite a Grassi su estola y su collarín y lo expulse del seno de la Iglesia Católica. Esta mañana, los cinco jueces de la Corte Suprema presidida por el doctor Ricardo Lorenzetti dieron la última palabra sobre la causa del sacerdote: los últimos recursos presentados por la defensa del cura fueron rechazados y la condena de la Justicia de Morón fue ratificada de forma unánime. Es el fin de la línea. Ya no queda nada para discutir. Para la Justicia y para el Estado, el cura es definitivamente un abusador de menores.
El tiempo fue largo; la decisión del supremo tribunal ocurre a casi 15 años de la denuncia original del programa Telenoche, luego de una gran cantidad de apelaciones, de denuncias a testigos y víctimas que lo denunciaron hechas por Grassi mismo, de que el cura y sus defensores hayan explotado cada hueco que el sistema judicial argentino ofrece. Ya no quedan instancias, al menos en este país, para que Grassi quede libre sin cumplir su pena.
Jorge Mario Bergoglio, hoy papa Francisco, era la cabeza de la Iglesia en Argentina y jefe de la Conferencia Episcopal del país mientras Grassi era denunciado y condenado en primera instancia por la Justicia. Pero Bergoglio nunca se expidió sobre Grassi, al menos no en público. Lo cierto es que el caso Grassi desveló al hoy Papa durante años: en sus cálculos privados, Bergoglio concibió la caída del sacerdote más famoso de la Argentina como un complot revanchista urdido por uno de los mayores grupos mediáticos del país. La suerte del cura en la Corte Suprema se volvía un particular interés.
Las versiones que indicaban una presión ejercida desde el Vaticano sobre la Corte fueron persistentes. En junio del año pasado año, Ricardo Lorenzetti visitó en el Vaticano al Papa, en el marco de una cumbre de jueces sobre crimen organizado. Anoticiado de esta reunión, "Gabriel", la víctima por la cual Grassi fue condenado -hoy de 32 años-, le escribió al presidente de la Corte pidiéndole encarecidamente que no libere al hombre de la Iglesia, que eso implicaría "revivir su calvario".
El histórico abogado querellante del caso, Juan Pablo Gallego, fue el encargado de entregar la misiva. Gallego aseguró en diálogo con Infobae que Lorenzetti lo recibió. La charla que mantuvieron, según el abogado, fue "sumamente llamativa". El abogado apuntó: "En ese encuentro, el doctor Lorenzetti me transmitió que por el caso estaba recibiendo 'mucha presión'. Entendí claramente que me manifestaba esto recién llegado de Roma".
Para esta presión, según Gallego, el Papa tuvo una herramienta de peso. Fueron cuatro libros de edición privada, un análisis crítico del expediente Grassi que abarca más de 2600 páginas. "Estudios sobre el caso Grassi" son los títulos de estos libros, dedicados a refutar los relatos de "Gabriel", el joven cuyo testimonio llevó a la condena de Grassi y de "Ezequiel" y "Luis", de cuyas acusaciones el cura fue sobreseído.
La Conferencia Episcopal Argentina, que Bergoglio encabezaba, los comisionó en septiembre de 2010 –luego de la condena al cura- al abogado Marcelo Sancinetti, un jurista y profesor de derecho penal con más de 35 años de carrera, estrechamente ligado a la Iglesia. Su mujer, Patricia Ziffer, que hoy integra la comisión encargada del anteproyecto de reforma del Código Penal, tiene cercanía con la Corte: según el portal Chequeado, fue secretaria del fallecido juez Enrique Petracchi.
Los libros fueron terminados en 2013, con Bergoglio ya convertido en la cabeza de la Iglesia Católica. En el primero, Sancinetti reconoce que la Conferencia le encargó el análisis del caso un tiempo antes de que Casación bonaerense fallara en contra del cura Grassi en 2010. En el tercero, el académico indica el nombre de quien le encomendó especialmente el trabajo: el ex presidente de la Conferencia Episcopal, Jorge Mario Bergoglio.
De acuerdo al querellante Gallego, estos libros, una suerte de fantasma editorial sin datos de tirada ni pie de imprenta, fueron entregados a los integrantes del máximo tribunal del país por lobistas que invocaban el poder de Bergoglio. Fuentes cercanas a la Corte lo niegan; Sancinetti, sin embargo, jamás lo desmintió de cara a los repetidos llamados y mensajes enviados por Infobae.
Cada tomo se encarga de refutar a una víctima. En el cuarto tomo, el jurista asegura que su trabajo tiene sus raíces "en los mandamientos más elevados de todas las religiones y culturas: la pureza, el honor y la verdad". Leídos los cuatro tomos, la conclusión del autor no deja dudas: los libros son la defensa más vehemente de Grassi jamás realizada. Y por supuesto, la más polémica, porque Sancinetti actuó como una suerte de juez.
Sin ser parte de la causa, Sancinetti evaluó cada evidencia disponible –incluidos los audios del juicio, que fue a puertas cerradas–, cada testimonio y cada fallo. Señaló, tal como lo haría un juez, decenas de supuestas incongruencias, actos fallidos y falsedades en los testimonios de los jóvenes que acusaron al cura. El tercer tomo termina con dos "análisis de credibilidad". Uno está dedicado a Grassi. El otro, a "Gabriel", el joven que lo condenó. Para Sancinetti, la balanza se inclina de un solo lado: "El estudio detenido de la declaración de uno y otro ya muestra claramente quién de ellos se ajusta a la verdad: el acusado".
Y al final, Sancinetti dictaminó. Según él, Grassi no sólo es inocente de abuso sexual contra esos pupilos, a quienes el abogado llama "falsos acusadores": el cura también fue víctima de un complot urdido por un poderoso multimedios, el mismo pensamiento privado del hoy Papa.
Hay pasajes sorprendentes. Por ejemplo, en el epílogo –página 729, último párrafo, cuarto tomo– Sancinetti resume que lo que vivió Grassi, básicamente, fue un atropello. Y lamentó, siempre hablando de sí mismo en tercera persona, "que el haber llevado a cabo esta obra lo haya sumido aún más de lo que ya estaba, en su desesperanza, ante el escaso grado de justicia".
En la introducción, Sancinetti incluyó un capítulo especial, titulado "El interés de este estudio para la Iglesia Católica". En el texto, se pregunta: ¿debería Grassi seguir siendo cura si se agotan las instancias judiciales, si la Corte falla en su contra? Y sigue: "¿Correspondería privar a Julio César Grassi del ejercicio de su ministerio en forma total o parcial como, por ejemplo, administrar ciertos sacramentos? ¿Debería tomar la Iglesia una posición ante la opinión pública o sus feligreses?". Bergoglio, por su parte, jamás lo hizo.
Sin embargo, la Conferencia Episcopal no fue unánime acerca de los libros. Revisar el Caso Grassi y editar posibles herramientas de lobby le creó una división interna. Una alta fuente de la Justicia bonaerense que conoce las entrañas de la Iglesia argentina le dijo a Infobae: "Los obispos que conocían a Grassi no estaban a favor de hacer los libros. Pero otros pensaban que el caso ponía en riesgo la imagen de la Iglesia". Por lo visto, triunfó el segundo grupo.